Puedo escuchar.

El agua corre sobre el cemento del patio, goteando entre el gres que ha acumulado decadas de polvo entre sus juntas. Alguien a olvidado cerrar la llave y ahora el agua se escurre entre las piedras en su camino hacia las rejillas del alcantarillado. Aun así, permanezco acostado, protegido por la oscuridad que reina en la habitación. Salir supondría un ejercicio de voluntad del que no me siento capaz.

Hace un par de días me topé con un libro que trataba sobre la supresión del sistema inmunitario en pacientes seropositivos. Al comienzo de la epidemia en Norteamérica, al sida le habían dado el nombre de cáncer gay. Las enfermedades oportunistas que aprovechaban la destrucción del sistema inmune y atacaban a los infectados eran la verdadera razón de los decesos: los pacientes morían con diagnosticos tan absurdos como neumonías o cuadros de cáncer de piel agresivos, desarrollados en meses, sin ninguna respuesta ante quimioterapias, que lo único que conseguían era mermar más la salud del enfermo. Sin embargo, a pesar de que mucha gente comenzaba a morir, el gobierno y los institutos nacionales de salud no hacían nada, pues asumían que la enfermedad atacaba solo a los homosexuales por llevar un estilo de vida promiscuo. Algunos pacientes habían declarado en su momento haber tenido al menos 2000 parejas sexuales en su vida, muchos de ellos en la clandestinidad de los bathhouses diseminados en ciudades como New York, Los Ángeles y San Francisco.

En aquel momento, mientras el goteo incesante del agua reverbera en el techo de la habitación, la forma irregular de los andes se plasma en mi cabeza. No volvere a verlos siendo un hombre sano. La enfermera ha venido hace poco con una fuente, pero la comida sigue intacta en ella. El ruido del agua me desconcierta. Le he pedido que cierre las persianas antes de marcharse y lo ha hecho. No me obliga a comer; tampoco me habla demasiado. Mejor así. Cuando pienso en ese número: 2000 parejas sexuales en una vida de apenas una treintena de años, siento ganas de vomitar. Es rídiculo. Apenas he compartido mi cama con un par de hombres y con todos ellos he tenido un vinculo emocional. Todos han sido mis parejas en algun punto de mi vida. Nunca nadie te dice que lo que te puede matar no solamente es el sindrome, sino también la deslealtad.

No sé qué será de él. Tampoco sé si me importa ahora. Donde quiera que esté, luego de años de morir juntos lentamente sin siquiera saberlo, ahora lo hace solo igual que yo. Morir lejos de la persona que has amado durante más de 10 años no es tan terrible como saber que la causa de que estés muriendo es esa misma persona.

Giro lentemente en la cama y sonrío a pesar de todo. Pese a la advertencia de los médicos, el viaje está planeado para pasado mañana. Las montañas me esperan al sur. No moriré sin despedirme de ellas.

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