Tendría que encontrar las palabras, ser por un instante un Sabines, un Gelman o un Benedetti de oxidada prosa. Levantó la voz para que lo oyeran. Allí parado, bajo la cacofonía silenciosa que le brindaban los últimos segundo de suspenso, recitó un poema que por primera vez era suyo. Habló de muerte, de terruño, de amores olvidados, de las cosas que importaban a los latinoamericanos. Y cuando terminó, pudo asimilar la esencia de sus palabras, recordar que su sangre solo le pertenecía a la tierra.

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