Sor Angustias de la Cruz

Sor Angustias de la Cruz

Tengo una caja de galletas de metal heredada de mi abuela, una de esas holandesas que compraban nuestros padres en Andorra, que me encanta abrir, no lo sé, dos o tres veces al año. Cada vez que la abro me tranquiliza acerca de mi historia y mi familia. EL amor prohibido de mis abuelos, lo galán que era mi tío José el militar, la primavera del 85 o el seiscientos con el que cruzábamos España de vacaciones, en un mundo cada vez más digital conviene recordar que el analógico era divertido y artísticamente sencillo.

Me encanta la fotografía desde siempre, inculcada por mis padres y por mi abuelo, no recuerdo cual fue la primera vez que vi las fotografías familiares, y de aquellas fotografías que tenía mi abuela la que más me llamaba la atención era una de mi tía-abuela Emilia, vestida de monja. Recuerdo a mi tía Emilia como una mujer independiente que fumaba como un carretero, diciendo tacos y conduciendo como una loca por las calles de Barcelona en su SEAT 127. Una señora muy peculiar.

Cuando pregunté por vez primera quien era aquella monja, mi abuela soltó una carcajada y me dijo:
– Ésta es la tita Emilia, que recién había tomado los hábitos, ¿quieres que te cuente su historia?
– ¿La tita Emilia que yo conozco?- sorprendido porque no tenía nada que ver con la tía que yo conocía.
– Si, ella misma aunque en esta foto se llamaba Sor Angustias de la Cruz, es una historia larga que debes conocer…

Tu tía Emilia era una jovencita desgarbada, feota, muy alta para su edad y tiempo, de rasgos bastante masculinos y nada femenina en su comportamiento; después de la guerra, el cura que daba la misa en el pueblecito de Granada donde vivíamos, convenció a todos los jóvenes entre 17 y 19 años a dar su vida a la contemplación de Cristo, y consiguió que se ordenarán la mayoría de jóvenes. Al pueblo, los pueblos vecinos le llamaron socarronamente “El pequeño Vaticano”. En cada casa había mínimo un cura y una monja, aquello para el pueblo fue una regeneración, la hambruna después de la guerra gracias a sus “vocaciones” religiosas disminuyó bastante; como te iba contando mi hermana decidió hacerse monja y aprovechar que la mayoría recibían estudios que nuestra familia no hubiese podido pagar, imagínate yo en casa de los Señores Blasco y mi hermana María en casa de los Gutiérrez de los Ríos, mis otros dos hermanos, el tío José en Algeciras de comandante recién casado con aquella señoritinga gaditana y Salvador recién llegado de la quinta del Biberón. Imposible si Emilia hubiese querido estudiar para enfermera que es lo que hizo en Ronda gracias a las Carmelitas Descalzas.

Tu tía tomó el autobús junto con todos los jóvenes del pueblo y algunos de alrededor hacia la serranía de Ronda donde estaba la orden que iba a acogerlos, en la Alsina conoció a una muchacha de Ambroz que se sentó a su lado e hicieron amistad durante el camino y se prolongó el tiempo que estuvieron de noviciado, a tu tía le tocó quedarse e Ronda porque ella decidió estudiar enfermería y allí se lo brindaron, aunque tenía que renunciar a su vida exterior haciéndose monja de clausura, no podía recibir ni enviar noticias a familiares o amigos. Y su amiga Rosario, la de Ambróz, como no le gustaba estudiar y en su casa había aprendido costura y bordado, la enviaron al convento de las Agustinas Recoletas en Motril, no por deseo propio porque ella también podía haber cosido y bordado en Ronda, según tu tía, la madre superiora intuyó algo más que una inocente amistad entre Emilia y Rosario, y decidió separarlas. Así se separaron, pero como el padre Nono (primo de Rosario) tenía los dos conventos como confesor, Rosario le explicó a su primo hermano la historia, él se ofreció a llevar sus cartas escondidas entre el misal, entregarlas a Emilia y viceversa. Así anduvieron entre misal y misal ocho años, hasta que mi madre, tu bisabuela Mamangustias murió de un infarto haciendo la maleta para ir a Barcelona a ver a su primer bisnieto, tú, y eso le sirvió a La tita Emilia, en aquel momento ya, Sor Angustias de la Cruz, para pedir permiso y salir al entierro de su madre. Hecho que aprovechó también Rosario para pedir un descanso vacacional a su convento, como lo tenían todo hablado, después del entierro de mi madre en Granada decidieron no volver, huyeron a Barcelona que era donde estaban sus hermanos.

Ella trabajó en una clínica privada de enfermera y Rosario cosiendo en casa y en una conocida tienda de vestidos de novia, vivieron juntas hasta que un cáncer se llevó a Rosario, y siete años después, tu tía Emilia moriría de un ataque al corazón. Tú bien sabes que mi hermana fue incinerada y parte de sus cenizas están en Barcelona, ciudad en la que disfrutó de su amor y otra parte en el cementerio de nuestro pueblo porque prometió a Mamangustias (tu bisabuela) que no la dejaría Jamás. Rosario quiso ser incinerada pero su familia se negó y se llevaron el cuerpo al cementerio de Ambroz, junto a sus padres.

– ¿Y entonces no descansan juntas, Abuelita?

– Te voy a confesar un secreto ahora que estamos solos, nene.

– Dime, intrigado por aquel secreto que intuía familiar.

– Cuando incineramos a mi hermana, y tuve que cumplir su deseo de dividir las cenizas entre Barcelona y Granada, me guardé una pequeña parte en una cajita de madera, añadí los anillos que llevaban cuando eran monjas y fui al pueblo de Rosario, allí junto a la tumba familiar de su mujer enterré la cajita para que almenos estuviesen juntas y jamás nadie las separe.

Fotografias familiares Barcelona/Granada/Ronda

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