El tren se detuvo y las compuertas de los vagones se abrieron. Los pasajeros se inquietaron al ver que nadie descendía de los coches o subía a ellos. Al poco una voz se escuchó desde el exterior seguido de unos pasos. Un hombre bajito de bigote poblado y cara arrugada entró en el vagón y golpeándose en el pantalón con un trapo sucio anunció: “El motor no arranca. Nos detendremos hasta próximo aviso.”
Los pasajeros bajaron del tren malhumorados y algunos de ellos formaron un corrillo alrededor del maquinista para pedir explicaciones. El pobre hombre apretando el trapo entre sus manos rogaba que se calmasen sin saber explicar cómo era posible que un tren de capacidades técnicas tan modernas no pudiera reanudar la marcha. A lo más que pudo decir era que el motor se había recalentado porque aquella región era muy montañosa, y que buena fortuna habíamos tenido viendo que al menos nos habíamos detenido en aquella remota estación.
Tras unas horas no se anunció ningún nuevo aviso, y sin saber a dónde ir, los pasajeros deambulaban de allí para acá. Una señora con un delantal de rayas rojas y blancas se paseaba entre ellos ofreciendo refrigerios que sacaba de una nevera transportada en un carrito. Un hombre que acababa de comprar una gaseosa preguntó a la señora que de dónde había sacado los refrigerios, la cual contestó sonriendo: “Pues de dónde los voy a sacar, pues del pueblo”. Sin esperanzas de que el tren volviera a arrancar y con la aprobación previa del maquinista, los pasajeros sacaron sus bártulos de los compartimentos y guiados por la mujer del delantal se dirigieron al pueblo. Al llegar a una plaza la señora se detuvo enfrente de una fuente de piedras grises y comenzó a hablar: “Bienvenidos al hospitalario pueblo de Sajarrio. Aquí encontrarán todas sus necesidades cubiertas para pasar la noche sin coste alguno como prueba de la generosa voluntad de nuestro pueblo. Solo les pedimos que acudan a la fiesta de nuestro Santo Patrono Santiago Apóstol que desde siempre hemos celebrado en la noche de hoy. Y ahora por favor, si son tan amables, síganme para enseñarles las habitaciones”.
A la noche un gran banquete esperaba a los visitantes. Doradas empanadas, ristras de chorizo, quesos y otras delicias aderezadas llenaban la plaza de aromas y colores. En el centro del banquete la señora del delantal no paraba de reír junto a un señor que se limpiaba el bigote de espuma de cerveza con un pañuelo blanco mientras contaba algo muy gracioso. Ante tal convite, los visitantes se mostraron animados intercambiando impresiones sobre el viaje y otras experiencias sin percatarse de que eran los únicos del pueblo que habían asistido. Más entrada la noche, durante el baile, la señora del delantal abrazada al señor del bigote le comentaba: “Asegúrate de que el tren arranque mañana”. El señor la miró sonriente y le dio un cariñoso beso en la mejilla.
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