Hace muchos años que te estábamos esperando anhelantes, una tarea pendiente inmersa en un tintero infinito. Cuando casi creíamos verte, coleteabas como un precioso delfín y te escondías en las profundidades del océano sin límites, la vida era plácida cual paraíso en mitad del pacífico mientras por el horizonte se oteaba la galerna.
Intentamos capturarte en Bali, hasta los lagartos aulladores dan fe de nuestros intentos saltando de una ciudad a otra cargando varias maletas, tallas de madera cuidadosamente esculpidas y lienzos de oleos sumamente maravillosos. Viajábamos por toda la mágica isla, visitando templos y volcanes… cruzando vastas selvas verdes alicatadas de plantas de cacao, café, arrozales y cultivos de todas las especies.
Los dorados monos nos saludaban amablemente con sus manos extendidas increpando ofrendas, mientras seguíamos tu estela perdida entre mil caminos. Cuando nos cansamos de correr, vino la cigüeña y nos dijo: – Lo siento, no hago portes desde tan lejos…
Tuvimos que regresar a Madrid con sus rápidas calles y avenidas frenéticas para poder encargarte y que te trajeran a domicilio. El viaje había comenzado en verdad mucho antes, pero ocurre que, en algunos destinos, disfrutas tanto del trayecto que sólo te das cuenta de que has llegado después de varias horas o incluso días.
Digamos que las primeras nauseas matutinas nos avisaron mucho más de donde estábamos que de donde veníamos. Mientras deshacíamos el equipaje tu existencia nos fue gratamente revelada. No nos dio tiempo ni a colocar los cuadros, emprendimos entonces un éxodo hacia una casa más grande antes que fuera demasiado tarde. Empleamos unos meses en encontrar el lugar apropiado. Crecías confortablemente en tu maleta particular, sin percibir los cambios que como hojas del otoño se acumulaban.
Apenas nos desplazamos medio kilómetro al norte, pero en esa distancia, cambiamos de distrito, ambulatorio, código postal hasta del día de reciclaje. Algunas cosas permutan muy rápido en poco tiempo y otras tardan lo suyo en suceder… pero todo lo bueno se cuece siempre a fuego lento.
Después de la noticia, la mudanza, desembalar, limpiar y colocar, al fin pudimos colgar los cuadros y decir que estábamos preparados para tu llegada, pero era un falso espejismo y el nido… se convirtió sin quererlo en una terminal de viajeros.
De Ciudad Real a León, tuvimos que visitar a todos los interesados comunicando la nueva, como el pregonero hacia antaño. Trayectos con coche… en tren, usamos casi todos los medios de transporte desde lograr concebirte hasta el momento el parto. Nos faltó viajar al espacio para robar estrellas para ponerlas en el techo de cuarto, pero en la aduana nos advirtieron muy seriamente de que no era una práctica demasiado saludable ni pensaban permitirnos la substracción de orbes celestiales a tales fines. Nos conformamos entonces con escoger que tu habitación fuera la que mejores vistas tuviera.
Meses enteros tratamos de convencer a la luna para que adecuara su rutina y desfilase por la ventana, muchos versos y demasiados sonetos. Una cantidad ingente de horas nocturnas peleando fervientemente como un buen lunático hasta lograr un trato preferencial mientras tú arraigabas como una semilla dentro de terreno fértil y bien abonado.
La música fue ajustándose a cada estación del metro por la que viajabas, cuando no se ve la luz toda aventura parece más larga. Por suerte había suficiente alimento como para sobrevivir tantas jornadas privadas de la libertad de bailar bajo las estrellas. El mundo seguía girando con su delicado deambular mientras el vientre crecía hasta lograr el esperado eclipse de la luna roja.
No llegaron a pasar nueves meses desde que el viaje comenzó entre los arrecifes de Gili Trawangan con sus aterciopeladas playas de fina arena a base de corales. Para nada importó en absoluto las quemaduras ni las heridas de guerra. La travesía había sido tan agradable que las sonrisas florecían por todos los rincones, y conforme ibas tachando las tareas pendientes de la lista, la calma que precede a la tormenta tenía tantos matices como un diamante bajo la luz artificial.
A veces la espera en un aeropuerto, es interminable como un reloj de arena que no avanza, otras es un suspiro que lo mueve todo sin dejar huella, así llegaste tú al planeta, justo después de una luna llena. Como quien fabrica un ángel a base de entelequia, viniste sin ni siquiera llorar. No conoces siquiera las lágrimas, sólo la batalla. El diluvio descargó toda su rabia aquella primera noche que las ventanas parecían cascadas como espejos a uno y otro lado de la realidad.
Después de tanto tiempo habías llegado y cuando el cielo dejó de celebrarlo, comenzó a regresar poco a poco la paz. Ahora la vida se lleva de otra forma más sutil y placentera. Los problemas se pesan por kilos al igual que los pañales y lo que no importa se esfuma sin pensarlo por la ventana. A cada gramo que engordas, nuestra felicidad aumenta exponencialmente. Las horas de sueño que ganas, lo festejamos como si fuera la última noche en la tierra. El mundo es sencillo dentro de una pecera hasta que de pronto alguien abre la puerta y te deja salir a explorar.
Actualmente todo es una nueva experiencia, olores, colores, texturas… voces nuevas y otras que ya recordabas desde el principio de los tiempos, reconocer las caras, alucinar con los árboles y sus sombras, volver a ser un bebé para comprender todo lo que te rodea, como una flor que muestra sus pétalos victoriosos, ser esa gota de agua que empieza el mundo en la montaña y recorre toda su existencia hasta acabar en el mar.
La vida es el viaje más maravilloso que existe colgada como un koala del pecho de tu orgulloso padre, que tanto tiempo esperó a verte, como un atardecer en las playas donde te encargamos, pero que nunca terminará hasta que dentro de unos años podamos ir todos, allí donde la historia empezó con un sueño que no tiene final sino sólo un destino que de significado a ser uno con el universo.
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