MI PRIMO «EL SEBAS» (La familia no se elige, viene en el lote)

MI PRIMO «EL SEBAS» (La familia no se elige, viene en el lote)

Encontré a mi primo Sebastián en el chiringuito de mala muerte que regenta la Coral: una cocinera de fritos y refritos que cada vez que habla suelta sapos y culebras a diestro y siniestro. Me senté frente a él. El menda se estaba metiendo entre pecho y espalda un pollo asado con patatas bravas embadurnadas con alioli y dos huevos fritos desmenuzados. Todo eso lo digería ayudado con una botella de vino peleón. Me invitó tan solo a un trago porque la comida era cosa suya. Rehusé la invitación por principios y le pedí a la pareja de pimpollos que se metía mano tras la barra un tequila doble con medio limón sumergido en el interior del vaso. Les pregunté por la dueña y me dijeron que se había pirado al Mercadona.

Es curiosa la metamorfosis de mi primo. Actualmente pesa más de ciento veinte kilos, pero hubo un tiempo que no llegaba a los cincuenta. Fue a mitad de los ochenta y andaba chutándose con heroína día sí y día también. Parecía un muerto viviente. En aquel tiempo los colegas que tenía en el barrio apostaban algún que otro talego para acertar el día exacto que iba a palmar. Pero nada. A Sebastián lo ingresaban en urgencias y regresaba con jeringuillas en el bolsillo. Esos años fueron muy duros para la familia. Mi tío, harto de los robos que su hijo efectuaba en el barrio y del dinero que mi tía le proporcionaba para que no delinquiera y pudiera chutarse, se marchó una mañana al curro y nunca más volvió a aparecer. El muy cabrón se quitó el muerto y pasó el marrón a los demás miembros de la familia, o sea mi padre, mi madre y mi tía.

Tres meses después de que su viejo se pirara, Sebastián desapareció de casa. Reconozco que la única que sufrió fue mi tía. Total que, cuando ya nos habíamos olvidado de él, una mañana asomó por el barrio acompañado de una prostituta que trabajaba en uno de los puticlubs del puerto. Era diez años mayor que él y había estado en el Proyecto Hombre, donde le curaron el mono. Esa experiencia se la aplicó a Sebastián y lo que ocurrió después fue un milagro. Se desenganchó de la heroína y se enganchó a la puta. Ahora tienen dos hijos que andan pululando no se sabe dónde.

La cuestión es que estoy delante de él observando cómo se desliza el ajo aceite por la comisura de sus labios, y no tengo ni la menor idea de por qué me ha llamado. Él confía en mí, siempre lo ha hecho. Soy el único familiar que aguanta su charlatanería. Antes se metía un pico y ahora le da al pico sin parar. Reconozco que si no fuera por lo sentimental que soy y el cariño que le tengo ya le había dado puerta. Hace una pausa después de un trago largo y me suelta:

—¡La puta de mi parienta ma puesto los cuernos! Arresulta que los hijos que tie la piba no son míos.

—Pero eso ya lo sabías. Te recuerdo, primo, que cuando te casaste con la Flora lo hiciste con el paquete entero.

El tío eructa. Luego se embucha un muslo y, con la boca llena de restos masticados, me grita. Lo peor de todo es que los perdigones salpican mi cara.

—¡Serás desgraciao! Usea que tú lo sabías y no has largao na.

¿Me estás tomando el pelo Sebastián? ¡Ya te he dicho que los chiquillos son de tu parienta!

Pos claro que son de ella. Estás como atontao, primo… A mí no se paecen en na… Por eso te digo que los tengo asín de grandes. —Hace el gesto de los cuernos con las dos manos.

Me estoy mosqueando mucho porque no entra en razón. Cuando llegó al barrio con la Flora los hijos de esta ya venían crecidos. Mi primo, como estaba muy colgado de ella, nos contó que los niños eran de padres distintos, pero que no le importaba. Sebastián me observa con una media sonrisa que me saca de quicio. Escucho un leve gemido que viene de la barra. Desvío la vista hacia ese lugar y los críos siguen pegándose el lote. ¡Joder con los chavales no se cortan ni un duro! Estoy tan cabreado que les digo que el garito es un bareto y no un prostíbulo. La choni, que debe ser hija de la Coral, cierra el puño, levanta el dedo corazón y sigue a lo suyo. Mi primo dice que deje a los pimpollos y luego, con toda tranquilidad, me suelta:

—Me ha engañao y le he dao cuatro hostias bien das. Allí está, en la casa, sangrando como una cerda. Asín sabrán tos que el Sebas era un drogata, pero siempre ha sío un macho como Dios manda.

Me quedo de una pieza mientras él sigue rebañando, con un trozo de pan, los restos de patatas y el pringue que ha soltado el pollo. Termina y luego se enjuaga la boca con el último trago de peleón. Yo sigo sin articular palabra. Entonces empieza a partirse de risa y me dice que todo es una broma, que a su parienta la ha dejado en casa con una cogorza de padre y señor mío. Me mosqueo. Termino el tequila de un trago y me largo. Cuando salgo por la puerta casi me atropellan dos lecheras que aparcan en la acera. Salen varios maderos y entran en el bar. En el mismo instante que doblo la esquina oigo la voz de Sebastián a grito pelao:

—¡¿Aonde me llevan si no he hecho na?! ¡Primo, dile a la Flora questa noche ya vengo cenao!

Sigo mi camino, cabizbajo. Luego pienso, para mis adentros, en las coces tardías que suelta el caballo cuando menos te lo esperas.

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