Juan esperaba al tren en la estación. Este viaje iba a dar por finalizado un capítulo de su vida que había resultado bastante doloroso. Habían pasado diez años. Con 18 llegó a Madrid con todas sus ilusiones recién estrenadas. Cómo iba a imaginar en aquel momento que ahora se iba a encontrar en esta situación: sólo, con su pequeña maleta como todo patrimonio y el corazón y la autoestima hechos añicos

Madrid, abril 1.982

Deseaba a toda costa llegar a ser un famoso actor. No le importaba trabajar duro y empezar desde abajo. Traía algunas direcciones y contactos de su Sevilla natal, que le servirían en un primer momento para abrirse camino.

Llegó a casa de unos amigos de sus padres que lo recibieron felices y le dijeron que para ellos sería como el hijo que no habían podido tener. No se pensó, en ese momento, que esta frase llegaría a ser un tormento para él.

Los primeros días los dedicó a conocer la nueva ciudad. Era primavera y los parques empezaban a vestirse con sus mejores galas. Paseaba, disfrutaba de los olores, los colores, la gente… todo le parecía muy hermoso.

Visitó museos, se familiarizó con el metro, los bares que tenían música en directo, el vendedor de periódicos. Y poco a poco fue haciendo de Madrid algo suyo.

Efectivamente, en casa lo mimaban. Todo estaba preparado al detalle: su habitación, su ropa, la comida… Se desvivían por él.

A veces, recordaba a su familia, sus amigos. Los echaba en falta pero era más fuerte el impulso por todo lo nuevo, y se alegraba de estar allí

Se puso en contacto con una productora. Estaban haciendo un casting para una película. Realizó la prueba y aunque no le dieron ningún papel importante, le ofrecieron la posibilidad de ser figurante. Todo vale para empezar, se dijo.

Madrid, junio 1.987

Siguió presentándose a castings y la suerte no llegaba; La última experiencia había sido especialmente traumática. El encargado del mismo le sugirió que si era «amable» con él tenía un papel asegurado. Había oído rumores sobre este tipo de actuaciones pero no se lo quería creer. Su moral cayó por los suelos. Empezó a pensar si efectivamente no valdría para ese oficio, pero apartó esa idea. No iba a dejarse vencer.

La convivencia en la casa le asfixiaba. Estaba casi a borde del colapso. La señora en su afán maternal no le dejaba respirar. Tenía que tomar una decisión.

Y optó por ir a una habitación en casa de unos colegas y ponerse a trabajar.

Encontró un puesto de camarero en una cafetería del centro. Siguió haciendo castings.

Estrenó una nueva vida. En casa se lo pasaba muy bien, se encontraba a gusto. En el trabajo empezó a conocer a los clientes habituales y ahí fue donde la descubrió.

Todos los días, más o menos a la misma hora hacía su aparición. Sola con un libro en la mano. Se sentaba en la misma mesa, como si la tuviese reservada. Era bellísima. Ojos color caramelo, melena castaña clara que le caía sobre los hombros como una cascada. Y una mirada que derretía el hielo.

Tenían un ritual. El se aproximaba, se miraban, pedía su café y corría para servìrselo en su punto. Soñaba con que rozaría su mano y en ese momento le transmitiría todo su amor. La amaba profundamente, en silencio,

Un día llegó a su hora pero con una diferencia. No venía sola.

Pensó que sería un amigo. Pero enseguida comprobó que era algo más que un amigo.

Quería morirse. El mundo se le vino abajo. A duras penas terminó su jornada laboral y se fue a casa a llorar.

Lloró por su fracaso como actor, por las ilusiones perdidas, por el amor que no llegó a florecer, por los años perdidos

Pasó varios días sumido en ese estado y por fin, con la ayuda de un compañero, decidió que su estancia en Madrid había concluido y regresaba a su ciudad natal

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