Cenamos como lo hacíamos habitualmente, una comida digna de un martes, un niño por dormir y un embarazo en curso transitando silenciosamente, ah… por cierto, mi marido había preparado una sobremesa exquisitamente inolvidable.
Podemos hablar? – me dijo con voz y semblante inquietante – quizá, si hubiera sido más intuitiva, tendría que haberme dispuesto más a escuchar, a escuchar las palabras más desoladoras de mis veinticuatro años. Aunque su propuesta fue hablar, me fue imposible hacerlo.
Él comenzó a pronunciarse, mientras lo escuchaba sólo podía imaginarme parada al filo del precipicio, que de caer no sobreviviría.
Quién es? – esperaba una respuesta y que siguiera hablando, aunque mis entrañas pedían una mentira prolija acorde a la historia y al hijo que nos unía, mi cabeza había tomado una velocidad estrepitosa, que desde el vértigo fantaseaba con un auténtico “era un chiste”, y juro que hubiera fingido la mejor carcajada, pero eligió una sucesión de mentiras desprolijas, esas que podría leerse en el primer capítulo del peor libro de aprendiz de infieles.
La segunda pregunta escaló aún más – ¿cuándo querés que me vaya?, – perdón? –me dije mentalmente- aunque esta venía con tres generosas opciones: a-el fin de semana, b-a fin de mes o c-a fin de año, considerando que era catorce de mayo, la primera era muy inmediata, la última muy lejana, así que me jugué por la segunda; como se trataba de un múltiple choice y aparentemente había ganado, me auto-regalé el premio, nunca mejor llamado “consuelo” acorde a la economía de una flamante separada, resultaron ser unas entradas para llevar a mi pequeño hijo a ver un espectáculo de lo más berreta de “El Topo Yiyo”, acompañó muy bien el momento, ya que cuando volviéramos al departamento, él ya no estaría, tampoco sus cosas, a excepción de la alianza que muy gentilmente dejó en su mesita de luz, vaya a saber queriendo decir qué.
Lejos de ser el principio del fin, fue el comienzo del comienzo de una nueva vida, el nacimiento de la persona que siempre imaginé ser. Me convertí en una gran tomadora de decisiones, una estratega, firmaba documentos importantes como escritos que definirían cuotas de alimentos, que por supuesto nunca se efectivizaron, pero aún así salimos adelante con mi pequeño hijo y la bebé más bella y angelada que Dios pudo enviarme un 8 de marzo en celebración del “Día Internacional de la Mujer”. Gestar a mi hija en ese momento tan doloroso, fue una bendición para conectar con la vida, además conté con dos corazones para poder perdonar, cuatro pulmones para poder respirar profundo cada vez que estuviera a punto de soltar la ira, dos cerebros para poder pensar y elegir pudiendo representar la voluntad más inocente de mis hijos.
Esta es mi mejor historia de superación personal, lo sé porque elegiría volver a vivirla, exactamente de la misma manera, ahora sabiendo que nos espera el mejor final, nuestro presente.
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