La viajera de los sueños

La viajera de los sueños

La evidencia de un problema se hará siempre

y cuando quieras recibir la realidad, a no ser que vivas un sueño.

CAPÍTULO 1

-Tienes un trastorno del sueño.- me decía el psiquiatra, con una mirada compasiva y forzada.

Seguro que lo habrá diagnosticado ochenta mil veces y ensayado la transmisión de una noticia de ese calibre. Seguía articulando su boca, dejando en el aire palabras sin sentido y a su vez relacionadas con esta condición, criterios y características.

Noté cómo mi cuerpo se debilitaba y perdía energía, como si fuera el escape de un globo de elio petado, y se desinfla poco a poco hasta quedar tendido en el suelo. Entonces apareció.

Era ese paisaje libre de contaminación, ese paisaje fuente de inspiración para todo artista, ese paisaje que no dejaba de perseguirme en mis sueños.

El azulado cielo me envolvía y el bosque verde y caluroso llamaba mi atención. En ese lugar siempre era diferentes personas, llegué a ser durante unos meses el chamán de la tribu “Hituki”, me vi obligada a tomar muchas decisiones y responsabilizarme de muchos. No comprendía por qué pero tenía todos sus conocimientos. Mi consciencia era la mía, pero el cuerpo era suyo. Y nos unificamos, su pensamiento e identidad me guiaban a la hora de curar. Durante unos días fui un hijo recién nacido, fruto de la violación de un militar residente y una pobre chica de tan sólo 14 años. Lo último que supe es que la obligaron a casarse con él.

Me envolvía de nuevo todos esos olores, diferentes a los que estaba acostumbrada en las grandes ciudades. Noté que me estaba mareando y de golpe abrí los ojos.

-¿Sophie? ¿Sophie? ¿Te encuentras bien?- dijo con cara de preocupación mi psiquiatra. – Has sufrido otro estado del sueño.

Lo miré sintiéndome desorientada en ese espacio.

-Doy por acabada la sesión, ahora debes descansar. Te recetaré un medicamento que te servirá para no sentirte mal. Ya verás, desaparecerán en gran parte tus delirios cuando duermes.

-¿Qué significa eso? ¿Ya no soñaré más cuándo duerma?

-Exactamente. ¡Fuera delirios!

Decidí coger un taxi, tenía miedo de caerme inesperadamente por las calles de Barcelona.

Entré en mi piso. Es sencillo y pequeño. Cuando entras recién te encuentras en el pasillo, y da a dos puertas. Una era la habitación de matrimonio y la otra un despacho que me monté, para diseñar campañas publicitarias para empresas que me contrataban. El último proyecto era para anunciar una nueva marca de pañales, nada del otro mundo. Mi equipo se componía de Sandro, Marissa y David.

Si sigues avanzando por el pasillo ya se empieza a ver la luz del comedor. Tenía una ventana de cristal grande, por eso tanta luz natural. Esa era mi única condición para coger un piso.

Me dirigí al sofá y me estiré. Noté el agotamiento de todo el día, y cómo pesaba la gravedad de la Tierra sobre mí. Los párpados empezaron a caerse mientras luchaba para mantenerlos abiertos, pero sin éxito.

-¡Eres la reina de las zorras! – dijo un hombre alto y robusto, con una cara muy enfadada y un tono grave y elevado.

Me está mirando a mí… ¡Qué miedo da! No entiendo nada, ¿dónde estoy? Giro la cabeza de lado a lado, y veo una cocina, pero no es la mía.

-¿No me vas a decir nada? Ahora te haces la loca… Ven aquí sucia ramera.

Me pegó un bofetón en la cara. Me dolió mucho, y empecé a llorar. Notaba la mejía cómo ardía y palpitaba, de verdad que no entiendo que he podido hacerle a este hombre desconocido para que se violentase tanto conmigo.

-¿Vas a seguir callada eh? Muy bien, parece que no has tenido suficiente. – se empezó a acercar de nuevo.

Tuve el instinto de supervivencia, de levantarme e irme corriendo algún lugar de esa casa para mantenerme a salvo. Pero cuando estaba corriendo desesperadamente, aturdida por la torta, me cogió del brazo con fuerza y me estiró hasta caer y darme en la cabeza.

-¿Dónde te crees que vas? ¿Piensas de verdad qué saldrás de ésta de rositas? ¡Mucha fe tienes tú, infiel de mierda!

Mi corazón estaba a punto de salir del pecho, más acelerado no podía tenerlo. Me rondaba una idea todo el rato… me iba a matar.

Ya con una parsimonia lenta y tenebrosa, fue caminado hacía mí. Tenía una sonrisa maliciosa y sarcástica, unos ojos llenos de odio, y sudor por la frente. En mi último intento de no verlo más, giré la mirada bañada de lágrimas concienciadas, y me vi reflejada en un cuadro medio roto en el suelo, caído seguramente por la pelea.

Era una chica rubia de unos veintiocho años, muy guapa. Unos ojos azules brillantes, una nariz pequeña y unos labios finos entristecidos. ¿Quién eres? Me decía a mí misma. ¿Quién te puede ayudar? Dame pistas por favor, quiero salvarte.

Y desapareció el dolor y la agonía, el miedo de morir de la forma más vulnerable y malvada.

Me desperté de golpe en mí sofá. Muy sofocada y atemorizada. Ahora recuerdo que estaba estirada y me quedé dormida. Me levanté corriendo y encendí la televisión, buscando un canal donde dieran las noticias. No salía nada. ¿Y si solo era un sueño? Pero, ¿y si no?

No quería pasarlo tan mal, me puse a llorar durante horas y horas trasladándome a las imágenes que hacía nada había vivido. Y recordé los medicamentos que me recetó el psiquiatra. Si realmente funcionaban, quería probarlo, no quiero volver a experimentar tales desgracias y abominaciones.

Sonaba la alarma de nuevo, después de atrasarla tres veces. Eran las 7:52 am. No llegaba tarde por suerte. Saqué poco a poco mi cuerpo por el borde de la cama, muy a mi pesar. Introduje mis pies fríos en las zapatillas perfectamente colocadas para hacer un movimiento limpio y automático. Con esfuerzo y voluntad fui al baño para ducharme y despejarme un poco antes de encarar un día tan largo.

Mientras caía el agua por mi cuerpo pensé que las pastillas habían funcionado, ya que cómo mínimo no recordaba ni un posible sueño en toda la noche. Tengo la sensación de sentirme culpable pero a la vez aliviada por acabar con estos sucesos paranormales, que me hacía diferente a los demás. De pequeña me atreví a contarlo tan solo a tres personas. Mi madre, mi abuela y finalmente mi mejor amigo. Pero a él lo perdí, me arriesgué mucho a que entendiera lo que le contaba y simplemente tuvo miedo a lo desconocido. La cuestión fue que se alejó de mí y ya no supe nada más de él. Tuve una infancia muy solitaria, hasta el momento que mi madre me hizo prometer que no contaría tal secreto, por mi bien. Cada día cuando me despedía para ir al colegio, me repetía que era una niña preciosa, lista y especial, era una especie de don lo que me ocurría. Pero rápido se terminó su vida. Murió en un accidente, un día cualquiera después de llevarme al colegio. Todo cambió desde entonces. Dejé de considerar lo que me pasaba un don y concebirlo cómo una maldición.

Inhalé profundamente y exhalé con el objetivo de interrumpir mis recuerdos y esas emociones implícitas en ellos.

Legué a la oficina unos minutos más tardes de la hora acordada para la reunión con el representante de la campaña de pañales. Me senté dos segundos en la silla en mi despacho, y busqué todos los documentos relacionados con esa empresa. Pero con todo el desorden de mi mesa, empecé a estresarme. Picaron dos veces a la puerta y pasó David, mi secretario, con una carpeta llenísima de documentos. Era lo que buscaba.

-Me has salvado la vida, David. No sé qué haría sin ti. – lo sonreí y me dirigí con mi estrés ya acentuado por la situación hacia la sala de reuniones.

Fuera, con la puerta cerrada, me esperaba Sandro mí socio. Balbuceó cuatro palabras en voz baja, para sermonearme cómo de habitual. Y procedimos a la reunión.

-Bienvenido Sr. De Castro, nos place volver a verle. – le saludó con la mano Sandro. – Esperamos que no le haya costado encontrar sitio por esta calle.

-No ha sido un problema. – respondió, tal vez un poco molesto por la espera.

-Siéntese en esta silla y acomodase. ¿Quisiera tomar algo? – le pregunté muy amablemente.

-Un café solo, por favor.

-Descuide. – salí avisar a David, que preparase lo encomendado.

Cuando volví a entrar, estaban introduciéndose en los objetivos que esperaba que cumpliéramos. Y me añadí en la conversación.

Después de dos largas horas, acordamos un plazo de un mes, para tenerlo todo desarrollado y listo. No era muy diferente a otros proyectos que habían pasado por nuestras manos anteriormente. Todos seguían la misma línea.

Sandro se ocupó de acompañar a la puerta el Sr. De castro y así despedirle hasta la próxima reunión en dos semanas. Se le daban mejor las relaciones sociales, así que se encargaba él normalmente. Todos los clientes acababan muy satisfechos con su trato.

Picaron a la puerta y pasó Sandro.

– Parece que estaba contento con el enfoque, ¿no? – se sentó en la silla de delante de mi mesa, orgulloso de la faena bien conseguida.

– Eso parece. – respondí un poco seca y fría.

– ¿Qué te pasa hoy Sophie? Parece que hayas tenido una mala noche.

Lo miré fijamente y él a mí expectante.

– El frío de invierno, ya lo sabes. – me excusé rápidamente.

– ¿Te apetecería salir a tomar algo conmigo después de trabajar? – me propuso.

– Sandro… estoy un poco cansada, tal vez otro día. – le comuniqué con evasiva.

– Siempre me dices lo mismo. ¿Cuándo será ese día? Eres más difícil Sophie… – lo comprendía pero a su vez le indignaba, estaba segura.

Llegaba la tarde cómo intrusiva en mi día, pero perfecta para poder huir a mi casa. De camino, pasó por mi lado un camión de bomberos a toda prisa y miré a dónde se dirigía. Con una cara tranquila y uniforme, dejé de observar para volver mi mirada al suelo y seguir caminando hasta llegar a mi portal.

Dejé un suspiro de alivio al dejar las llaves en el llavero y poner un pie en casa. Me acomodé en el sofá y cogí el teléfono para marcar el número de una pizzería italiana. Mientras hablaba con el que me atendía, encendí la televisión. Contestando al chico, apretaba el botón del mando para hacer zapping y encontrar algo que me entretuviera. Colgué el teléfono y me cambié de posición, aún más cómoda. Me sobresalté. Eran las noticias de la noche, en el canal 1, anunciaban la muerte de una mujer de veintiocho años en Málaga, en una urbanización cerca de la ciudad. Me escandalicé y me petrifiqué por unos instantes. No daba crédito a lo que veían mis ojos. Era real, fue real. No puedo creérmelo. Con los ojos como platos, deje caer el mando al suelo y agudicé mi oído para no dejarme ni un detalle de la explicación.

– Vamos a proceder a entrevistar la vecina de Claudia, la presunta fallecida. – ¿cómo que presunta fallecida? ¡La presunta asesinada! ¡Hay que joderse! – Maria Del Carmen, usted conocía a esa pareja, ¿no es así?

– Sí, eran una pareja joven, la chica era muy amable conmigo, me ayudaba a subir la compra.

– ¿Qué opina usted sobre el acusado? – le preguntó la periodista insiriendo para dar lugar a confesiones y más información.

– Era un joven muy normal, nunca hubiera pensado que haría tal atrocidad. Sí es cierto, que de vez en cuando, escuché alguna pelea. Pero, ¿qué pareja no discute?

– Muchas gracias Maria Del Carmen. – finalizó la entrevista la reportera.

Llegué a un nivel de conciencia máximo en ese momento. Fue lo que verificó que mis sueños no eran solo sueños, sino algo sorprendente y nunca visto. Era la realidad de otras personas.

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