“ENTONCES YO ME QUEDO CON TODOS LOS OCHO”

“ENTONCES YO ME QUEDO CON TODOS LOS OCHO”

Debió ser el mayor de los retos que asumió en toda su vida, cuando por su mente solamente pasaba la copa grande [el tintero doble] de aguardiente; que bebía de una sola, en la cantina de don Eladio. Lo podía hacer así; una, tres, cinco, siete, nueve y hasta once veces seguidas; [bogándolos como agua] sin que frunciera su ceño, ni su garganta se atorara.

La tía Carmelita, su esposa; tranquila, paciente, sin reclamarle nada, lo esperaba
cada vez a que llegara, [no importaba si estuviera rayando la luz del siguiente
amanecer] que descendiera de “Cachas”, su caballo negro zaíno azabachado, lo
soltara en su corral, entrara en la casa tambaleándose, zigzagueara por el amplio corredor, fruto de su nueva “borrachera”.

-“Bueeenaaas Cármennnn”, la saludaba con su voz roncona aguardientosa.

-“Buenas Manuel”, le contestaba ella, seria, sin mirarlo a la cara, cerrando la puerta, asegurándola con la tranca de madera.

Él, llevaba una vida disipada, sin preocupaciones, era un “toma trago” empedernido;
pues no tenía hijos para alimentar, ni tampoco qué cuidar; solo una esposa pasiva, tolerante, resignada, que le soportaba sus “bebetas” diarias, sin objetarle nada.

Aquella fría madrugada del 27 de julio de 1927, la trágica noticia de la muerte del
papito [abuelo] Crucito, sacudió toda la familia.

La tía Carmelita, aferrada al ventanal, vestida de negro luctuoso, esperaba
ansiosa una vez más la llegada del incorregible “borrachín”.

-“Ni siquiera la muerte de su hermano le quita la bebedera”, musitaba para sí,
aferrando sus puños, dolida, impotente.

Mi padre, las cinco tías, los dos tíos, todos pequeñitos; lloraban desconsolados
junto a la mamita [abuela] Paulina, por la pérdida del papito.

Manuel, apareció por milésima vez, en otra “jala” impresionante.

-“Pareciera que se murió alguien por aquí, ¿por qué hay tanta lloriqueadera?”, reclamó altanero, engreído, prepotente.

-“Se murió su hermano Crucito esta mañana de un infarto”, le sentenció la Tía
Carmelita, con todas las ganas de “desaparecerlo” igual del mapa.

-“¿Que se murió quién?”, refutó insolente.

-“Cármen, dejá de hablar impertinencias”, redondeó su desdeño.

-“El que habla impertinencias es usted Manuel, que vive la vida entre las copas. La
borrachera diaria no le permite darse cuenta que sí estamos de luto. Observe los muchachitos llorando afligidos junto con Paulina”, le reafirmó sosegada la Tía Carmelita.

Se tumbó en el diván. Clavó su nalgatorio en el sillón. Quedóse fundido, pasmado, petrificado, para dormir “su rasca”.

Manuel, ni se enteró del velorio, ni tampoco al día siguiente del funeral de su
hermano.

La borrachera le duró tres días; que los durmió de largo clavado en el sillón.

Cuando despertó, observando a todas las mujeres vestidas de luto, preguntó de nuevo, por qué estaban ataviadas así de negro.

“Hace tres días enterramos a su hermano Crucito, que lo mató un infarto”, le
aclararon.

Posó sus ojos en el piso, miró alrededor, observó algunas coronas de flores que
habían quedado sobre el corredor, que no fueron llevadas al cementerio y por
primera vez pudo olisquear absorto, estupefacto, asustado, temeroso, “el fétido
como penetrante olor de la muerte”, fungiéndole las narices.

Se puso en pie, llegó donde los ocho pequeños; los abrazó y los besó sentidamente uno por uno, luego la abrazó y la besó a la mamita Paulina, balbuceándole un pésame de todo su corazón; siguió hasta el corral, montó en “Cachas”, partiendo rumbo al cementerio.

La noche encontró a los tres hermanos restantes del papito José Crúz, [sin Manuel]
en reunión familiar con el propósito de definir lo que seguiría con los ocho
huérfanos.

Aquella noche, Manuel, no llegó borracho por primera vez en sus 27 años. Llegó lúcido. Llevó comida fresca, pasteles, panes por montones.

La conferencia de familia lo involucró de inmediato.

-“Hemos definido junto con Paulina, lo que haremos con los muchachitos”, expuso María, la mayor de las hermanas del papito fallecido.

-“¿Qué han decidido ustedes?”, preguntó Manuel, mirándolos fijamente a los ojos a
todos, incluídos los ocho pequeños, apiñados como pollitos alrededor de la mamita viuda.

-“Cada uno de nosotros los cuatro, se llevará consigo dos de los muchachos, haciéndose cargo de ellos”, respondió María.

Manuel los miró una vez más fijamente a los ojos, uno por uno a sus dos hermanas, a su hermano.

-“¿Ninguno de ustedes se queda con todos los ocho?”, les preguntó contundente, firme, determinante, concluyente.

Los tres hermanos se miraron entre sí desconcertados, sorprendidos.

-“No, no lo hemos considerado así, pues creemos que lo mejor es que nos repartamos equitativamente entre los cuatro las responsabilidades de los ocho niños y le ayudemos a Paulina en su crianza”, reafirmó María.

Manuel los observó una vez más con la fijeza penetrante de sus ojos.

-“¿Ninguno de ustedes entonces se queda con todo los ocho?”, les reiteró contundente, firme, determinante, concluyente.

No respondieron nada sus dos hermanas, ni tampoco su hermano.

-“Entonces yo me quedo con todos los ocho”, les confirmó Él, con absoluta certidumbre y resolución.

Los ocho pequeños corrieron alborozados para abrazarlo con sentida felicidad.

La tía Carmelita y la mamita Paulina se miraron con ojos radiantes, fundiéndose
luego en un abrazo eterno, solidario.

Manuel Ramírez, acababa de tomar la más osada, valiente, audaz, atrevida como
intrépida de sus decisiones: No tenía hijos, pero adoptaba a partir de ahora a sus ocho sobrinos; tres varoncitos, cinco mujercitas.

“CUANDO LA VIDA NO TE DA HIJOS,.. TE TRAE SOBRINOS” [LA SABIA VIDA].

A partir de aquí, Manuel Ramírez, se convirtió en el incomparable como en el
inigualable “PAPITO MANUEL”.

La mamita Paulina le entregó los pocos ahorros que había recogido ejerciendo como
maestra de escuela.

Con dicho legado, deshipotecó la finca heredada por la Tía Carmelita, disponiéndose para labrarla; con la cual los cuidó, los levantó, los educó a sus ocho
sobrinos; [a mi padre, las cinco tías, los dos tíos] ENSEÑÁNDONOS A TODA SU
EXTENSA COMO PROLÍFERA HEREDAD EL BENDITO VALOR DEL AMOR VERDADERO DE UNA FAMILIA.

La tía Agustina, contándome esta maravillosa historia, afirmó; que todos los ocho,
cuando el Papito Manuel, los adoptó como “a sus hijos propios”, sintieron que
la vida “les había devuelto a su amado papá regalándoles un tío inolvidable, un «PAPITO» nunca jamás insuperado”. FIN.

FINCA DEL CORREGIMIENTO DEL BOLO ALIZAL, PALMIRA, VALLE, COLOMBIA.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS