Natalia estacionó el coche cerca de la acera, próxima a su antigua casa abandonada en un remoto pueblo del sur, un lugar pintoresco, con vecinos más arrugados que estirados, pero vecinos.

El silencio era protagonista del vacío que inhalaba al andar por la rúa, ya ni siquiera se oía el canto del ruiseñor. El regocijo había decidido emigrar, llevándose su maleta a otra parte, y no pensaba volver, aunque aquí lograse respirar.

La cancela resonó chillona. Desde que murieron sus padres nadie había vuelto para comprobar el buzón de cartas, nadie. Natalia hundió con agonía el póster de Se Vende en el césped desidioso.

Los muebles estaban recubiertos de polvo, enterrados en la pared como si hubiesen permanecidos allí olvidados durante siglos. Se dirigió a la que entonces fue su habitación durante largos años de su niñez y también de su pubertad prematura. En el suelo se hallaban unas muñecas de trapo, olvidadas, negadas en este lugar que una vez Natalia llamó hogar.

Miró por la ventana, y allí plantado, aún se mantenía el naranjo ahora pelado de hojas, el mismo árbol que un día había plantado junto a su madre, del que ella se servía a primera hora de la mañana para sentir la sapidez de la amarga naranja, que a su vez le agradaba.

Salió de nuevo a la calle, huyendo del jardín delantero, para desprenderse del sentimiento de culpabilidad que se aprisionaba tras encontrarse de nuevo con el cartel de Se vende.

Las vistas que le rodeaban eran muy distintas a las que ella solía colgar ahora en la red, rodeada de grandes edificios y escaparates, donde los hombres vestían con traje y soga. El futuro nos presiona para buscar un porvenir lejos de donde crecimos, invadidos por la esperanza de encontrar la gloria en otro lugar donde otros la encuentran, como un axioma. Nos desprendemos de lo que queremos incrustando un simple cartel de Se vende, con la expectativa escasa de hallar lo que idealizamos, y es que a veces, vendemos demasiadas cosas con tan solo olvidarlas.

Natalia meditó. Siempre podría volver atrás en el tiempo, siempre y cuando no se deshiciese del espacio que fue su morada. Los lugares en los que creamos recuerdos convierten las evocaciones en imágenes que más tarde se proyectan y viven en nuestra mente para recordarnos lo que fuimos, de dónde vinimos, dándonos una explicación de lo que somos hoy presente. ¿Por qué venderlos? ¿Por qué abandonarlos?

Natalia cerró el maletero. Arrancó el coche. Llevándose con ella el cartel de Se vende.

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