Primavera
Finalmente lo encontré. Después de tantos años. Seguro que has crecido más de lo que soy capaz de imaginar, y no quisiera empezar sin señalar cuánto me arrepiento ahora, quizá demasiado tarde, de no haberte traído conmigo. Sin embargo lo que fue así fue, y hoy puedo compensarlo.
Ya me conoces, no fui capaz de deshacerme de aquella sensación de no pertenencia. Tenía una sed que nada saciaba. Un vacío que creí poder controlar, y que acabó destrozando todo cuanto una vez pude considerar “mío”. ¿Por qué me fui? No fue tu culpa. Realmente nunca antes había sido feliz, y aquel abismo se ensanchaba a medida que pasaban los años, para eventualmente hacerme explotar. Tuve que irme como el enfermo que se exilia, para no contagiarte de mí desazón. Cada noche me arropaba con la idea de que en el camino encontraría, como mínimo, una razón para existir. No obstante, la enseñanza final fue que la vida es vacua y fútil.
Conocí a un hombre que sostenía en sus manos el botín recién sustraído con violencia. Hablé con el asesino justo después de que cometiera el crimen. Aquellas vivencias me conmocionaron hasta el punto de embarcarme en una nueva “cruzada”. Busqué el bien en la humanidad, pero a cada paso que daba sólo encontraba dolor y angustia. Los que tenían poco se lamentaban de sus carencias mientras que los que tenían más invertían sus bienes en evitar sentir lo que padecían quienes tenían menos. Y fue entonces cuando yo, que vivía en la pobreza, que dormía en las calles sin tener a dónde ir, descubrí que, aun sintiéndome un paria miserable, albergaba en mi interior los mismos pesares que a todos atormentaban en su lecho por igual.
La realidad asestó una certera puñalada a mi vanidad al rebelarme mi verdadera condición humana. Tuviera o no bienes, ya fuere rico o pobre, ya viviere acomodado o en la máxima pobreza, sólo anhelaba realmente una única cosa: ser feliz. ¿Por qué no lograba sentirme realizado? ¿Por qué, estuviera donde estuviera, cada vez que el dolor me embargaba, éste se convertía en una vorágine incontrolable de ansiedad? ¿Por qué, si quiero ser feliz, y no soy mala persona, acabo sufriendo y haciendo un mal que no quiero?
Buscando las respuestas empecé a hablar con las personas que la vida me iba presentando. Comencé a viajar de aquí para allá, y no logré echar raíces en ningún lugar. Fuera donde fuera, acababa siendo rechazado y odiado. Descubrí que cuando planteaba estas mismas preguntas a otras personas, destapaba una caja de pandora de la que emanaba una abismal oscuridad. Todos tenemos una idea formada de lo que creemos y anhelamos ser. Sin embargo, estas preguntas, si eran encajadas con sinceridad, dejaban al descubierto una serie de heridas supurantes que hacen al individuo reaccionar como un perro herido. Eventualmente, cuando la propia pobreza interior, que todos cargamos por igual, se mostraba evidente ante sus ojos, no podían evitar culparme para quedar así exculpados de su propia falta.
Quedé así solo de nuevo. Y nuevamente retornó la vida con su certera estocada. Nadie estará dispuesto a abrir su corazón con sinceridad por miedo a un dolor mayor al que ya padecen. Y aunque la única manera de sanar el sufrimiento interior sea compartirlo, nadie estará dispuesto a tomar ese camino. Tan solo aquellos que han ardido en las llamas de un dolor insoportable osan recorrer este sendero, movidos por la tranquilidad que les confiere el saber que “nada puede ir peor”. Aun conociendo la manera para poder solventar el problema, las personas, cual poeta Orfeo, decidimos tomar la decisión que más se nos acomoda, pero que menos nos conviene. ¿Y qué ocurre si este mundo interior que todos tenemos queda expuesto? Entonces tendremos que defender la integridad de lo que creemos ser, y recurriremos a los insultos, la violencia, la locura, la drogadicción y a cualquier método posible para negarnos la evidencia.
Aunque también descubrí algo curioso, pese a todas las pegas que te expongo. En todas mis andanzas nunca hallé a nadie que estuviera haciendo el mal. De un modo u otro, todos siempre intentamos hacer el bien, pese a que podamos errar en nuestras decisiones. Siendo esto así, si todos tratamos siempre de hacer el bien, ¿por qué no somos felices? ¿Por qué existe el mal?
Porque no entendemos a los demás ni a la felicidad. Muchos confunden una vida de autocomplacencia como una vida feliz. Los hay que sólo son felices con grandes casas; los hay que las prefieren pequeñas; y los hay que prefieran vivir de aquí para allá. Sin embargo, esa complacencia no nos hace realmente felices, pues de perderlo todo ¿dónde quedaría el sentido de la vida? El amor, si es auténtico, va más allá del bien y el mal, y no se puede perder. Una madre jamás podrá perder el amor hacia su hijo, si este amor es verdadero, bajo cualquier circunstancia. ¿Acaso sí podemos perder la felicidad?
El mal existe porque somos egoístas, y somos egoístas porque tenemos miedo. He aquí mi hallazgo, Primavera. Si en lugar de irme me hubiese quedado, si hubiera compartido mis temores, no habría generado en ti tanto daño como hice. Es nuestra vanidad la que nos hace atacar o sentirnos atacados. La felicidad es aquello que viene más allá del miedo.
Son nuestros miedos los que nos incitan a actuar de manera irracional, pudiendo dañar en consecuencia, directa o indirectamente a los demás. No obstante, del mismo modo somos nosotros quienes, en última instancia, cedemos ante ellos. ¿Por qué roba el ladrón? ¿Por qué pega el abusón? ¿Por qué grita el colérico? Por sufrimiento y por miedo. ¿Cuál fue la reacción en tu último enfado? ¿Cuál el motivo? ¿Te dijeron algo que te suscitó miedo y te pusiste a la defensiva? ¿O te hicieron daño unas palabras o actos concretos y no pudiste soportarlo?
Es injusto cuando recibimos en nuestro ser las acciones egoístas ajenas. ¿Pero de qué sirve reaccionar del mismo modo? Nuestras mentes son complejas y nuestras personalidades son un entramado de intrincadas conexiones. Sin embargo nuestras emociones y sentimientos son crudos y viscerales. Son el lenguaje universal que todos podemos entender.
Esta es pues, la lección que he tenido que aprender tras mucho sufrimiento, aislamiento y soledad. Afrontar los miedos propios sin ceder al egoísmo y sin juzgar a quien te ataca, pues le motivan los mismos sentimientos que todos albergamos, y que por ende podemos entender. Y para afrontar los miedos, estos han de ser compartidos con los seres cercanos, pues somos seres gregarios, concebidos para la cooperación y supervivencia. Se nos dotó de inteligencia para razonar, y de símbolos para comunicar. Deberíamos empezar a usarlas para lo que fueron creadas.
Así pues, quiero disculparme de nuevo. El mal ya está hecho y comprendo tu rencor. El miedo me tentó y yo me dejé embaucar. No tengo excusa, pero al menos ya sabes la verdad. No espero que me perdones. En el mundo todas las personas vivimos encerradas en un círculo vicioso de egoísmo-miedo-dolor que tratamos de tapar con capas y capas de humo. Un mundo en el que nos venden que podemos ser felices ignorando a los pobres, a los desahucios, al hambre, a las guerras y demás calamidades porque tenemos una casa y unos bienes. Se nos ha enseñado un modelo de felicidad basado en el abuso de los demás. Sabes que para fabricar tus aparatos electrónicos es probable que muchas personas hayan sido explotadas. Sabes, en esencia, que para que tú tengas mucho, otro debe tener poco. Nos han vendido que la felicidad de unos es el tormento de los otros. Así nunca habrá paz. De este modo, cada acto tendrá un impacto severo sobre los demás. Y yo aún me atreví a preguntarme por qué me sentía vacío.
No se trataba de que algo me faltara, sino de que el mundo me sobraba. Cuando experimenté el egoísmo ajeno comencé a sufrir. Al no poder soportar las injusticias que ante mí se presentaban, opté por refugiarme en mi mismo, no por rencor sino por miedo a sufrir. Fue mi vanidad y mi flaqueza quienes me motivaron a irme. Fue el egoísmo de quienes me crucé y mi vanidad quienes me hicieron sufrir. Y ahora, habiendo aprendido la lección, vuelvo para abrirme al mundo y poder compartir lo que tanto he tardado en entender. No podré cambiarlo, pero sí podré plantar la semilla.
Éste es el primer paso para poder ser felices: Dominar al egoísmo cuando esté motivado por el miedo y no por la razón. No ceder al miedo, sino entenderlo, atenderlo y superarlo. En cuanto al dolor, siempre sufriremos. El mundo está muy dañado y el dolor se derrama a través de las heridas que dejan las injusticias que a diario damos de lado. Aunque tratemos de sanarlo, éste nos lanzará feroces dentelladas. Es por esto que se antoja tan desalentador el sendero que te expongo. Pero te aseguro que el dolor se apagará. Con el tiempo, los pensamientos que te atormentan desaparecerán y comenzarás a sentir una verdadera paz. No temas equivocarte, no temas pedir perdón. La felicidad subyace en esas circunstancias: al saber que tenemos derecho a equivocarnos y a ser perdonados, pues no es el error el problema sino su miedo inherente.
Por último, querría añadir que no permitas que el dolor que te causé te impida apreciar la sencillez y frescura de mis palabras. No te desanimes por la desazón que te produjo mi marcha ni te apiades de mi por los males que encontré; simplemente que mis palabras entren dócilmente en tu corazón, y aniden en él para siempre. Muestra a los demás cuán sencillo, y cuán complejo a la par, resulta resolver los problemas a través de la palabra. Enséñales que todos hacemos daño porque nos sentimos heridos, y que todos atacamos porque tenemos miedo. Enséñales a compartir sus miedos y a entenderse mutuamente. Y no temas al fracaso ni al dolor. Todo pasará.
Mantén la armonía que posee la quietud del universo. Tanto si sufres como si ríes, el sol arderá, la tierra girará, y el universo permanecerá silente. Tenemos el regalo de la libertad, y la condena del egoísmo. Podemos elegir cómo vivir, siempre hay una elección. Y el mundo ahora elige vivir en el egoísmo, y por ende en el sufrimiento. Si quieres ser feliz no debes abandonar a los demás, debes enseñarles lo que has aprendido, no por vanidad, no por ser loada, sino por tener la seguridad de que has elegido, realmente, el camino de la felicidad, el camino del bien. No te vayas ni un solo día a la cama sin sentir el dolor de los demás. Nunca olvides que el dolor que sienten los demás es el mismo que sientes tú. Permite que la rabia te inunde en tu lecho y te recuerde que aún existen personas que no querrán cambiar. Sólo así podrás ser realmente feliz, pues sólo compartiendo el amor uno ama y se siente amado; pues sólo siendo amados seremos realmente felices.
No sé si volveremos a vernos alguna vez. Dibujaré tu rostro en mi mente cada noche, como tengo acostumbrado hacer, y guardaré tu recuerdo con cariño hasta que la noche me lleve. Compartiré lo que he aprendido con todos los que quieran escucharme, y deseo con todas mis fuerzas que tú quieras escucharme después de todo. De corazón espero que, sea como sea, acabes recibiendo estas palabras y pueda compensar todo el dolor que te causé. No por mi vanidad, sino porque realmente creo en las palabras que te he escrito.
Sinceramente tuyo
Πρό Ἀθήνας
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