Temía que empezaran los golpes, pero sabía que llegarían. Cuando me dio el primer golpe no lo asimilé, no quería creerlo. Llegó la segunda vez y sólo pensé «que esta vez pare pronto». Me acurruqué, sin moverme, si intentaba esconderme, taparme o cubrirme con mis manos los golpes eran más fuertes. Al final no importa lo que pase, pero que nadie lo oiga. Siempre pensé que algo habré hecho para que pase y debía evitar por todos los medios que nadie se enterara porque tendría que explicar cómo he llegado a ser tan estúpida.
Me sentí como un trapo, un trozo de tela que siempre debe estar porque es útil, un trapo que se puede arrastrar, ensuciar, agarrar y tirar, pero cuando lo necesitas, de nuevo debes estar en tu sitio, como un trapo, limpio para un nuevo uso.
Mirar al suelo era mi salvación. No mirar mi alrededor ni lo que tengo delante ayuda a seguir rezando para que no pase nada.
Quisiera recordar porqué me golpeó la primera vez y así poder analizar donde estuvo el error, pero no consigo recordarlo. Sólo recuerdo el miedo, la confusión de esa primera vez al sentir como apretaba mi brazo. Sus dedos me apretaban cada vez más fuerte, pensé que pararía, pero no paró. Siguió apretando cada vez más hasta que sentí como sus dedos llegaban con su fuerza a apretar el hueso de mi brazo. No podía moverme, no pude gritar y sentía que si me movía el hueso de mi brazo se partiría en dos. Tampoco recuerdo cuando paró, quizás del dolor me desmayé o mi mente optó por olvidar.
Hoy he ido a Urgencias. Estando en la sala de espera se han abierto las puertas y una chica ha caminado con pasos rápidos al mostrador. La recepcionista de forma inmediata se ha levantado, ha salido de recepción y le ha dicho en voz baja “Tranquila, ven conmigo”.
La chica ha agachado la cabeza y cogida del brazo de la recepcionista han ido hacia la consulta de los médicos. La he mirado, su mejilla izquierda tenía un arañazo que mostraba el recorrido de cuatro dedos. Ella intentaba taparlo con su mano, pero no podía. Lo sé, escuece demasiado. He sonreído. La recepcionista no le ha dicho que espere en la sala de espera. Se la ha llevado. Me alegro por ella.
No pueden dejarla esperando en una sala de espera porque podría marcharse superada por el miedo. Deben atenderla desde que entra por la puerta porque otro día podría ser tarde.
Aún sonrío por la alegría de haber visto cómo la recepcionista ha tratado a esa chica y recuerdo con tristeza como en la sala de espera llegué a quedarme dormida con los arañazos en la cara, el ojo morado, la oreja morada y el pelo arrancado, daños internos y con mucha sed. La chica de hoy aún no puede ver que ha empezado un nuevo camino, pero ahora es su tiempo. Empieza su vida.
OPINIONES Y COMENTARIOS