Un Viaje a lo Desconocido

Un Viaje a lo Desconocido

I

Todos siempre nos han preguntado a mi y a mi gente lo mismo; «¿Porque mantener la esencia de un mundo anterior en tiempos tan aciagos?»

«¿Pero, quién sinó?-les respondíamos-Aquello por lo que todos creemos… Nuestro mundo. No nos lo quitaréis fácilmente.»

Puesto que no nos entendían, nos desterraron de la región en que vivíamos y prohibieron a las otras regiones acogernos, viviendo de la madre tierra con su abundáncia y del padre tiempo con su bondad y nos rehicimos fácilmente.

Emigramos más alla del gran lago y del horizonte y llegamos a una tierra remota, que pese a ser muy abundante estaba totalemente deshabitada, algo que realmente me extrañó. Era un nuevo mundo, una nueva vida y una nueva era; La Era de lo Desconocido.

II

Construimos un pequeño campamento en la costa donde desembarcamos y nos mandaron a mi y a mis hermanos mayores que fueramos a explorar los alrededores. Mientras explorábamos los alrededores, escuchamos un murmullo de agua demasiado cercano como para ser el del mar, por lo que fuimos a investigar su procedencia casi de inmediato.

Cuando llegamos, encontramos un gran lago en donde, a lo lejos, se avistaba una gran roca rugosa y triangular en una de sus orillas. Cuando llegamos a la rivera del lago, vimos una caseta de madera improvisada y una silueta cerca de ella; ¡era un nativo! Iba vestido con ropas muy bien hechas y con un extraño sombrero. Él, al vernos, nos habló en nuestra lengua;

-¿Quieren algo?

-¿Podríamos pasar, por favor?-le preguntó mi hermano, Johan, mientras yo miraba detrás de mi y vi que donde estaba la roca triangular había un agujero con su misma forma.

-Claro, pueden pasar si quieren.-dijo mientras entraba en la caseta, a lo cual mis hermanos entraron mientras yo, embelesado por el asunto de la piedra, fui corriendo tras de ellos.

El buen hombre nos sirvió un té de hierbas aromáticas mientras nos sentábamos alrededor de una hoguera que estaba en el centro de la estancia. Era un hombre viejo muy amable y caballeroso, pero en parte daba algo de miedo, pues tenía un gran mordisco de tiburón en el brazo que no tenía cubierto. Después de una larga pausa en silencio, me digné a hacerle la primera pregunta;

-¿Es usted el único habitante de esta isla?

-Hace 25 años que lo soy. Desde que «ellos» se llevaron a los míos.

-¿»Ellos»?-preguntamos mis hermanos y yo al mismo tiempo.

-Hace 25 años encontramos en la costa un agua de un verde luminiscente que comenzó a cambiar a los animales del mar, volviéndolos más inteligentes y más agresivos. Construyeron sin que nos diésemos cuenta unas grutas submarinas que recorren toda esta isla para cazar sin ser descubiertos. Como método de camuflar sus grutas desarrollaron una clase de piedras sobre sus cabezas y, a la que sentían movimiento o brivaciones por debajo del suelo sobre sus cabezas, las piedras desaparecían. En cuestión de días todos menos yo murieron devorados por esos seres.

Quedando consternado por lo ocurrido antes con la piedra, le señalé el lugar donde la misma estaba y le pregunté;

-¿La piedra que estaba ahí era uno de esos seres?

El hombre miró donde le señalaba y dijo que nos fueramos cuanto antes. Una vez volvimos corriendo al campamento, vimos que todo estaba destrozado y miles de cadáveres en el suelo. Sin querer luchar contra esas cosas en vano, nos dormimos en la playa al lado de una de esas falsas rocas y nos preparamos para morir. Y así fue. Espero a quien lea esto que nunca tenga que sufrir lo mismo que ese hombre y yo sufrimos.

Saludos,

Martí


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