En un reino lejano, hubo una vez un rey que colocó una gran roca en medio del camino principal de entrada al reino, obstaculizando el paso. Luego se escondió para ver si alguien la retiraba.
Los comerciantes más adinerados del reino y algunos cortesanos que pasaron simplemente rodearon la roca. Muchos de ellos se quedaron un rato delante de ella quejándose, y culparon al rey de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo nada para retirar el obstáculo. Ninguno intentaba moverla y en vez de intentar retirarla se quedaban observándola horas y horas sin hacer ningún esfuerzo, como si se fuera a mover por arte de magia y así se quedaban horas, días hasta semanas sin hacer nada, maldiciendo al rey y haciendo mala cara.
Después de todos esos días que los comerciantes y la gente que se quejaba porque el rey no retiraba el gran obstáculo llegó un campesino que llevaba una carga de verduras. La dejó en el suelo y estudió la roca en el camino observándola. Intentó moverla empujándola y haciendo palanca con una rama de madera que encontró a un lado del camino, después de empujar y fatigarse mucho, finalmente logró apartarla . Mientras recogía su carga, encontró una bolsa, justo en el lugar donde había estado la roca. La bolsa contenía una buena cantidad de monedas de oro y una nota del rey, indicando que esa era la recompensa para quien despejara el camino.
El campesino aprendió lo que los otros nunca aprendieron: cada obstáculo superado es una oportunidad para mejorar la propia condición.
Como conclusión, esta historia nos hace reflexionar sobre la importancia de afrontar los obstáculos que la vida nos pone delante. Esquivar los problemas, buscar «culpables» o simplemente quejarnos no solucionará nada, y la «roca» seguirá estando allí. Afrontar los obstáculos, actuar, esforzarse es lo que nos hará crecer como persona.
Y tu ¿tienes alguna roca por mover?.
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