El Sol entre los olivos

El Sol entre los olivos

El olor del romero transportado por la ligera brisa levantina, que lo envolvía y lo trasladaba al hogar con el cual no había dejado de soñar por doce largos años. Pero ahora ya no tendría que soñar mas, se encontraba en la tierra que le vio nacer, podía ver el brillo del sol entre las hojas de los olivos a la vez que vislumbraba un pequeño pueblo entre las montañas alicantinas.

-Por fin, Tollos- pensó en voz alta sin poder evitar que una fina lagrima corriera por su mejilla -No ha cambiado nada-

El hombre de mediana edad pero aun joven, con una pelo corto castaño y con una barba del mismo color que comenzaba a necesitar un afeitado caminaba por el pueblo percatándose de que, mientras caminaba por el el pueblo la gente con quien se cruzaba lo miraba con desconfianza y recelo posiblemente debido a que sus ropas estaban harapientas y el sucio del largo viaje.

Al pasar la plaza del pueblo donde se hallaba una iglesia igual de humilde que el mismo pueblo donde se hallaba, llego a una gran casa blanca donde una mujer sentada en una humilde silla verde en la entrada tomaba el sol sin preocupación alguna.

El hombre se puso delante de la anciana tapándole el sol a lo que ella reacciono abriendo sus pequeños y somnolientos ojos verdes, y dirigiéndole una mirada de desagrado.

-¿Que se le ofrece al caballero?- pregunto sin mucha ganas -Si busca alojamiento la bodegita de la entrada tiene en renta unas habitaciones que si bien son humildes también son acogedoras- añadió al no recibir una respuesta inmediata.

-Si bien son humildes como usted a dicho no son muy acogedora ademas, que l dueña es su hermana- dijo de forma picara el hombre.

-¿Y eso como lo sabe usted?- pregunto la anciana con desagrado.

-Madre, soy yo ¿ es que ya no se acuerda de mi?- dijo el hombre con cariño, mientras sujetaba la amano de anciana.

-¡¿Pep?!- grito sorprendida la anciana-

-Si madre, soy Pep ¿que no se acordaba?- dijo el con un tono burlón.

-Pep, estas vivo…has vuelto- sollozaba la mujer entre lagrimas.

-Tranquila ya estoy aquí y estoy bien- decía el hombre mientras le acariciaba la blanca y temblorosa cabeza de la anciana.

-Nos…nos dijeron que Cuba se había perdido y que muchos…muchos habían muerto- la anciana podía dejar de llorar.

-Y así fue pero la enfermedad nos diezmos mas que las balas- el tono del hombre por un momento se volvió sombrío -Pero ahora lo que importa es que ya estoy aquí- dijo recuperando la alegría en la voz.

Ambos entraron a la gran casa, el hombre apenas pudo contener las lagrimas cuando estuvo dentro.

-¡Manolo, Manolo rápido baja! – grito la anciana -Dios me ha escuchado, me ha escuchado-

Por las escaleras bajo un hombre mayor, flaco con un prominente bigote blanco con una mancha amarillenta en el centro fruto de los cigarrillos a los que era tan aficionado.

El anciano se quedo quedo parado en mitad del recorrido y observando al hombre que se abrazaba a su esposa. De pronto bajo las escaleras como alma que lleva el diablo y saltándose las lagrimas de los ojos se abrazo al hombre.

-¡Pepet, Pepet, Pepet…mi hijo, mi hijo!- celebraba el anciano entre lagrimas

Los tres se abrazaron llorando por un buen rato. Poco tiempo después la noticia se extendió por el pueblo y todos fueron a recibirle ha abrazarse y a llorar de alegría.

Esa misma noche se organizo una gran fiesta de bienvenida en la bodegita del pueblo que duro hasta altas horas de la madrugada. Ya casi al amanecer solo quedaban el padre y el hijo que se encontraban en la puerta de la gran casa blanca fumando un cigarrillo.

-¿Vamos al campo de olivos a ver como sale el sol? Como cuando eras pequeño- pregunto el padre con ilusión.

-Claro- respondió el hijo con mas ilusión todavía-


FIN



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