UN MATRIMONIO DE TRES

UN MATRIMONIO DE TRES

Rebecca y Daniel se conocían desde pequeños. Vivían en el mismo vecindario y concurrían juntos al colegio. Sus familias eran muy convencionales y religiosas, por lo que todos los domingos, mientras padres y abuelos asistían a misa, los niños cantaban en el coro de la iglesia.

Cuando llegó el momento de decidir a qué Universidad irían, cada uno tomó un camino diferente; ella eligió estudiar arte y él, quien pretendía llegar a conocer mejor el comportamiento humano, optó por psicología. Al reencontrarse, después de algunos años, aún conservaban, el uno por el otro, el mismo cariño que habían sentido de pequeños. Comenzaron a salir como pareja y luego de un tiempo decidieron casarse.

Rebecca impartía clases de arte en un colegio privado; Daniel había logrado una excelente reputación como psicólogo y tenía su propio consultorio. Sus ingresos eran elevados, por lo que pronto pudieron comprar una espléndida casa. Poco después de la boda tuvieron una hija; luego llegaron los mellizos, conformando así una hermosa familia.

El estilo de vida de la pareja fue el mismo durante años; viajaban mucho con los niños, no tenían preocupaciones y se veían muy felices.

Cuando los chicos crecieron, la primera en dejar el hogar fue la hija. Desde su adolescencia, la muchacha parecía tener una relación algo difícil con el padre. Después se fueron los mellizos, para continuar sus estudios en la Universidad.

A partir de ese momento Daniel no fue el mismo. Ya no le dedicaba tanto tiempo al hogar ni a su mujer; en lugar de salir de viaje con ella compró un yate y adquirió el hábito de ir a pescar solo.

Al principio Rebecca no le prestó demasiada atención; pensó que su marido estaría atravesando una crisis de la mediana edad. Pero con el paso de los días comenzó a preocuparse y a cuestionarlo. Daniel se excusaba argumentando estar agotado por el estrés de su trabajo; necesitaba más espacio y un poco de tiempo para que todo volviera a ser como antes. No obstante, ella percibía algo diferente en él; no parecía ser el hombre del cual se había enamorado.

Decidió hablar con su hija, esperando que la pudiera ayudar. Le pidió que la acompañara esa noche al yate para investigar, pero la joven se negó.

Mientras Rebecca se acercaba al muelle, creyó ver el auto de su esposo, con una mujer al volante, alejándose velozmente. Subió a la embarcación y la registró, pero no encontró nada sospechoso. Sin embargo, un aroma muy familiar llamó su atención: era el de su perfume predilecto, el cual hacía mucho tiempo que no usaba. Desconcertada, su primer pensamiento fue que debía hacerle un seguimiento a su marido, por lo que decidió contratar a un detective privado.

Pasó un tiempo; el investigador informó que durante el período de vigilancia no lo había visto con nadie, excepto con su propia hija, a quien visitaba con frecuencia en su apartamento. Este hecho confundió a Rebecca. Luego reflexionó y recordó que en pocos días festejaría su cumpleaños; se alegró, pensando que seguramente su esposo e hijos querrían agasajarla ofreciéndole una fiesta sorpresa, y le darían como regalo su perfume preferido, el cual habrían ocultado en el yate.

Aunque estaba más tranquila, aún había algo singular en el comportamiento de su marido que no lograba comprender. Hacía bastante tiempo que no quería ir los domingos a misa. Se había alejado y apartado mucho de la iglesia, y en especial del cura, quien, desde que ellos eran pequeños, estaba al frente de la misma.

Llegó el día del cumpleaños de Rebecca; no hubo fiesta ni regalos, y sus hijos apenas la saludaron por teléfono. Frustrada y muy molesta, le advirtió a su esposo que ya no soportaría más esa situación, y como último recurso le propuso ir juntos a terapia de pareja. Daniel se veía afligido; ni siquiera la quería escuchar, pero finalmente, sintiéndose presionado, aceptó. Ella, de inmediato, fijó una cita con un asesor matrimonial; él no solo faltó a la consulta, sino que esa noche tampoco regresó a su casa.

Pasaron semanas y Daniel parecía haberse esfumado. Su mujer estaba desconcertada y muy preocupada. Temía que le hubiera pasado algo malo. Contactó a sus amistades para cuestionarlos acerca de su paradero; todos coincidieron en decir que no lo veían ni sabían nada de él desde hacía mucho tiempo.

Un mes después de desaparecer, Rebecca estaba en su residencia, descansando, cuando repentinamente su esposo se presentó y le dijo que necesitaba confesarle algo. Lo primero que pensó la angustiada mujer fue que estaría gravemente enfermo y no querría que nadie se enterase.

Daniel se veía muy nervioso, le temblaban las manos y titubeaba. Lentamente comenzó a hablar, intentando explicar qué le sucedía. Mientras lo hacía, ella, sorprendida, no podía dar crédito a las palabras que salían de la boca del hombre con quien había estado casada por veinticinco años. Lo primero que dijo era que siempre se había sentido ¨diferente¨ Rebecca no entendía a qué se refería, por lo que le pidió que fuera más claro.Desconsolado, él explicó que desde pequeño nunca había estado cómodo percibiéndose como varón; siempre había deseado verse como una mujer.Cuando se animó a hablar y confesárselo a sus padres, ellos no lo comprendieron. Incluso su situación empeoró, porque decidieron llevarlo a la iglesia y contárselo al cura, quien lo obligaba a ir todos los días a rezar y pedir perdón por tener ¨malos pensamientos¨. Le decía que no era un niño normal y que, si continuaba así y no cambiaba, sería castigado e iría al infierno.

Daniel afirmó que había hecho lo posible por llevar una vida ¨normal¨ como hombre, pero ya no podía ni quería continuar engañándose a sí mismo y a los demás. Durante meses estuvo intentando decírselo a su hija, quien sospechaba algo desde que era una adolescente. Cuando logró revelárselo, y que ella lo entendiera y aceptara, se sintió liberado; entonces tomó la decisión de comenzar su transición. A partir de ese momento sería y viviría como Danielle.

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