Su voz estremecía, una por una, cada fibra de mi alma. Por el balcón del comedor se colaban modestas facciones de la suya, a través de los retazos de historias que leía en alto. Briznas de amor que yo respiraba, al tiempo que me robaban el aire.
Pasó el tiempo y un día reuní el coraje para llamar a la puerta de lo que yo siempre supuse un taller literario. Quería conocer al heraldo de las palabras que me habían cautivado. Demasiado tarde. El grupo terrorista huyó del piso franco la noche antes.
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