No hay más ciego que el que quiere ver, y a estas alturas del Paseo de la Argentina, Helena andaba a tientas con los ojos como platos, incapaz de vislumbrar ya nada más que el camino rodeado de estatuas. Rocas talladas en otro tiempo que le devolvían , con la comprensión del suyo, la misma mirada enjaulada. Una y otra vez tropezaba con el miedo a no levantarse, y esa certeza se le había enquistado en las cuencas de los ojos abriendo un surco del que manaban horizontes de sentido, tratando de disimular inútilmente el putrefacto hedor a falsa tregua que impregnaba cada paso que no daba. Helena, la de los comienzos mudos. Helena la de las batallas perdidas antes de saber si quiera que debía luchar. Helena sin Troya. Helena con H. Helena ahogándose en primera letra de su nombre, flotando inmóvil esperando, y esperando, y esperando, la gentileza de las rocas.

Pero es curioso como a veces son precisamente las piedras que encontramos en el camino las que consiguen desestabilizar la losa que hemos cargado a nuestras espaldas. Y en este caso Octubre rompió a pedradas las baldosas, anunciando que cualquier cambio es posible cuando se tiene la valentía de reconocerse vencido.Un despiadado granizo comenzó a caer con la misma violencia con la que Helena se atormentaba. Las hojas de los árboles aguantaban las estocadas con una sensualidad insultante para los viandantes que inútilmente trataban de resguardarse de la tempestad, anonadados por no haberse dado cuenta de lo evidente. Nubes grisáceas complaciendo a unos árboles que, joviales, se encorvaban desafiantes, dejándose llevar por el esperado término de la sequía estival. Ah! la tragedia de encontrar lo buscado. Y guiadas por los destellos de una blancura desgarrada por los truenos, las gotas caían con una feroz excitación, ensañándose con los cimientos. Ya no había verdades prefabricadas ni operaciones matemáticas, sólo el llanto de la tierra que engullía sin piedad la H del verbo huir, haciendo retumbar la entraña y liberando a Elena del vértigo y la parálisis.

Elena entonces dejo de ver principios y finales. Dejó de ver líneas rectas y contrapuntos. Dejo de ver mientras una voz tintineaba: La cordura es una soga que nos muerde la yugular mientras damos una patada al taburete que tenemos bajo los pies.– Me quedo con la tormenta y el llanto- pensó en voz alta, como quien oye llover.

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