. Mientras los transeúntes pasaban frente a mí, solo unos pocos me miraban y menos aún dejaban dinero en mi sombrero hasta que se detuvo aquel hombre. Era la primera vez que lo veía en el barrio y enseguida entendí que era alguien distinto. Echó una moneda y antes de que siguiera su camino sus ojos se encontraron con los míos. A través de su mirada comprendí que nunca habría otro como él. Con un gesto pedí al Hombre Pulpo que cuidara de mis enseres. Bajé del pedestal y, sujetando la falda de mi vestido de novia, corrí calle abajo pero ya se había perdido en la multitud. Lo busqué entre el gentío, pregunté en el kiosco de pájaros, en los bares, en las tiendas, en la churrería y hasta se lo pregunté al amaestrador de boas que siempre está pendiente de todo. Nada. Entonces contuve mis lágrimas y volví al pedestal.

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