Gema, escucha ruidos tras la puerta como si fueran sus latidos, al unísono del escándalo callejero; voces sin sentido, golpes delirantes, chirridos aplastantes. Es una especie de mácula estruendosa que cala sus huesos y da martillazos en sus escuálidas sensibilidades.

Todo empieza a estallar, entre la moqueta estéril que cubre el suelo de los espejismos, y las figuras que se mueven y gimen cuando se alteran los sentidos.

No corren buenos tiempos tras la estancia de la crueldad, . Es la visita más prolongada y poco acertada que ha marcado una especie de suerte descontrolada.

El ser que arrasa cuanto se topa, la bestia que se asoma para las mutaciones. Es la huella inconfundible que se refleja en su mirada, cuando no está.

Las voluntades se esparcen en momentos así. El camino se hace lejano y está muy cerca.

Su decisión de dejar a un tipo de locura pasajera, por fin, envolverá el ambiente de otro matiz.

Todo se convirtió en un monstruo, en una pesadilla, en un incansable pasatiempo de retroceso.

Los horarios se habían descontrolado y las normas se habían perdido.

Miguel, no cuenta ya sus pasos, sólo se concentra en una nueva aventura, no le interesa fluir en su futuro. Sus aficiones le han hecho caer en un mal momento, en cosechas sin frutos. Sus amistades le conducen a una especie de abismo, a un puente sin horizonte.

Los comentarios llegan en forma de noches lánguidas para Gema. El amanecer no canta las mañanas de rocío fresco, las tardes pasan desapercibidas y las noches se apagan en un lejano destierro , que ha calmado sus llantos. Gema es otra cara, otro cuerpo y ya no tiene el mismo tono al hablar, las mismas ilusiones al caminar. Sus senderos se han recortado.

Es difícil para Gema parar el tren en el que se ha subido su hijo. Se va alejando y distanciando y no llega nunca a tiempo. El dolor le ha colmado de idas y venidas y por fin, vuela alto.

La soledad es su cómplice. Se ha quedado petrificada, moribunda. Es como un huracán cuando destroza la naturaleza, pasa en segundos y deja las marcas bien ceñidas a la tierra.

Ni el tiempo ni las lágrimas le devuelven la serenidad, la tranquilidad de ser ella misma, de volver a correr en libertad. También es su aliada la paciencia, el paso del tiempo.

El tiempo que ha pasado ha convertido las noches opacas y las taquicardias en un velo de paz. Cada espacio vuelve a ocupar su sitio, y el ruido y el polvo, se van tras la ventana. Cada ilusión se reencuentra con su parte más sensata.

Por fin, Gema se mira al espejo, camina en sus tacones, se ajusta lo que quiere y es nueva luz. La bestia se hundió en la sin razón que no dejó caminar la paz y la serenidad y esparció el miedo. El miedo que voló y cayó desde lo alto, hasta columpiarse en una sombra.

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