Las gotas de sudor aún le caían por la frente mezclándose con sus lágrimas. Les había pedido a todos que saliesen del quirófano. Quería un momento a solas con su hijo. Parecía dormido. Albert sólo tenía 19 años y ya no podría cumplir sus sueños.

Xavier llevaba como cirujano en aquel hospital más de 20 años. Sus compañeros insistieron en que no debía estar presente en la operación, pero él se negó. Era su hijo y tenía que estar allí. Las heridas eran irreversibles. Casi cinco horas no fueron suficientes. El golpe fue brutal, dañándole gran parte de sus órganos vitales.

Su mujer estaba en el hospital. Había salido ilesa. Aún no la había visto pero le confirmaron que estaba bien.

María permanecía en una habitación dos plantas más arriba, ajena a lo que pasaba en aquel quirófano. Acababan de sacarle sangre para un nuevo análisis. Cuando las ambulancias y la policía llegaron al lugar del accidente la encontraron sentada en el arcén. Desorientada y llorando, con sus ropas llenas de sangre, sangre que no era suya.

La llevaron a una ambulancia. Le realizaron el test de alcoholemia allí mismo. 0,54.

En ese mismo momento, la policía le comunicó que estaba detenida. Asintió con la cabeza asumiendo aquel juicio rápido del que se sabía que era culpable.

Xavier se encaminaba por el largo pasillo que llevaba a la habitación donde estaba su mujer. Un policía custodiaba la puerta.

Estaba en la cama, con la mirada perdida. Xavier se sentó frente a ella y la miró un tiempo que le pareció una eternidad. No dijo nada. María miraba hacia la ventana ahogando el llanto. Sabía que su hijo había muerto. Lo Supo desde el principio. Su cuerpo inerte en el asiento del copiloto. Incapaz de tocarlo.

Paré de escribir…….. Xavier guardaba silencio.

Demacrado, con sus ropas raídas y su manta de un color inclasificable, las lágrimas le caían por sus mejillas sucias como un niño pequeño. Lágrimas cargadas de culpa. Era la primera vez que contaba su terrible historia.

Llevaba meses viéndole deambular por la ciudad, comiendo de lo que desechaba la gente en los contenedores y fumando colillas….

Decidí que tenía que contar su historia.

Cuando Xavier vió el segundo análisis ni siquiera habló con ella. No se despidió de la que había sido su compañera casi treinta años. Salió de aquel hospital con lo que llevaba puesto y emprendió un camino sin rumbo. Era su castigo y su penitencia.

Quedé con Xavier varias veces. Le llevaba tabaco y algo de comida. Nunca quiso aceptar ayuda y me contó que su familia lo buscó y dos años atrás intentaron que volviese. Se negó. Ya no podía volver de dónde huyó.

Un Viernes fui a buscarle donde siempre. Llegué más temprano de lo habitual, lo esperé y no apareció. Fui a los hospitales y a la policía. Nadie sabía nada de él. Lo busqué en los siguientes días y meses, incluso en la ciudades cercanas. Lo busqué entre los muertos. Se había ido sin más. Lo imaginé en otra ciudad, comiendo de los contenedores de basura y fumando colillas con su manta en la espalda y su mirada perdida.

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