A las puertas del cielo.

A las puertas del cielo.

Pedro Castro

20/07/2018

El sol pestañea entre las verdes y longevas montañas, rayo a rayo ilumina la extraña y singular belleza de su deplorado panorama, el tiempo consciente de que otro día se viene encima empieza segundo por segundo, el conteo de otro día, los pájaros despiertan de entre la vegetación con un canto único e inigualable que nos da a entender que la vida resurge en la urbe y yo como siempre, presencio el nacimiento del día desde privilegiado puesto, pues he de admitir que el sol y el día se perciben más cercanos desde las puertas del cielo colombiano, mi cuerpo acomodado en la ya conocida silla, y mis ojos acostumbrados al panorama del día a día, poco a poco los rayos del naciente sol llegan a cada rincón de la ya común Bogotá, en lo que el articulado avanza por las calles de la ciudad, veo como nuevamente renace desde las penumbras la Bogotá de hoy, pero hoy tiene un toque distinto, hay un ambiente diferente en el aire, un aroma a esperanza que se esparce como humo por toda la ciudad, hoy no la veo como la misma urbe de siempre sumida en el caos, no, hoy mis ojos la perciben bajo una luz distinta, única, hoy me inspira felicidad, me llena el corazón y por consecuencia se me acelera, en lo que mis sentidos afloran, me muestra su infinita belleza, pues cual musa, parece que recelosa solo muestra esos ojos a quien en verdad los aprecia, pues no es su belleza habitual la que se muestra hoy, no, es algo intangible, es algo un nuevo, algo que parece que nadie ha visto antes, o que muy pocos perciben.

Mis ojos no se despegan atónitos de la ventana, con mis pupilas dilatadas y los parpados abiertos cual ventana, veo pasar gente lado a lado, en su lucha diaria, pero llevan un no sé qué, que hoy, un toque distinto, se percibe ese sentimiento de lucha de un pueblo agobiado y doliente, que solo hoy se percibe diferente, cargan un toque mágico, algo real que los hace diferentes, pero igual comunes.

Desde la panorámica, vislumbro un anciano con sus ropajes desechos y sucios, con un costal a cargas que parece mucho mas pesado de lo que ya podría cargar, pero sus ojos, sus ojos deslumbran fuerza, lucha, aunque su cuerpo muestra cansancio.

Veo desde muy temprano los vendedores en el ya conocido San Victorino, corren de lado a otro pues es el ajetreo de la mañana el que se aprovecha, pensar en las miles de vidas que aquí se desarrollan, es como pensar en las miles de estrellas que se esparcen por el ancho cielo, pequeñas e infinitas, pero todas necesarias, cada una con su luz propia, o mejor dicho luz prestada pues en algún momento la misma se desvanece e importancia alguna tiene, pues a la muerte de alguna el nacimiento de otra procede.

Avanzo por todo el centro histórico, es inevitable pasar por sus calles sin pensar en toda la historia que albergan la viejas fachadas de sus casas, cuantas vidas que ya pasaron por ahí y de cuantas historias se perdieron estos ojos, pues de conocerlas tal vez mas material para plasmar tendría, pero pues da igual, la realidad misma me hará volar, y entre los libros de historia más semblanza tendré.

Y sentado desde la ya conocida silla, con los ojos pegados a la ventana de mis labios se esboza un sonrisa con mis torcidos dientes como protagonistas, mientras de mi pecho surge un fuego, que se aúpa hasta mi cabeza para así llegar hasta la cancela de mis ojos, que al abrirlos sale a transfigurarse en lágrimas de felicidad, y así me encontré hipando de amor por mí ya conocida Bogotá…

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