La belleza de lo desconocido

La belleza de lo desconocido

Siempre tuve la sensación de que me iba a ser muy difícil conocer otros lugares más allá que este, en donde nací y me crié, por nuestra condición económica. Mis padres muy trabajadores, pero solo alcanzaba para vivir con lo justo. Al terminar el secundario y tener que comenzar la facultad debía viajar muchos kilómetros en micro porque vivíamos a las afueras de la ciudad, eso costaba más horas de sacrificio para ellos. Cuando falleció mi padre tan de repente, quedamos solas las dos. Mi cabeza no podía resistir tanto dolor y tanto… ¿ Por qué a él ? Era la persona más cariñosa y comprensible del mundo, solo deseaba verme graduada de arquitecta. Sin duda no me fue fácil sacar a mi madre de un vacío interior muy profundo. Un tío nos invitó a que viajemos a Córdoba donde las universidades son gratuitas pero muy exigentes. Allí compartiríamos su casa. Un hombre encantador que apostó al amor en varias oportunidades y no tuvo la suerte de encontrar una mujer para compartir la vida. Siempre sintió ese deseo de ser padre, pero nunca llegó. Era muy ingenioso en la gastronomía, eso lo llevó hacer buenos negocios trabajando en ese rubro.

Pensé mucho hasta decidir y poder convencer a mamá para irnos. Alquilamos la casa y partimos tan solo con lo necesario. El viaje tenía un poco de melancolía y sorpresa para mí ya que no conocía nada del interior del país. Cuando llegué comencé a descubrir los bellos lugares montañosos mezclado con el verde intenso de los árboles. El aroma de la tierra húmeda y las flores silvestres. Creo que me enamoré perdidamente de tanta belleza natural que solo conocía en fotos. Lo que había escuchado contar a mi tío me parecía que no era mucho más bello a que yo podía apreciar ahora conociendo el lugar. Para mí era la libertad, el paraíso. Criada entre cuatro paredes en una ciudad cubierta de cemento, ruidos y gente que pasa a tu lado solo mirando la pantalla del celular, inmerso en un mundo poco real, donde parece que no existís.

Al día siguiente caminé más de veinte cuadras hasta llegar a la universidad. Me sentí bien al ver que me miraban con curiosidad, pero todos saludaban. Se nota que la gente del interior está más integrada para recibir turistas de otros lugares. Córdoba es un lugar muy atractivo de gran belleza natural pero también se siente la calidez humana y la cordialidad, cosa que en la urbe se fue perdiendo.

Los sábados me juntaba con varios vecinos de mi edad para ir al río a pasar la tarde y cambiar diferentes vivencias. Poder mojarme los pies y tocar el agua transparente me hacía sentir más tranquila y quedar absorta a cada detalle. El sonido de los pájaros y el olor al pasto húmedo se instalaban en mi cuerpo con sensaciones que parecía recién nacidas. De a poco me fui enamorando de las tardecitas cálidas con aire puro que flota alrededor acariciando mi rostro.

Después de tres años al fin pude terminar de cursar. Mi madre y mi tío me felicitaron, pero todavía faltaba la tesis final. Debía decidir si quedarme o volver a Rosario. Sentados para cenar vi una rara sensación de expresión en el rostro de mi madre. Pero el que habló fue mi tío. Al escuchar decir, «tu mamá se está relacionado con un señor», quedé muda. No lo podía creer. Pero tuve que hacerlo. Como le ayudaba al hermano a contabilizar los números de la industria gastronómica en el local, había conocido un viudo y compartiendo vivencias se enamoraron. Me costó aceptarlo, pero pensé que era lo mejor. Además me podía quedar para terminar mi carrera. La abrasé fuerte y le deseé lo mejor, se lo merecía. Además el lugar la llenó de paz… y de amor.

Con ansias esperé el sábado para ir al río a reunirnos y comunicar las buenas nuevas a mis amigos. Festejamos juntos mientras se mezclaba las sensaciones que nacen dentro de mí. Son instantes, bocanadas de bellos segundos que quedaran grabado para siempre en mi corazón, no se borraran jamás.

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