En el sur de los Estados Unidos casi siempre es verano, sin embargo, recuerdo como si fuera ayer, ver en el horizonte de las planicies tejanas, un furioso bloque de lluvia y viento huracanado que se aproximaba a una velocidad inverosímil hacia mí. A duras penas alcancé refugio en la robusta construcción de una antigua biblioteca y de inmediato acerqué mi rostro a una ventana para observar el misterio del ciclón que amenazaba con tragarse la tierra. Afuera en la cuasi infinita pradera, una pequeña colina se destacaba, y sobre ella, una imagen llamó toda mi atención, un jovencito, sentado e impasible esperaba de frente al endemoniado fenómeno natural. Paralizado por la escena y en una completa confusión, esto fue lo que presencié:
Un niño sentado en la intemperie desafiaba la presencia del huracán que se aproximaba a la ciudad; él, sólo en medio de la inmensidad se le veía resuelto a no sé qué, pero en su actitud se leía una determinación férrea a no ceder ni un milímetro. Desde la distancia destellaban rayos y retumbaban truenos dentro los vientos huracanados, ya enlodados por la tierra y el agua que levantaba a su paso, rápidamente tomó una forma cónica que giraba ferozmente en una coreografía perfecta con los árboles, los cuales se iban arrodillando mientras un manto denso de agua lo cubría todo, se notaba pesado, con una masa que jamás he vuelto a ver en mi vida.
Afiné bien mi oído dentro del estruendo, me pareció escuchar algo increíble pero no duré mucho en descifrarlo, era una voz profunda entre trueno y trueno que llenaba el universo, era el huracán quien le gritaba al joven – «ey niñito estúpido, apártate de mi camino» – el jovencito impávido sostenía su posición – «pequeño insolente, huye mientras puedas porque una vez que te devoré no daré marcha atrás» – la distancia se acortaba velozmente entre ellos dos, hasta que en el punto inminente de lo inevitable, el joven se paró en sus dos pies, firmes como estacas, y abriendo sus brazos se entrego al huracán gritando – «ven aquí chubasco del carajo, tu debes ser quien deba temerme ahora, no eres más que un estornudo en el vacío…» – en ese instante no sé que retumba más, si los gritos del joven, la furia de la tormenta o mi corazón; la vieja biblioteca a punto de desgarrarse de sus cimientos y el sonido ensordecedor de mis pálpitos me tenían al borde del desmayo, fue en ese instante cuando el joven levitó sobre el pequeño montículo y como una boa de agua y fuego el huracán se lo embulló en un parpadeo.
Dentro del siniestro momento el ojo del huracán miró de cerca al niño – «pedazo de nada, creíste que yo era un juego infantil?» – «por supuesto que no… te he esperado toda mi vida» – desde la ventana pude observar como se retorcía el violento remolino al rededor de la construcción, todo era oscuro y estridente, los relámpagos silueteaban lo que apenas mi ojos daban crédito – «¿A caso quién te crees que eres al desafiar mi poder, insignificante costal de huesos?» – «pues mírame bien tormentica playera, cuando apenas era un niño acabaste con mi familia y con lo que más amaba, devastaste sin pudor todo lo que me pertenecía, fui yo el único sobreviviente de tus miserables pasos, desde entonces he vagado incansable por la tierra en tu búsqueda» – fue tal el poder que el joven imprimió a sus palabras que lograron detener por un segundo al temible huracán – «sí te recuerdo, eras a penas un bocadillo en mi camino que no valía ni la pena devorarte» – en ese instante un silencio implacable dominó el mundo, como si el universo se hubiera suspendido por un segundo y claramente desde las entrañas del cielo escuché las últimas palabras del joven – «¡aquí estoy dispuesto a cumplir mi promesa, pues juré que algún día te tragaría huracán!»
Finalmente, el cielo se abrió en medio de un estallido ensordecedor, los relámpagos me segaron y sólo pude vislumbrar la figura del joven tan grande como el huracán perderse en el infinito. A su paso, un reguero de elementos en anarquía fue el testimonio del último día de mi primer vida, pues desde ese instante sentí como si hubiera vuelto nacer pero con una fuerza huracanada de comerme al mundo, sobreviví!
– Fin –
BEAUMONT – TEXAS – USA / OCT 1998
Este relato lo escribí mientras presenciaba el paso del huracán Mitch en el condado de Beaumont -TX. Fue tal la euforia de ver como un considerable montículo, afuera de mi refugio, desapareció totalmente y posteriormente el agua llegó al borde de mi ventana, que en esos minutos aterradores me aferré a una libreta y a un lápiz y escribí lo que hoy comparto con ustedes. Como nota curiosa, a medida que se incrementaba y luego se desvanecía el huracán, así mismo le daba ritmo a mi relato, escribí desde que inició hasta que se terminó, fue una experiencia surreal. Gracias, de antemano, a todos los que me acompañen con su lectura.
*el escrito original lo perdí hace años pero al ver esta convocatoria recordé cada palabra.
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