El río y el profesor de miércoles.

El río y el profesor de miércoles.

Carlos Olarte

14/07/2018

Desde el amanecer ponía su mirada en el río salía de la choza para acercarse a sus orillas. Saludaba al río, le sonreía, movía los dedos en sus aguas. Lo sentía calmo.

Adentro, Lidia lo miraba resignada y con admiración colocando dentro del morral todo lo que su esposo necesitaba para el viaje. No lo hacía de buena gana.

Pero si no iba él ¿quién más lo haría? -se preguntaba estoicamente-

Cuando el viento ya levantaba el mosquitero salían de la choza para jalar el bote hasta adentrarse bien al río, allí, se miraban a los ojos mojándose entre las caricias del río.

Mujer sabes que sin ti…

Y yo sin ti…

Replicó ella, acortando la despedida. Juntó sus labios con los de él para mojarlos de entrega y respeto.

Le dio su libro de cuentos y él comenzó su travesía remando de a pocos hasta que la corriente lo lleve por sí sola. Eran dos días de viaje en los que cuando el río se movía embravecido él le cantaba y cuando se calmaba le leía un cuento del libro. Por la noche en medio de un cielo estrellado adormilaba entre el inacabable canto de ranas y del brillo de los ojos de algunos pumas que asomaban por la ladera del río.

Todavía no llegaba a asimilar del todo verse en ese mundo olvidado, aún se preguntaba ¿qué lo convenció de dejar todo? y que Lidia -sobretodo eso- dejara también todo para internarse con él en aquéllos recónditos lugares donde no hay rastros de civilización. No en los términos occidentalizados con los que crecieron y se formaron. Aunque en el fondo sólo habían cambiado de geografía pues en la capital luchaban en las calles por mejoras salariales con el gremio de profesionales de la educación aquí lo hacían por lápices para sus alumnos.

Al amanecer del segundo día ya podía oír a lo lejos los gritos de los niños y de las niñas del caserío, su alumnado:

¡Hay viene el profesor de miércoles! ¡Hay viene el profesor de miércoles!

Así lo llamaban porque llegaba todos los miércoles. No había otra ruta más rápida que no sea por el río. Eso lo irritaba, pues no existía manera de llegar más días para impartir sus clases. Peor aún, el caserío era asediado y vigilado por remanentes terroristas que no querían «Esa educación aburguesada» y por transnacionales petroleras que les recortaban sus territorios para sus exploraciones y la posterior explotación del crudo. Los querían -necesitaban- iletrados y analfabetos en esa condición eran vulnerables ante papeles que no entendían lo que decían. Para esas transnacionales el subversivo y peligroso era él que traía educación y expandía las mentes. A veces llegaban convoys de milicianos a las órdenes de las transnacionales para caminar con machetes de manera amenazante cuando estaba en plena clase.

De regreso, siempre pensaba en la inconmensurable estupidez humana.

En la capital me consideran un luchador social y acá un peligroso profesor burgues…

Se decía con sonriente ironía mientras empezaba a cantarle al río que se ponía bravo. Lidia me espera amigo río la la… Lidia me espera…

Fin.

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