—Realmente te detesto, ¿sabes?
El aludido de piel nacarada sonríe, esa frase no es nueva proveniente del moreno. Está acostumbrado a tratar con su crueldad e ironía a diario. No le afectan sus venenosos comentarios. Ya no.
—Sí. Lo sé perfectamente. —responde sereno, centrando su atención al libro acomodado en sus piernas.
Julián murmura algo por debajo, estirando sus brazos al simultáneo. Torciendo el cuello con dirección al contrario, mirando con curiosidad los claros ojos de su amigo. Antes se preguntaba lo que escondían esas inexpresivas cuencas color caramelo. También se cuestionaba el cómo resistía antes de conocerlo. ¿Qué hubiera sucedido? No logra idearse un presente sin tener a la molesta presencia de su compañero al lado, y sabe bien que esa forma de pensar es mutua.
En ese entonces eran pequeños e inmaduros. Sin ninguna aspiración en la vida —no es como si ahora la tuvieran— sobreviviendo el día a día entre las clases y los libros, año tras año. Ya pasaron dos. Dos largos periodos en los que no hizo nada interesante. Solo tiempo perdido para él.
El de ojos claros ha cambiado. Demasiado. Hasta que lo conoció nunca había creído que el pensamiento de una persona podría ser tan confuso y complicado, tan difícil de describir o descifrar. El solo hecho de ponerse en su situación lo conmovió hasta las lágrimas en varias ocasiones.
—¿Qué tanto piensas? —Silas sacó de su mundo a Julián, extrañado por su repentino silencio. Levantando su serio rostro para posar sus penetrantes ojos en Julián. Él tuvo un estremecimiento.
—En nada. —contestó. Restándole importancia a su mutismo.
—Ah… —el chico pareció querer agregar algo. Callándose— Esta bien.
Una carcajada se hizo presente. La cara de Silas se iluminó. Su verdadera personalidad salió a la luz. Esa alegre faceta que mantiene guardada, contraria a la sombría que muestra al mundo, causante de tantos malentendidos.
—¡Tú! ¡Tu cara! —rió divertido. Esa manía suya de arrugar la nariz al reír es única—. Gosh! ¡Me muero! ¡Ayuda!
—Ya. Cállate. —Julián sabe que su broma ha llegado muy lejos. Solo basta calmarlo.
—Está bien Juli —Silas se limpia una lágrima imaginaria, sigue con la sonrisa en la cara—. Me calmo. Me calmo.
Julián esboza una sonrisa ladina, viendo cómo el alto chico le devolvía la mirada. Ahora sus ojos tenían un casi imperceptible destello, ya no parecían cuencas vacías sin emoción. Brillaban.
—Oye Silas
—¿Si?
—Hemos cambiado, ¿a qué sí?
Su carcajada se escucha otra vez.
—¿Qué?
—¿Recién te das cuenta?
El chico quedó en silencio de nuevo.
—Toda la gente cambia. Lo quieran hacer o no.
—¿Yo lo hice?
—Si. Demasiado.
Los dos se sonríen. Uno más que otro.
—Cambiamos mucho… —murmuró Silas, siendo perfectamente escuchado por el otro. El temor y la tembladera anterior regresaron, ahora casi imperceptiblemente—. Pero para bien. Eso es bueno, ¿no?
Ellos siguen sonriendo, cada uno con una frase diferente en la mente. Teniendo el mismo significado al final. Para bien, ¿eh?, se preguntan al unísono. Contestándole al instante, es verdad
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