Y si los sueños mueven el mundo

Y si los sueños mueven el mundo

Jesús Rivas

25/08/2018

Me llamo Julia y tengo 117 años. Veréis, siempre creí que la vida es extraordinaria. Que es un bonito regalo que no se debería menospreciar. La vida es emocionante, impactante. Sí, a veces es decepcionante e, incluso insufrible, pero todo conlleva un desafío. Y aunque ya sabemos que el destino es caprichoso, de hecho, hay veces en las que lo puede ser demasiado, debemos afrontar sus trabas y zancadillas aferrando fuerte las riendas y gritándole: ¡Oye tú! ¡Mi vida me pertenece y no voy a dejar que la manejes a tu albedrío!

Y, os digo todo esto, porque siempre he sentido que, cuando algo se desea de corazón, cuando nuestro deseo es auténtico, cuando somos honestos a nuestra alma, pueden pasarnos cosas asombrosas. Lo sé y lo digo, porque viví un acontecimiento no menos que increíble. Al fin me he decidido a contar la verdad.

Aquí comienza mi historia:

Corría principios de junio de 1999 y, como todas las primaveras, y a mis 60 años de edad, viajé al sur, a Rascafría, a la vieja casa de mi abuela. Es un lugar apacible y apartado en medio de la naturaleza en el que siempre trataba de buscar tranquilidad. La necesitaba, ya que si mi enfermedad no acababa pronto conmigo, lo haría mi obsesión por la investigación científica que llevaba desde hacía años sin resultados.

Me senté en el fresco manto de hierba, bajo la sombra del ancestral tejo, un árbol que se hallaba solitario ––siempre lo comparaba con mi soledad–– en la cima de una colina de suaves pendientes. Abrí mi libro de fantasía ––el primero de ese género que me disponía a leer––, y que era prestado. Me dijo mi amiga que si en ciertas ocasiones cerraba los ojos, esa fantasía me atraparía y me sumergiría en su mundo. Así pues, acomodé mi espalda contra el nudoso tronco, y me dejé llevar por el armonioso murmullo del arroyo de aguas refrescantes que discurría a unos metros.

Las sombras del tronco comenzaron a alargarse con la caída de la tarde. Levanté la mirada de la lectura y pasó una bandada de pájaros a escasos metros que seguí con la mirada. Un agradable aroma de romero fresco invadió mis papilas olfativas. Cerré los ojos, inspiré, y, reparé en cómo se despejaba mi mente. Las preocupaciones se dispersaban como arrastradas por una brisa de primavera. Una ráfaga de aire transportó lo que me pareció un susurro y, de súbito, abrí los ojos…

––Llevo mucho esperándote, amada.

—Sé que estoy soñando ––dije sonriente pero aséptica.

—¡¿Eso crees de verdad?! —Me ofreció una mano con su sonrisa auténtica, entrañable.

––Hace ya mucho que te fuiste, Marco. Presencié cómo el cáncer te consumió. ––Las lágrimas inundaron mis ojos y, aunque sabía que estaba soñando cogí su mano. Fue curioso, porque al tacto sentí todo lo contrario. Me rodeó con sus brazos y mi cabeza descansó sobre su pecho. ––¿Cómo puede ser? ¿Dónde has estado todo este tiempo? ––Le pregunté sollozando.

––Ven, Julia, voy a enseñarte algo.

Después de recorrer un trecho del arroyo ––durante el cual no cesé de hacerme preguntas––, llegamos hasta un pequeño lago. Una cascada irrumpía sobre la superficie de forma sutil, como si con su mano la acariciara. El paraje parecía sacado de un cuento de fantasía.

––¡¿Qué haces?! ––Marco, mi marido, se estaba desnudando y no pude contener la risa––. ¡¿Te has vuelto loco?! ––Antes de darme cuenta sus pies tocaban el agua.

––¡Venga! ––dijo riendo como si estuviera haciendo una travesura y ofreciéndome la mano––. ¡El agua está buenísima!

––¡Por favor, cariño, a nuestra edad! ¡Jajaja! ¡Me da mucho pudor!

––Hasta donde yo sé el agua no entiende de edades.

Me desnudé sin pensarlo y cogí su mano. Nos adentramos hasta la cintura. Y lo siguiente fue… que él volvía a ser joven. Me miró con deseo, bajé la mirada y, me descubrí un vientre plano y unos senos jóvenes, firmes. Él apartó un mechón de cabello negro de mi cara y me atrajo hacia sí. Me dejé llevar, lo deseaba… Apoyó su frente sobre la mía y rodeé su cuello. Rocé mi boca con sus labios y me besó, con ternura, con amor. Me abrazó y pude sentir su impetuoso corazón golpeando sobre su fuerte pecho.

Me tumbó en la arena y me miró a los ojos con sus profundos iris verdes.

––Marco, no quiero despertar ––musité suplicante.

––Ya lo sé, mi amada. Pero debes hacerlo, tienes una importante labor por delante…

––No, no quiero escuchar lo que me tienes que decir… ––Apoyó un dedo en mis labios.

––Si te quedas aquí, permaneceremos jóvenes para siempre. Aunque créeme que prefieres volver.

––¿Por qué? ––Dije con desesperación.

––Porque debes cambiar este mundo que enferma a diario. Porque tienes que llevar a cabo tu sueño.

Me secó las lágrimas y me sonrió, esa sonrisa inconfundible de despedida. Mi cuerpo temblaba, de excitación.

––Marco, te deseo… ––Y fue como un amor de verano…

Desperté acurrucada junto al tronco del tejo. Y con sus palabras ––pasado un tiempo–– conseguí detener mi enfermedad, la misma que se llevó a mi marido. Ahora ya sabéis la verdad. Ya sabéis cómo conseguí la vacuna. Ahora sabéis cómo conseguí detener el cáncer que me carcomía y que estaba destrozando el mundo.

¿Que por qué desperté? ¿Por qué no me quedé con él?

Porque me pidió que cumpliera mi sueño, que cambiara el mundo.

Sus palabras fueron simplemente: “Cree en ti”.

Ahora sabéis por qué se puede cambiar el destino. Y por qué la vida es un regalo que no se puede menospreciar. Ahora sabéis por qué ocurren cosas asombrosas.

Hoy es uno de junio del 2056 y estoy en Rascafría, bajo la sombra del tejo. Desde hace bastantes años me trae mi hijo. Sí, es lo que estáis pensando, sucedió aquél día. Le he secado las lágrimas, sonriente, esa sonrisa inconfundible de despedida.

––Hola, amado, estoy preparada para viajar a tu mundo…

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