La habían amenazado de muerte. Nosotros totalmente inocentes del suceso llegamos a la cita, en horas de la tarde, a su oficina. Nos recibió de una manera fría y poco cortés, pensábamos que tal vez era su forma de ser o parte de la personalidad ya que era hija de inmigrantes alemanes y brasileña de nacimiento.
La reunión se desarrolló de una manera tensa, pero afortunadamente nos acompañaban nuestros hijos que eran menores de edad y eso ayudo a relajar un poco el ambiente.
Le entregamos todos los documentos y recomendaciones que llevábamos y después de observarlos un rato, hizo una selección que a ella le pareció adecuada. Nos pidió rellenar un documento solicitando el reconocimiento como refugiados; después de firmarlo, mi pareja y yo, nos comunicó que en un mes tendríamos la respuesta.
Salimos con la idea que todo iba bien a pesar de la poca amabilidad de la directora de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados) que se llamaba Dilva Stipp, tal como pudimos ver en la copia que nos dio del trámite y en cual estaban su nombre, firma y sello de la organización.
Dilva Stipp
Al mes y medio fuimos reconocidos como refugiados y nos brindaron una ayuda económica por seis meses. En adelante la secretaria, llamada Patricia, era la encargada de nuestra atención ya que con la directora la relación era mínima. Mientras tanto habíamos encontrado un apartamento para vivir en la calle Rusia y contábamos con la ayuda de Jairo Gallego, un sacerdote eudista nacido en Sevilla (Valle del Cauca), que nos hizo menos tortuoso el camino del exilio y que se convirtió en una especie de ángel para nosotros
Con el tiempo y nuestro comportamiento logramos neutralizar un poco la animadversión de la directora hacia nosotros. Le comentamos a Patricia, ya en confianza, que no teníamos claro por qué Dilva era así. Entonces nos comentó que ella había recomendado unos colombianos, en trámite de asilo en Ecuador, para trabajar en una empresa de arte y los habían encontrado robando. Al saber del hecho, consideró oportuno comentar a su jefe de ACNUR que se desplazó de Caracas, donde queda la regional, para tratar de solucionar el asunto.
La directora era de una congregación religiosa y un día a la salida de las oficinas, que quedaban en la sede de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, la esperaban un hombre y una mujer colombianos que la amenazaron de muerte…entre otras cosas le dijeron que aprendiera a tener la boca callada o ellos se la callarían para siempre.
Ante tal amenaza era comprensible que ella tuviese desconfianza hacia nosotros, por ser del mismo país. Sin embargo, ante nuestro comportamiento respetuoso, tomó la iniciativa de recomendarnos ante la regional para un posible reasentamiento. En Caracas tomaron la opción por España y fuimos reconocidos como asilados políticos.
Cuando salimos de Colombia, hacia Ecuador, nuestro objetivo final era Canadá y la planeación se encaminó a ello. Pero la vida con sus vicisitudes nos enseñó que el camino se hace al andar y el destino puede ser algo inesperado.
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