San Blas: Viaje al Sol Naciente

San Blas: Viaje al Sol Naciente

Se dice que un viaje es un gran viaje solo si te cambia la vida. Cuando partí hacia el archipiélago de San Blas, en Panamá, nunca imaginé que volvería siendo una persona distinta. Mi rutina de ordenador, teléfono, prisas y chaqueta se vio cambiada por otra de arena y mar. Comprendí que la mejor dormidera es la brisa del atardecer, y el mejor despertador el Sol naciente. Pude atisbar, además, que el ser humano necesita muy poco para ser feliz, o al menos para llevar una vida satisfactoria, una vez está despojado de las artificiales necesidades que nos rodean en nuestro día a día. El contacto en libertad con la naturaleza me devolvió a la plenitud. Mis mejores entretenimientos eran los baños en las orillas de fina arena y aguas tibias, rodeado de pececillos que me hacían cosquillas en los pies. El mejor manjar un buen cangrejo recién pescado con lanza, acompañado de arroz y coco. Las mejores noches aquellas en las que una hoguera a la luz de la luna alimentaba divertidas tertulias, que en algún caso se prolongaban hasta el amanecer, ya bien lejos en la intimidad, con alguna mujer que era tan “bala perdida” como yo.

Cada día tenía la oportunidad de recorrer en una barcaza distintos pueblos habitados por los Kuna Yala, seres de alma cálida y cuya perpetua sonrisa siempre recordaré. Al atardecer, de vuelta a mi cabaña, donde el silencio me rodeaba, podía al fin volver a escuchar mi propia voz, que es la única que desde siempre ha sabido guiar con firmeza mis pasos.

Ahora, en los días más aciagos y tristes, la promesa de que algún día volveré a San Blas me consuela y fortalece. Y vuelvo a decirme que mi viaje fue un gran viaje, porque me cambió la vida.

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