Cuando era pequeña deseaba con todas mis fuerzas tener un perro.
Si conseguía hacer parte del camino de vuelta a casa desde el colegio sin pisar ninguna raya. Lo deseaba.
Cuando soplaba las velas de cumpleaños. Lo deseaba.
O, a veces, simplemente cerraba los ojos con fuerza, cruzaba los dedos y lo deseaba.
Un día, llegaste tú hecha un ovillo negro con tus patas de tamaño desproporcionado.
Recuerdo que las movías persiguiendo algo en tus sueños.Recuerdo que no podía dejar de mirarte.
Cuántas veces levanté tu oreja para susurrarte mis secretos…
… y te usé como almohada mientras leía o pasaba el tiempo.
Cuántas veces mientras unos padres ausentes se esforzaban por hacer dinero.
Lo nuestro era complicidad, camaradería de verdad.
Yo te pasaba comida por debajo de la mesa evitando sermones de adultos.
Y tú disimulabas a la perfección con ojos de no haber roto un plato.
Recuerdo tu mirada transparente, podía ver tus miedos, tus alegrías, tus tristezas……Y tú podías oler las mías.
Apoyabas tu pata en mi falda en los momentos de melancolía adolescente diciendo: «¡Ey!, estoy aquí para echarte una mano.»
Y yo te correspondía, agradecida, con caricias: «Lo siento, lo había olvidado».Me fui a la universidad y, quizás, fue a ti a quien más eché de menos.
Sentí impotencia al verte envejecer.Sentí como dolía.
Siempre serás la primera querida amiga.
La que creció conmigo.
En mis recuerdos, soy una niña con su perro.
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