Desde la tierra húmeda un sapo salvaje brinco en dirección a su enemigo, el acecho de su mirada no vacilo. Aterrizo junto al escorpión gigante que lo esperaba con el aguijón erguido. En el aire el sonido de una parvada desvió nuestras miradas, eran pájaros gigantes de colores que se ondeaban entre las copas de los árboles. Finalmente y antes de dar nuestro primer paso, el furioso rugir de un mono aullador nos hizo vibrar.
Nanciyaga nos daba la bienvenida.
Pudimos continuar nuestro camino solo esquivando la batalla que se llevaba a cabo en el suelo. El escorpión había inyectado su veneno en el pecho del viejo sapo, murió al instante.
La piedra caliza nos dirigió hasta la recepción en donde fuimos atendidos amablemente y seguimos hasta nuestra cabaña a la orilla del lago.
«El aire es distinto al de nuestra ciudad, aquí es un aroma cálido y puro. La humedad se siente en la piel» pensé.
Entramos a la cabaña y echamos un vistazo. Una cama matrimonial, un espejo mediano y un tocador con una charola de frutas era lo único que nos recibía. En el balcón dos sillas de madera y el lago a nuestros pies. No podíamos pedir más, no era necesario ningún otro lujo. Ni siquiera nos preocupamos cuando en la recepción dijeron que no contaban con energía eléctrica.
Empezaba a oscurecer y entramos a la cabaña a dormir. Por fin mi sueño se estaba cumpliendo. – Descansa hijo- me dijo mi viejo mientras sonreía, yo también sonreí y en mi mente lo ame con todo el sentimiento.
Temprano tomamos un kayak juntos para remar en el lago, me asusto saber que en el agua vivían cocodrilos, pero como siempre mi padre me protegería. El sol en medio de la laguna atacaba con mas firmeza. – Esto te encantará pequeño– mi viejo sudaba mientras trataba de animarme –iremos a la isla de los monos- continuo remando.
A cinco metros de la famosa isla de los monos una enorme manada se percato de nuestra presencia y bajaron de los árboles. Nos advirtieron que este tipo de animales es muy salvaje e intolerante al contacto humano, además de ser de las únicas especies de monos nadadores en el mundo. – ¡Mira hijo!- grito emocionado -¡Mira ahí… los monos!- y comenzó a arrojarles fruta. Un metro de distancia nos separaba de la pequeña isla y mis nervios comenzaron a acrecentar. No debíamos de estar tan cerca, quería rogarle a mi padre para volver a nuestra cabaña, pero se veía feliz alimentándolos, no lo quería arruinar.
Regresamos a la reserva después de que uno de los monos más jóvenes tratara de atacarnos cuando nos acercamos demasiado a la rama de un árbol de la isla, fue un gran susto que después se transformo en carcajadas. Mi viejo termino agotado, pidió una cerveza y nos acomodamos en el balcón de la cabaña.
-Dicen que aquí se ven las mejores puestas de sol en todo el país, ojala así sea hijo.
Puse atención en el paisaje, el sol pareció acrecentar su brillo de un instante a otro. Poco a poco el resplandor dorado en el horizonte comenzó a descender, como si fuese a bucear dentro de las aguas tranquilas en las que habíamos navegado. De repente, cuando el sol había sumergido la mitad de su brillo en el lago pareció perder intensidad. Del dorado paso al amarillo y después al naranja, como si estuviese muriendo poco a poco. Solo quedaba un trozo de el asomado por encima del lago. Cuando por fin se hundió, el cielo se volvió rojo, como si la sangre del astro hubiese pigmentado todas las nubes y en un segundo la noche apareció como si fuera un luto de la naturaleza.
Regrese la mirada a mi padre que dormía, en sus sueños parecía haber sufrimiento ya que se quejaba entre sollozos y ronquidos. Se notaba triste y cansado, quizá la nostalgia de ver morir al sol le afectó mucho. Pero ¿qué puede saber un pequeño de siete años?. Esta noche nos tocara dormir aquí afuera, fue un viaje fugaz y hasta donde sé, mañana termina.
Amanecimos en el balcón, mi padre no a dicho una sola palabra. Creí que estaba molesto pero puse más atención en su mirada, seguía triste. Pasamos cuatro horas en la cabaña acostados sin hacer ruido. Por ratos las mejillas de mi padre se humedecían de lagrimas y yo trataba de adivinar como podía estar tan triste en un lugar como este. Entre suspiros y silencios se nos fue el último día de padre e hijo. Mi viejo se levanto de cama y me tomo en brazos, su calidez me hizo sentir afortunado. Caminó hasta el balcón en el lago y justo antes de cumplir su promesa hablo por primera vez en todo el día.
-Mi pequeño hijo- luchaba por no llorar entre palabras – te amo tanto… quiero que me disculpes por estar así. Pude cumplir mi promesa… aunque… aunque no como lo hubiese esperado, pero estamos aquí los dos y eso es lo que importa.- secó sus ojos.
Cuando la puesta de sol iniciaba, mi padre me levantó a la orilla de la cabaña encima de las aguas tranquilas del lago y vertió las cenizas de lo que algunas ves fue mi cuerpo. Poco a poco cada partícula de mi ser fue cayendo al agua combinándose con la naturaleza. Y cuando el cielo se torno rojo, todo mi cuerpo se había esfumado, mi alma celebraba y entre el éxtasis de mi partida eche un vistazo más a mi querido padre. Lloraba en el balcón de la cabaña, me sonrió por última vez y volvió a entrar. Cuando la noche reinaba, una fuerte explosión rompió el silencio y cientos de pájaros huyeron asustados. La explosión venia de la cabaña de mi padre.
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