Mientras se amarraba los zapatos aquélla angustia todavía lo paralizaba. Se quedaba quieto, el recuerdo de su madre se fijaba en su mente.

Por qué no te apareces en mis sueños? Por qué no te apareces cuando toco la guitarra?

Le preguntaba entrando en un estado catatónico quedándose con la mirada puesta en las agujetas de su zapato mojándolas con las lágrimas que profusamente le sobrevenían.

Diez meses atrás andaba con la guitarra al hombro. Recorriendo bares y salones de baile con su madre, una cantante de poca monta pero tan exuberante y bella que diluía sus carencias musicales pues la atracción se centraba definitiva y exponencialmente en su contorneada figura y gran belleza.

Él no sacó su imponente presencia pero la vena musical que en su madre no terminó por germinar en el sí se desarrollo dedicándose de lleno a ser su guitarrista. Descubrió una innata destreza musical creando acordes que lograban disimular las falencias de su madre al cantar.

Ella lo tuvo a los trece años luego de haber sido violada por su padre. Huyó de su casa con su hijo a cuestas, fueron dos niños que aprendieron a cuidarse y a sobrevivir en la calle. Nadie imaginaba que aquél dúo era conformado por madre e hijo parecían ser de la misma edad. Eran inseparables.

Dentro de la caótica y azarosa vida que llevaban nunca sucumbieron al imperio del alcohol y las drogas que en su jungla abundaban. Eran dos desubicados en ese inframundo que cada noche los aplaudía y los recompensaba con irrisorias sumas de dinero por sus presentaciones.

A duras penas logró terminar de amarrarse los zapatos pues las lágrimas obstruían su visión. Respiró hondo para disipar la horrenda imagen de su madre muerta, agarró las llaves y un papel donde tenía anotada una dirección y salió. Su vecina sorprendida al verlo salir dejó de barrer. Advirtió su rostro demacrado y pálido con unas ojeras hundidas y grisáceas era un moribundo resistiéndose a aceptarse como tal. Llevaba puesto un terno raído, arrugado y viejo, la corbata estaba ladeada y el nudo muy mal hecho, la mujer sonrió disimuladamente…

La calle se lo va a tragar enterito.

Pensó, volviendo a sus quehaceres.

Era la primera vez que pisaba una calle bajo la luz del día. Era su primera incursión en la jungla de los diurnos, a esa hora el aire se cargaba de presión, de apuro, el ambiente iba transformando la calma en irritabilidad todos se contagiaban con ella. Él intentó preguntar cómo llegar a la avenida adonde tenía que ir pero era en vano, la gente pasaba por su lado sin prestarle atención pasaban con premura. Sólo uno le contestó al paso sin mirarlo…

De frente.

Hizo exactamente eso. Siguió de frente a todos ellos y frunció el ceño al igual que ellos y también apuró el paso, uno a uno los iba dejando atrás, a su paso, los oía maldecir los veía pelearse captaba melancolías de errantes sin rumbo aparente, de pronto, cayó en cuenta de que esta jungla no era muy distinta de la que él provenía salvo por la sobriedad y la supuesta lucidez de sus habitantes. En su jungla, el neón mal iluminado dejaba ver las mismas miserias ahogadas en alcohol y refundidas en toda clase de drogas. En la jungla de los diurnos la droga predominante es la religión.

Se detuvo junto con los demás en lo que pudo deducir era una parada del metro. Sus miradas eran implacables unos a otros se calculaban, él no imaginaba lo que estaba por vivir. Todos miraban sus relojes y sus celulares los menos favorecidos buscaban con la mirada uno de esos paneles publicitarios con la hora incluida, parecían prepararse para una batalla contra el tiempo. En la jungla donde vivió el tiempo no le importaba a nadie, todo empezaba cuando volvían a la conciencia y terminaba cuando la volvían a perder. Nadie luchaba por vivir, nadie luchaba contra el tiempo.

A lo lejos ya se divisaba el metro, en ese instante, mientras se detenía, ya no había mujeres ni hombres, ni cortesía ni educación. Era una manada frenética y enfurecida empujándose y golpeándose entre sí pugnando por entrar primeros a los vagones en medio de esa batalla por vencer al tiempo y ser los primeros en entrar la manada lo embutió con fuerza adentro del metro, al través de sus ventanillas un inspector del metro gritaba que no había pagado su pasaje.

Adentro, en medio del aprieto, se respiraba una tensa calma. Una vez más se aventuró a preguntar por la avenida que buscaba por fin un señor que parecía ya haber recuperado su condición humana le indicó que se bajara en el siguiente paradero allí quedaba la avenida que buscaba.

Veinte inacabables minutos después el metro se detenía en su siguiente paradero y tras otra batalla para poder bajar quedó a pocas cuadras de la avenida sacó el papel donde tenía la dirección y empezó a buscarla al cabo de un rato se detuvo frente a una casona antigua cotejó la dirección con la que tenía en el papel y no había duda, era ahí.

Buenos días, busco al director.

La señorita que lo atendió se sonrió y lo miró como lo hizo su vecina mientras llamaba al director por el intercomunicador.

El director al verlo en esas fachas se detuvo unos segundos, dudoso de hablarle pero por lo que pagaban…

Quién más iba a presentarse? se preguntó.

Luego de una charla lo contrató como el nuevo profesor de guitarra de esa antigua escuela de música.

Quién sabe, quizá mantenga su nuevo trabajo, quizá las manchas de sangre se borren de la imagen de su madre, quizá su vecina y la secretaria estén equivocadas y se adapte a los usos y costumbres de esta otra jungla.

Fin.

Antigua escuela de Música. Lima, Perú.

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