Hoy al dirigir mis pasos por estas calles, sobre este polvoriento suelo, deseo transmitir el desasosiego con el ruido del motor de un auto… y que no me inunde el desaliento.

De tan seco el paisaje, no deja entrever por las grietas el recuerdo de lo que un día hubo. Hoy quieto en el tiempo.

Hasta parece estar desconectado el enlace, que aún los mantendría vivos a través de los cuentos, y encontrar al anciano sentado frente al fuego, guardando fielmente sus vivencias detrás de sus ojos grises y viejos.

Sí, viejos. Que continúan la batalla con el medio amarrados a una vida que da un portazo y los deja lejos, afincados en sus recuerdos porque el final nunca es el final si los guardas en la cajita de lata, antes repleta de galletas, ahora inundada del óxido y papeles manoseados. ¡Ese vertiginoso correr del tiempo!

Sabes, que aun habiendo adquirido la fuerza necesaria como para depender de tus propios méritos , no has de cerrar la llave del conocimiento. Es volver la vista atrás por el sendero de la humildad, sabedor del valor de tus acciones y no abandonar tu origen o el de cualquier historia en el olvido.

La vieja torre de la iglesia con su trémulo armazón, aguantando a duras penas la fiel campana de pesado hierro que permanece intransigente, ufana y desdeñosa ante el dantesco escenario solo visible a través de los rotos del raído telón.

El hierro fundido que se desliza por el cauce seco del arrollo cuando es mancillado por los rayos del sol despliega notas discordantes, entre las cuales se me antoja escuchar los cantos de las lavanderas en el río y las voces de niños lejanos en la plaza del pueblo, derruida por una bomba llamada soledad.

Contagiado el páramo yermo, yerma tierra, yermo cielo cuadriculado y extenso, árido de nubes y aciago de tormento.

Hasta ahora no he sido consciente de la magnitud del problema palpable y patente en la sociedad. «Personalizado a nivel general».

¿Es preciso realmente? Por una vida labrada, creada parsimoniosamente, en término medio, organizada. ¿Te prepara para el holocausto, la hecatombe, el fin?

Arrancas de la tierra la vida que quieres vivir, pero ¿ahora?, ya no te arranca la tierra de tu vida creada. Es el adelanto de la muerte anunciada, la tragedia que aparece y todo lo destroza, esta vez no es la tierra la que reclama sino el malestar del alma que no puede vivir y abandona, y no ha sido capaz de hallar ninguna esperanza.

Hay un cerrojo grande de hierro, que sella puertas, que ahoga, que encierra. Afuera está la calle, pero no es la misma para todo el mundo. Hay una limpia y pura, segura, que acoge, ¿pero esa dónde está?

Me retiro dentro, me espera la viga, la soga, la oscuridad, la paz, ¡la horca!

Y como recuerdo, se ha engastado en la suela de mi zapato la imagen de una señora con moño, incrustada en un antiguo camafeo.

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