Mi yayo, como solo tengo uno no necesito saber su nombre, que además es raro, no como las yayas que son dos y ya es más lío; pues eso, mi yayo, el yayo, es una persona bastante normal, dentro de lo que puede ser un yayo, viejo y con poco pelo, de los que cuando les dices “mira yayo”, te contesta diciendo que esperes un poco, que no tiene las gafas puestas. Yo cada vez que las veo, las gafas, que las deja tiradas por cualquier sitio, se las llevo corriendo pero casi siempre me contesta con un “gracias vida, pero ahora no las necesito”. A mí me parece que es un poco tonto ¿cómo no las va a necesitar si no ve nada?

Pero bueno, eso son cosas a las que supongo que me iré acostumbrando a medida que vaya conociendo a las personas mayores; cada una tiene su rareza y cuando te das cuenta y se las haces notar, la gente se ríe un montón. Me gusta cuando la gente se ríe, por eso procuro ser muy observadora y fijarme mucho en lo que hace cada uno, y repetir todo lo que dicen, aunque no lo entienda, pero como si lo entendiese; eso también les hace gracia. A lo mejor es que nací para hacer reír a la gente, para ser payasa o, lo que es peor, monologuista del club de la comedia.

Mi yayo, el yayo, a veces pierde un poco la normalidad y se vuelve un poco chiflado; quiero decir que suele tener apariencia de serio y de repente hace una tontería absurda, cómo todas las tonterías, y me desconcierta; me quedo mirándolo así como intentando descifrarle, entonces es cuando el resto de la gente que está alrededor dice lo de “este yayo,…” que supongo yo que debe ser como el tren que coge una vía terminal, sin retorno, sin remedio.

Lo que más me preocupa de mi yayo, el yayo, es cuando llega el verano y nos vamos a la playa, que a mí me encanta, me lo paso de maravilla, se me dispara la adrenalina y me pongo totalmente activa, de la sombrilla al agua, lleno un caldero, vuelvo al sitio, lo vacío, lo lleno de arena, me lo vuelvo a llevar al agua, …, una actividad frenética, propia de la playa, ¿para eso se va, no?, bueno pues mi madre no lo entiende. Es buena y la quiero mucho, pero a veces demuestra tener pocas luces; la iré enderezando poco a poco. Para eso mi padre, él sí que es dúctil y se deja llevar por el buen camino, pero claro, no vayas a comparar el carácter de mi padre con el de la energúmena, digo, con el de mi madre, en que estaría pensando.

Pues a lo que iba, cuando mi yayo, el yayo, se mete en el agua le sobreviene una transformación que me espanta, pierde completamente los papeles y ni siquiera recuerda como se llama; yo tampoco me acuerdo muy bien, ya dije antes que era un nombre un poco raro, pero estoy razonablemente segura que no se llama Tiburmán, como asegura. Y hace unas cosas extrañísimas, salta, se sumerge, vuelve a salir por otro sitio, hace como que me coge, a veces sin el cómo, y me empuja y me tira, suave eso sí, que para eso tengo solo tres años, casi; pero me dice mi madre que ya veré lo que me espera cuando crezca un poco y aprenda a nadar. La verdad es que me gusta y me lo paso bien, pero me tiene un poco desconcertada, no sé si debiera preocuparme o echarlo también al saco del “este yayo …”

A mí, eso de Tiburmán no me termina de sonar del todo bien, sobre todo porque no es así como se llama y puede ser un síntoma de demencia senil. Me suena como si fuera un Tiburcio a mitad de camino con Spiderman, pero a pesar de que Spiderman me gusta mucho, no termino de ver la relación entre mi yayo, el yayo, Spiderman y un señor, que seguro no es el yayo, que se llame Tiburcio.

Algo me contaron en una ocasión, no recuerdo quién pues debía de ser yo muy pequeña aún para retener según qué cosas, sobre que ese álter ego de mi yayo, el yayo, Tiburmán, se le había manifestado cuando mi madre y mi tío Manu eran pequeños; cada vez que se metían en el mar (no sé si también en la piscina, a lo mejor el agua dulce no le provoca reacción) se transformaba en ese misterioso míster Hyde que les perseguía y les hacía toda clase de judiadas y aguadillas. Lo que me extraña es que siendo como es mi madre, no le hayan llevado al médico a ver si era grave; claro que la yaya, la yaya Rosa, es enfermera y seguramente ya se dio cuenta por aquel entonces que solo era cuestión de meterlo en el saco del “este yayo,…” y mirar para otro lado.

Yo por si acaso voy a seguir observándolo de cerca, aunque tengo miedo de que pueda ser adictivo y al final termine echándolo de menos, a Tiburmán, si algún día el agua está menos salada de lo normal y no le hace reacción. O que pueda ser contagioso y me vuelva parecida, que algo así debió de pasarle al Tío Manu, que ese también… Pero eso ya será en otro capítulo.

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