Vientos de Felicidad

Vientos de Felicidad

leonel cembalo

10/11/2018

Me llamo Rodolfo Carballo y quisiera contarles una historia. No soy escritor sino taxista, así que sabrán eximirme por los errores y dudas que surjan en el preludio de esta narración, que podría empezar así…

-¡No me abandones mami! suplicó el niño bañado en lágrimas¡Me lo prometiste!

El hermano abrazándolo fuerte contra su pecho le dijo:

-Salgamos del cuarto… ¡mamá ya se fue!

Tal vez ese podría ser el inicio de una triste historia, pero las historias tristes también tienen comienzos felices…

«Al restaurante Recoleta, por favor», me indicaron. Era mi primer viaje en cinco horas.

Recordé una época de miseria en la que no alcanzaban mis esfuerzos para evitar el hambre de mis hijos. Depauperado en aquel tiempo, quise bajar los brazos, pues algunas veces por mas fuerte que se reme si la marea está en contra el bote no avanza.

Tratando de animarme, mi esposa me ofreció coadyuvar en un Instituto de menores. Al principio iba a diario y los chicos me aceptaron rápidamente. Conocí a Jony y Alan. Dos huérfanos con una preocupación más acuciante que el dinero: no olvidar a su madre. Cada noche, durante nueve años, Alan contó anécdotas de ella intentando mantenerla viva en el recuerdo.

En una ocasión me preguntó porqué Dios se la había arrebatado y no supe qué responder; pero las almas fuertes preguntan para templar su carácter, entonces continuó.

-¿Seremos felices alguna vez?

-No lo dudes -contesté-; la voluntad de un hombre de ser feliz determina su destino.

Aquel temor a la orfandad era un lugar común en donde confluían otros niños del Instituto; los más antiguos consolaban a los nuevos y aconsejaban no encariñarse con los adultos, pues a la larga todos se marchaban.

Antes de que el augurio de los antiguos se hiciera realidad, organicé una gran fiesta; jugamos, comimos, bebimos y bailamos. Nunca olvidaré la alegría de aquellos niños esa noche. Luego, como todo adulto encontré suficientes excusas para alejarme.

Los chicos al cumplir dieciocho años son hombres para ley; y aunque Jony suplicó, Alan también debió abandonarlo.

Su hermano mayor, sin embargo, no imaginaba una vida sin él. Trabajó de día lavando coches y estudió con esmero por las noches hasta graduarse como Chef profesional.

Una tarde nublada subieron a un taxi. Era un día especial… ¡la vida nos reencontró!

Me sería imposible describir la emoción de volver a verlos. Disculpen nuevamente por no saber hacerlo, pero les advertí que sólo soy taxista.

Alan me contó que firmaría su primer contrato laboral: con él obtendría la tutela de Jony y volverían a vivir juntos.

En ese instante comprendí el verdadero valor de no retroceder cuando el viento sopla en contra, porque algunas veces al remar fuerte contra la corriente no se procura avanzar se intenta resistir.

Nos despedimos emocionados. Antes de ingresar al restaurante Alan volteó sonriente y dijo:

-Tenías razón Rodolfo, gracias.

Sentí una suave briza y reparé que a lo lejos el sol brillaba sin nubes en el horizonte.

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