“Y nadie encuentra al otro
pero siguen buscando”
Bukowski
La vida es una sucesión de accidentes, pequeños movimientos sincrónicos y asincrónicos que acumulados determinan apariciones y desapariciones; condena o fortuna… un torrente de azar.
Y por azar estoy en Nueva York; me acompañan el invierno y un pésimo inglés; hace unas semanas conocí la nieve, entendí que el lugar de donde vengo es poco menos que una pequeña provincia, y que, rascacielos, museos, avenidas, y bibliotecas son palabras cuyos significados han quedado irremediablemente modificados en mi memoria… Comparar es un mecanismo elemental de supervivencia.
Olvidaba decir que la idea que tenía del desplazamiento citadino también ha cambiado desde que me muevo en el Metro; encontrar casi en cada calle escaleras que comunican con un sótano inmenso, oscuro, cientos de estaciones subterráneas con rieles que se pierden en el horizonte y ratas caminando entre ellos, es algo que no vi antes. Moverme en una ciudad de tales proporciones (rápidamente) tampoco.
Debo confesar, a mi pesar, que soy rústica; que me asombran esas cosas aparentemente cotidianas y, que estando presa en el español como mi única lengua, hoy, por quinta vez me he perdido en el Metro; me dirijo a Junction Boulevard, pero estoy sin ánimo de repetir la vergüenza de las últimas noches, pedir indicaciones a las personas que hablan inglés es inútil, jamás entiendo.
Nada que hacer, rodar por estaciones hasta llegar a una remotamente conocida es la opción. Resignada a mi ignorancia, y sin otra cosa por hacer me convierto en espectadora, observo a todos con detalle: la anciana oriental, la masacre del tiempo; la joven de la bufanda verde, la vacuidad de los días; el hombre negro que duerme profundamente, la dicha del inerte; la rubia adicta al celular, la belleza de lo inhumano; la mujer del burka, la nostalgia y… Al fondo, como una postal tomada de Vida de un vagabundo, veo a la pareja, la danza de los errantes: Ella, de pie, en su mano una botella de trago barato, con turbante, negra, lánguida, andrajosa; él, sentado, canoso, corpulento, anchas ropas y un ojo de vidrio, ambos ebrios.
Parecen personajes de Bukowski en plena encarnación; la escena es atípica, ella hurga incansablemente en una bolsa plástica que tiene sobre la silla; se desespera, saca libros y revistas mientras él lee en voz alta un libro cuya portada muestra a un hombre sonriente con un verde paisaje de fondo: I Declare… promesas para proclamar, cumplir sueños y alcanzar el éxito, nadie escucha. Ella insiste, busca una y otra vez algo que no puede hallar.
I Declare, grita el hombre, mientras ella hurga en su raída bolsa, toma de su chaqueta un cigarrillo que rompe al sacar, maldice, y el hombre detiene su lectura, sonríe e intenta besarla, ella lo rechaza. El hombre la ve con tristeza, se pone de pie y camina por el vagón, se detiene justo al frente anuncio de la Cuny University of NY, perplejo, con anhelo, luego parpadea como si fuese a llorar, se mueve pero no deja de mirar el anuncio “Cuny american dream machine”. lo contempla con añoranza y, tal como su acompañante, parece buscar una y otra vez algo que no puede hallar.
Mientras él continúa absorto, ella toma el último trago de la botella y la bota al suelo; camina, está sudando, su rostro tiene dibujado el sufrimiento; sin asomo de vergüenza, sale a orinar en el enlace de los vagones, segundos después él nota la ausencia de la mujer y maldice; la busca, se desespera porque cree que la ha perdido, él intenta salir del tren y la encuentra en cuclillas orinando en la unión de la línea, ella, sonríe para tranquilizarlo, él asiente y cierra la puerta; al cabo de unos minutos, ella entra, huele a orines, huele a cuerpo, deja huellas a su paso por la humedad de sus zapatos, la gente la mira con asco, ella no lo nota, no le importa.
Al regresar continúa fisgando en la bolsa, la revuelve y una vez más, no encuentra nada. Cuando el vagón se detiene, y quiere bajarse, él se lo impide; todos los pasajeros ven la discusión, escuchan los gritos, muchos pasajeros se bajan, él la toma del brazo y ambos finalmente salen y se pierden en la estación; seguramente seguirán buscando aquello que no pueden encontrar.
Sonrío, este es el retrato de nuestra gran miseria, somos simples vagabundos buscando algo que no se puede hallar. Desplegada la condena escucho en mis profundidades las voces de páginas antaño leídas… “No íbamos a volver a vernos nunca, estaba libre en un sentido renovado, libre para convertirme en la eterna viajera” [1] buscando en cada país, en cada calle, en cada puerto algo que jamás podría encontrar, asumo la pérdida de un destino, ahora, soy camino…
[1] Sexus. Henry Miller
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