Para Roberto.

Se ven las caras, se ven las caras, vaya, pero nunca el corazón…” suena en la Land Cruiser de Memo cuando comienzan las curvas, el último tramo de la ruta que nos lleva a Choroní. Si tuviese que identificar a Memo por un tipo de música, sería la salsa. Quien sube a su Land Cruiser sabe lo que tendrá que escuchar en el trayecto. Rubén Blades entre sus favoritos.

Anselmo es más de U2 “…But i still haven’t found what i’m looking for…” en los ritmos y en las letras, pero va sentado de copiloto, sin queja alguna, en la camioneta de Memo. Es flexible. Todos lo somos.

Avanzamos con las ventanillas abajo a pesar de que Memo prefiere el aire acondicionado, pero la escasa visibilidad se impone. Vamos adivinando las curvas rodeados por esta niebla que despierta a la vez desasosiego y placer. Una especie de libertad y de iniciación en un mundo hasta ahora desconocido y plagado de secretos.

Yo voy en el asiento de atrás y mi mente tararea a Silvio Rodríguez “Soy feliz, soy una mujer feliz y quiero que me perdonen, por este día los muertos de infelicidad” mientras mi mano baila con la neblina blanca que mancha la oscuridad que nos envuelve. La observo moverse despacio y en armonía con mi música interior, como en esos pequeños instantes en los que he sido feliz y además consciente de serlo. Este viaje es mi oportunidad con Eduardo.

Choroní es la promesa de tambores que retumban en la plaza hasta el amanecer, hasta que los cuerpos, exhaustos por tanta aguardiente de parchita y tanto movimiento de cadera, caen en algún jergón, chinchorro o cama. Así lo describió Roberto cuando nos invitó y por eso su canción es “ololelole ololelola ololelole aquí estoy como el agua”. Él conduce el carro que nos sirve de guía en la ruta. De copiloto va su novia Natalia, que suena igual que él, y en el asiento de atrás, Ana y Eduardo. Para mí Ana no tiene música, es mi protesta y la forma de silenciar a mi rival. A Eduardo, en cambio, lo escucho con letra de Juan Luis Guerra y dirigida solo para mí “Dime si me va a querer, soy hombre de poco hablar Consuelo… yo quisiera ofrecerte el mundo y no puedo”.

Roberto asegura que es mejor viajar de noche, porque casi no transitan autobuses. El tramo de curvas de la carretera hasta Choroní, la serpiente de asfalto desciende la montaña zigzagueando entre la roca y un bosque selvático, tiene zonas donde apenas puede pasar un carro. Los autobuses lo saben y por eso tienen la política de no frenar nunca. Simplemente tocan el claxon como si fueran ambulancias. Sí, el claxon es la señal de apartarse, retroceder o avanzar hasta encontrar un recodo para dejar espacio al bus.

Vamos en una nube en medio de la selva. La idea inicial era seguir el carro de Roberto, pero con la neblina apenas divisamos unas luces rojas borrosas de tanto en tanto. Memo se impacienta después de un buen trecho de curvas, mientras en los altavoces retumba “Te estoy buscando América y temo no encontrarte, tus huellas se han perdido entre esta oscuridad” a máxima potencia y nosotros hemos perdido a Roberto.

—Anselmo, por favor baja y camina delante nuestro para guiarnos— pide Memo. Después, sube todas las ventanillas y enciende el aire acondicionado. Está sudando.

—OK— responde Anselmo e imagino a su mente tarareando “With or without you, with or without you aha”.

Debemos estar muy cerca del pueblo. Yo espero ansiosa el momento de volver a reunirnos, quería ir con Eduardo en el otro carro. Él me aseguró que lo suyo con Ana no tiene vuelta atrás. Me lo dijo al oído la última vez que fuimos a bailar… Solos los dos. Sin embargo, en viajes grupales hay que ser eficientes y siempre es Memo quien viene a buscarme. Mi casa le queda de camino.

Anselmo nos anticipa curvas y rectas caminando unos pasos delante de nosotros y haciendo gestos como si estuviese aparcando un avión. Yo voy preguntándome qué estarán haciendo en el otro carro. Memo, como si pudiese leer mi mente, mira por el retrovisor y dice:

—Ellos van a volver a estar juntos.

Le devuelvo la mirada y no respondo nada. Volteo hacia el asiento vacío, justo a mi lado, buscando algo a lo que sujetar mi esperanza mientras siento su mirada fija, ahora viéndome de frente. Se ha girado y me acaricia la mano. Avanzamos muy lento. ¿Será cierto? En mi mente suena “¿Dónde pongo lo hallado?» Subo la mirada y veo las luces.

No escuchamos el claxon. Ahora, todo es silencio.

El chófer del autobús se da a la fuga. Memo y yo, aturdidos pero enteros, nos quedamos con el cuerpo pesado e inconsciente de Anselmo, tendido frente a nosotros. Bajo de la camioneta y me descubro a un pie de caer al abismo. Por suerte, el autobus también iba despacio.

Memo está intentando hacer que Anselmo reaccione cuando un falso amanecer de faros nos ilumina. Veo surgir dos parejas de sombras hasta hacerse visibles. Se quedan de pie muy cerca de nosotros, como esperando alguna instrucción. Mi mirada se mueve de uno a otro, identifico sus caras de espanto y cuando llego a la de Eduardo, logro distinguir también, su brazo protector rodeando el hombro de Ana.

En unos segundos, Anselmo vuelve en sí (one love, one live…). Pasado el susto, nos cuenta que alcanzó a escapar, solo que resbaló y al caer se dio en la cabeza. Lo levantamos entre todos. Está mareado, pero se encuentra bien. Iremos al dispensario cuando lleguemos al pueblo.

La Land Cruiser tiene la carrocería marcada, pero enciende a la primera. Memo y yo nos miramos a través del retrovisor. Él me sonríe y pregunta:

—¿Estás bien?

Yo asiento mientras en mi mente suena. “… Al final del viaje comienza un camino…”

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