Viniste esa mañana de verano diciéndome que era una cobarde. Nada más y nada menos. Cobarde. Así de seco. Así de aplastante. Y así lloraba una mañana de mis vacaciones en una playa de Portugal, perdida entre pinos, tiendas de campaña y surferxs.
Que por qué estaba en un trabajo en el que no creía me decías. Que por qué pasaba 10 horas al día metida en una agencia de publicidad escribiendo mentiras como “Abrimos cada día para verte” de un supermercado o un “Vamos a quererte mejor” de una compañía telefónica. Y que por qué, al mismo tiempo, compraba en ese supermercado el cual abría 24h para gente como yo y era de esa compañía que nunca me iba querer, y menos mejor.
Que por qué comía platos con tufillo de glutamato monosódico. No tienes tiempo para cocinar comida con sabor, así que tranquila, que nosotros potenciamos el sabor de tu comida mientras tú te cargas el sabor de tu vida.
Siento no ser una narradora amable, recordad que es mi ansiedad la que habla.
Para esta marca, vosotras que sabéis, haced algo de feminismo que eso vende mucho ahora. En todos los oficios tienes que hacer cosas malas. Pero si este trabajo mola, te pagan comidas, taxis, vas a rodajes, a festivales y ganas premios.
Y mierdas así, todos los días.
Que por qué mi frase estrella era: no tengo tiempo. Que por qué mis principios no coincidían, en absoluto, con mi día a día.
Volví al mismo sitio un año después, sin haber cambiado nada, sin respuestas a esas preguntas. Perdida entre pinos, tiendas de campaña y surferxs, pasó algo diferente. No pasó un tren, pasó un cohete que se iba al espacio.
En ese mismo sitio al chef se le acabó la visa y tuvo que marcharse de un día para otro. Alguien de allí, que sabía lo que mi ansiedad me decía, me dijo; tú verás.
Yo nunca había sido chef, cocinillas en casa sí, pero no chef. Decir que sí implicaba volver, dimitir y no volver al día siguiente. E implicaba también, enfrentarme al reto de ser la chef de una cocina gourmet y hacer la cena a 25 personas todos los días. Así, de un trago.
Pero la cosa es, sabemos lo que somos pero no lo que podemos ser. Así que dije que sí, me regalaron una piedra que te daba poder en los cambios, me la puse y lo hice. Fui, metro, baño, apretar la piedra, ansiedad, retortijones, apretar la piedra, recoger, disculparme, caja de cartón, baño, despedirme, bajar en el ascensor, apretar la piedra, salir a gran vía, hacer maleta, trasnochar, aeropuerto, llamadas, explicaciones, despedidas, bom dia otra vez.
Cuando llegué al camping perdí la piedra. Pero encontré mi valentía, mi dignidad, me encontré a mi brillando y agradeciendo al cielo la existencia de todas esas personas que suben videos de recetas a youtube.
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