LA COPA DE SHAKESPEARE

LA COPA DE SHAKESPEARE

El frío y la incertidumbre mantienen despierto a Adrián, ha caminado toda la noche por las calles empedradas de Saint-Émilion, su cabeza trata de ordenar sin éxito los acontecimientos del día anterior. En tan sólo unas horas sus facciones han sufrido un envejecimiento prematuro; sus ojos se desplazan rítmicamente en movimientos involuntarios y las comisuras de sus labios caen a los lados. Es grotesco el poder de la angustia. La respiración es más acelerada; su corazón late con la fuerza de un río después del deshielo, creando sensaciones nuevas para Adrián. Experimenta un bombardeo constante de la misma imagen con distintos matices, como una película proyectada desde diferentes ángulos, igual que una marca comercial buscando persuadirle de la compra del terror. La melodía del miedo le incita a tomar un pasaje al país del pánico, un lugar del que ya nunca regresará si no encuentra a Annie. Pasa de largo el hotel y sigue caminando, lo hace relamiéndose en el dolor físico, huyendo de las sábanas en las que pasaría por las orillas del sueño sin poder profundizar en él.

Poco a poco el pueblo va despertando y comienza espabilar al nuevo día. El aire empieza a impregnarse del olor a café que exhalan las puertas abiertas de las cafeterías, totalmente insensible a las perturbaciones de Adrián. Las farolas todavía despliegan rayos dorados, pronto, el sol se inclinará ante la majestuosidad del paisaje, todo él, un monumento.

Los sonidos de la calle le ayudan a restablecer su cordura. Ahora, la hermosa imagen de la Iglesia Monolítica lo abarca todo, es el único espectáculo brillante que pretendía contemplar cuando se subió al avión camino de su nueva vida. En el interior del templo, pide ayuda a los Ángeles Guardianes de las Puertas del Paraíso, está impresionado ante la magnitud de tan colosal obra, si en el siglo VIII alguien pudo tallar esta belleza, él podrá encontrala.

-¿Dónde estás Annie?

Adrián creció entre viñedos, las tierras regadas por las aguas del Miño fortalecían las cepas entre las que jugaba. Su abuelo Risco le enseñó todo lo que la facultad no podría enseñarle: el amor por la tierra, el mimo a los viñedos, las caricias a un racimo, el brillo de una copa, los matices, el olor, el sabor, el sonido, la sintonía de un momento, la poesía del viento, el amor por el trabajo, a sentir el frío en las bodegas y reconocer la elegancia de una botella. Le animó a buscar, a experimentar. Le contó historias de su juventud en Francia, del trabajo en los viñedos, de su amigo Clément el francés… y de Shakespeare.

L’étrange vol d’un manuscrit original de Shakespeare a été perpétré hier soir dans la cave de Bellerose

El manuscrito lo heredó Adrián, aquellas palabras del dramaturgo recogían la antología poética a una copa de Bourdeaux, a un sabor, al éxtasis experimentado en un trago.

Risco y Clément vivieron la vida con pasión, en su juventud saborearon el éxito de la crianza de sus cepas, del amor robado en las cantinas, de la belleza: el vino y el arte siempre estarían unidos. Durante años cuidaron uno del otro y guardaron bajo llaves gallegas su valioso secreto. La vida pronto los separó, dedicándose cada uno a cultivar sus propias vides y su familia. Y el tiempo, año tras año, fue agregando piedras a un muro que les fue separando tal vez para siempre, a ellos, porque a veces, el mismo tiempo no guarda silencio y cumple promesas no cumplidas.

Y Adrián creció, vivió de prisa, se enamoró.

Y un día, Monsieur Bellerose le encontró y allí estaban, él y Shakespeare, en su primera exposición enológica francesa. Todo ocurrió deprisa; la presentación del manuscrito estaba prevista tras las catas. Vino la policía para registrar a los invitados y la fiesta dejó de serlo cuando se dieron cuenta del robo… otra vez.

Le pareció verla mientras escuchaba el discurso de Bellerose sobre los diferentes matices de su copa. Una larga melena caía sobre el sinuoso escote en la espalda de Annie, la imagen duró tan sólo unos segundos. Adrián tuvo la sensación de que alguien había tirado de ella para desaparecer tras el marco de la puerta principal.

La conoció en Madrid el último año de carrera.

Estaba sentada a su lado en la biblioteca de la facultad. Peinaba una cola de caballo que dejaba al descubierto un hermoso cuello. Largas pestañas movían el pelo del flequillo cada vez que abría y cerraba los ojos. La descubrió mirándole, se quedó mirándola, ambos sonreían con la alegría de conocer por fin a alguien que ya sientes conocer.

-¡Parecías muy lejos de aquí! Me llamo Annie.

La joven tendió la mano para saludarlo. El tatuaje de una vid lucía enredada en su brazo derecho.

-Mi nombre es Adrián, ¿qué significa el tatuaje?

Ella se limitó a sonreír.

Y ese mismo día comenzó un bello romance. Entre el amor y el vino no caben nada más que alegrías y música y pasión. Meses después, en una dramática despedida, prometieron volver a encontrarse… sin esperanzas.

Adrián camina despacio, no quiere salir de la Iglesia pero debe seguir buscándola. La rocas del monumento le gritan que salga fuera, que no se rinda. La energía acumulada entre aquellos muros medievales le empuja hacia la plaza del Mercado y entonces la mira, reconoce al anciano que la acompaña, le ha visto entre la gente, en la cata… y en las fotos de Risco.

La respiración de Adrián se acelera de nuevo, el bombardeo de imágenes vuelve, las escenas por fin conforman el episodio completo. Annie no estaba sola en la exposición.

-Adrián, él es Clément, mi abuelo. Ha recuperado el manuscrito.

Y el tiempo… no se para, galopa sobre momentos, acelera el paso de aquellos que quieren vivirlo y saborearlo con un buen vino. Annie y Adrián se casaron en Galicia. El bebé nació en Saint-Émilion.

-¿Me dirás ahora qué simboliza el tatuaje? –preguntó Adrián.

-La fertilidad –dijo ella.

C’est la vie.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS