Celeste nació un día gris de frío y tormenta. Ya desde muy pequeña su mirada grave pareció presagiar turbulencias.

En su inocencia y bajo la irónica mirada de sus mayores, decía que quería ser “pintora y naturalista, como Félix Rodríguez de la Fuente”.

Disfrutaba de la fauna que encontraba a su alrededor. Pasaba horas admirando a las hormigas, maravillándose del trajín que irradiaban esos agujeros negros. Lloró la muerte de su jilguero como si de un hermano se tratara, y se horrorizó cuando asistió por primera y única vez a una corrida de toros.

Se ensimismaba con los árboles y andaba siempre con un cuaderno a cuestas dibujándolo todo. Los días de tormenta tropezaba siempre con algún animal indefenso que cobijaba en su cuarto sin dudar, sin importarle las retahílas familiares que seguían después y que se convirtieron en rutina. Su gente la tachó de lunática.

Ella aprendió a ser diferente; no se integraba en el entorno y siempre tenía prisa por llegar a casa junto a su fiel perro labrador, que se deshacía en monerías al verla llegar. Fue encerrándose en sí misma y en un cuarto lleno de lienzos y botes de pintura.

Comenzó la presión familiar para que la joven formara una familia, y el clan se empeñó con Amador, un hombre lleno de buenas intenciones pero que también acató un mandato que no había elegido.

Celeste y Amador se miraban pero no se veían; vivieron atrapados en un matrimonio que no daba frutos. Cada vez se sentían más lejos el uno del otro, y un día cualquiera, cuando Celeste salió para dar de comer a sus animales, se quedó petrificada cuando vio el cuerpo inerte de Amador meciéndose con el aire, colgado de la rama de un árbol.

Los años fueron pasando.

Hace días que llevo observando a esa mujer.

La veo entre la gente, entre los escombros; la veo ausente subiendo al monte, entretenida con los gatos, y siempre acompañada de un perro blanco.

Hoy ha amanecido un día gris de frío y lluvia. La he visto dirigirse a la montaña y he corrido tras ella. Me ha sobresaltado un perro blanco. Le he preguntado:

  • Señora, ¿busca algo?
  • Sí, a una niña.

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