«Por grande, desordenado y azul…»

«Por grande, desordenado y azul…»

Cecilia Carpi

13/08/2018

En 2010, finalmente fui a Chile, el año y el mes de uno de los terremotos más devastadores sucedidos, tanto que la mañana del 27 de febrero mi hijo mayor, me despertó con estas palabras «ma, prendé la tv y agradecé a Dios» en mensaje de texto. Con horror vi como el Aeropuerto «Arturo Merino Benitez» que sólo por una semana había dejado atrás, era una masa de hierro retorcida y escombros. Ese año había logrado viajar al país que prácticamente había estudiado de memoria.

En suelo chileno sentí que lo conocía desde siempre. Llegué al Hotel Panamericano, a dos cuadras de la casa de La Moneda, en la calle Teatinos, cerca de la Alameda, a pasos de la calle Huérfanos, data que ya manejaba antes de llegar.

Había imaginado el viaje, quería conocer la tierra de Violeta Parra, mirar el Pacífico del que Pablo Neruda, navegante de tierra, había dicho que por grande, desordenado y azul y al no tener donde ponerlo se lo habían dejado al pie de su ventana. Tenía la necesidad espiritual de vivenciar las calles, los colores, sabores y sonidos que nutrían las sensaciones puestas en letras de canciones, poemas, pinturas e historias por gente maravillosa, creativa y atemporal. Quería descubrir dónde habían ocurrido los hechos de una de las páginas más oscuras y violentas de la historia latinoamericana.

En Santiago, caminando cerca de La Moneda, intenté imaginar el 11 de septiembre de 1.973, realmente no pude dejar de ligar esa fecha a otro negro día de la historia de la humanidad, el de las Torres Gemelas en 2.001 cuando la muerte y la intolerancia sólo sembraron dolor. En mi país, ese día se celebra el «Día del maestro».

Sin embargo, descubrí además que esta tierra era cuecas, mote con huesillos, ceviche, pisco, museos, iglesias, bodegas y mucho más.

En la Capital, donde me alojé los días que estuve, visité todos los museos que pude: Arte Precolombino, Arte Moderno y en el Centro Cultural La Moneda pude ver una muestra de tapices de Violeta Parra. Los «Guerreros de Terracota» de China. Caminé por el puente sobre el río Mapocho y llegué hasta el bohemio Barrio Bellavista. Fue emocionante y pleno, cada paso dado era un metro ganado a lo desconocido, cosas que el corazón atesora, no sabe por cuánto tiempo pero cuando las concreta todo lo demás es posible. Bellavista es mágica, un paseo peatonal con lugares bonitos y bien distribuidos, las calles de piedra, todas bordeadas de flores.

Recorrí sus calles e imaginé a «la Chascona», tal como Neruda llamaba a Matilde por su cabello rojizo y ensortijado. Precisamente, en este barrio se levanta una de las tres casas que Neruda tuvo en Chile. Aquí está «La Chascona», en honor a su amada. Aquí hay obras del autor, colecciones geniales y un cuadro pintado que según como se lo mire, muestra el rostro de Neruda o de su amada Matilde. Esta obra tan significativa como testimonial fue realizada por Diego Rivera. Que más se podría decir…Neruda. Diego Rivera.

Chile es más, es también «La Sebastiana» entre otras cosas, (la casa de Valparaíso). En todo momento me pregunté si estaba despierta porque fue posible mirar por las mismas ventanas que permitían a Neruda ver zarpar o llegar al puerto desde las intensas azules entrañas del Pacífico.

Desde la carretera uno siente que las casas, de colores fuertes, están colgadas de la montaña, como una paleta con tonos que serían el ideal para cualquier aficionado a la pintura. Construcciones que cuelgan de las almas de los pesqueros.

«Puedo escribir los versos más tristes esta noche»…¿quién no sintió alguna vez lo mismo ante el final de un amor?.

Otro día llegué a «Isla Negra». En ella quedé inmóvil ante las extrañas colecciones de insectos, cabezas de proa: todas las mujeres hermosas, casi reales. Desde ahí bajé por la escalinata que llega al Océano, tocar el agua tan fría. Era un día grisáceo y claro y al sentarme cerca de la inconfundible cabeza de piedra con la gorra inclinada a un lado, que representa a Neruda siempre mirando y custodiando al Pacífico, el silencio habló por mí.

Después: el Reloj de Flores de Viña del Mar, las fría aguas de Cartagena y Renaca, las callecitas y las vasijas de barro de Pomaire ya habían saciado mi sed inicial de viajera.

Sigo atenta a lo que allí sucede, a los cambios, a los logros. Seguí la odisea de los 33 mineros, la lucha de los estudiantes, la figura de Camila Vallejos, los libros de Isabel Allende y un buen día del 2011, viví el estreno de «Violeta se fue a los cielos»…siento que nada termina…que todo es un comienzo y hasta quizás un regreso…son tan sólo 110 minutos de vuelo.

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