¿Otra historia a la basura, Claudia?

¿Otra historia a la basura, Claudia?

Claudia García

10/06/2018

La fatiga se revelaba en contra de sus ansias de soñar mortificando sus huesos con dolorosas lancetas, inclementes y punzantes, que obligaban a su cuerpo a desechar la ilusión del descanso. Por más que su cuerpo lo imploraba y lo intentaba, soñar no era lícito cuando el cansancio se impone hasta un estado comatoso. Sus restos reposaban con vida, sí, pero sin alma, porque prestada a Morfeo, este la elevaba sin garantía de un buen vuelo o de un decolaje afortunado. Era mas un devenir fantasmal por espacios olvidados, esos que tan solo se recuerdan entre brumas y somnolencias dispares, mórbidas y truculentas. Ella soñaba a veces con pescar cuatro números mágicos que de un golpe la sacaran de la inmundicia y la indigencia. Pero si no hay para la aguapanela, mucho menos para la maldita suerte. Una luz se asomaba entre las tapas de cartón y los jirones de plástico dándole sentido a su realidad. No estaba ni cerca del palacio que por años suplicó que en su mente fuera tejido, ni en la brutal bacanal donde la comida se sirviera como imaginaba, y se engulliera como añoraba. Con el peso que solo la extrema pobreza puede soportar, los músculos de sus párpados hicieron un esfuerzo para darle paso a la claridad. Con el foco retorcido por el blanco resplandor que taladraba sus córneas, ella se quedó un momento saboreando el mal sabor de su saliva; espesa y ocre como la noche que se marchaba. Otra más, sin sueños de una vida mejor; otra vez y como siempre, sin mediana esperanza que la arrope entre la alegría y el anhelo de haber tenido una comida decente. De pronto, su estomago se sacudió y se contrajo con el bífido silbido del que protesta por el pesar de morir en vida, y con hambre. Se dio media vuelta, y otra, y media más, y de nuevo en sentido contrario, pero ninguno de los bultos del viejo y maloliente colchón de estopa quiso acomodarse con ternura o pasión contra su machacado costillar. “Shhhhhhhhh despierta, tonta hermosa” silabeó la serpiente que abultaba su vientre con movimientos ondulantes e impuros. El trompeteo sacudió la sensibilidad de la negra que levantó las orejas y gruñó por la hiriente ofrenda con la que su nariz fue sacada del ensueño. La negra se estiró al máximo con circense cadencia bostezando en slow motion. Miró a su ama colocando el hocico al alcance de su mano con la esperanza, no de ser consentida con pan o con hueso, sino con la conformidad canina de tan solo recibir gestos de amor. Sus miradas se cruzaron y se entendieron. Es mejor estar juntas que con pan; juntas que con vino; juntas que sin menos que nada, que no era más de lo que siempre habían tenido, pero, estar juntas a pesar del poco pan, del imaginario vino y de la nada de cartón que las circundaba, era mejor en compañía. Con una pata, la negra se rascaba en busca de la impertinente jauría de pulgas. Su ama se rascó también, donde más le ardía, que no era dónde lo que le importaba, sino cuándo iba a acabar. Se sentó como pudo, porque poder ya era una necesidad. Sus ojos ya enfocaban con mayor profundidad de campo y su boca ya no le sabía a meados. Se levantó con cuidado, consciente de que estar someramente agachada era lo más que su morada le permitía. Su cabeza enmarañada tocó el improvisado techo donde la humedad le advertía que un nuevo chaparrón no podrían soportar.

–¿Voy bien? –pregunté con miedo.

Y se lo pregunté, porque hacía más de noventa segundos que se había detenido a escasos centímetros de mi silla. El editor, tenía esa maldita costumbre. Le gustaba acechar nuestro trabajo apostado a nuestras espaldas como si estuviéramos en clase. Puede ser que aún sienta esa ansiedad de sentirse omnipresente, de ser parte de lo que hacemos.

El editor se acomodó las gafas y leyó. Luego, me devolvió la hoja y se marchó sin decir nada. ¿Mala señal? Puede ser. ¿Cómo así? ¿Es buena o mala señal? No entiendo lo que me estás tratando de… ¡Espera! Ahí viene de nuevo; siéntate derecha, ¡como si hubieras tenido una madre que te corrigiera la espalda! ¡Shhhhhhh! ¡Ya sé!

Se hizo a mi lado, silencioso, pensativo, sin mirarme. ¿Para qué quieres que te mire?Ok, no me contestes.

El editor se sentó en la orilla de mi escritorio y comenzó a jugar con el cubo de clips, sin decir nada. ¡A lo mejor no sabe cómo decirte que te ama! Que te calles.

–Claudia… no sé qué decirte. –ya lo sabía jajajaja. ¡Tú no sabes nada, déjalo hablar! bueno, bueno ¡qué geniecito!

Tomó de nuevo la hoja, me miró en silencio y sin más, la colocó sobre la maquina trituradora de papel.

–Ya sabes que hacer. ­–me dijo. Y se marchó.

Me quedé muda. ¡Ambas, yo tampoco me lo creo!

Una lágrima se asomó indecisa mientras estiraba mi mano hacia el botón rojo. ¿Estás segura? No, pero ¿qué más puedo hacer? ¡A ver, niña! ¿Acaso no es esta una historia sobre el trabajo? Si, obvio, pero es sobre un trabajo humilde, de supervivencia, de saber que si no se recoge lo suficiente no hay para el pan, ni para la aguapanela. ¡Por eso, tonta! ¡Vé y pelea! Dile que esto sí se trata sobre el trabajo. No, ¿para qué? ellos necesitan que hablemos de oficinas, de ingenieros, de artistas; esta es una revista, no una ONG… Como quieras… ¿No me vas a insistir? por lo general no me permites que me rinda. No, desde hoy no te voy a volver a ayudar a tomar decisiones que tengan que ver con la magia de crecer. Es tiempo de irme poniendo en off, ya no eres una niña. ¡Lo soy! No, ya no, hija; tienes que crecer. Pulsa el botón, o anda y defiéndete, o haz ¡lo que te dé la gana!

–Ok.

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