«El primer viaje de mi nueva vida»

«El primer viaje de mi nueva vida»


«Show must go on», fue el eslogan que me acompañó durante todo el trayecto. Siete horas en el autobús Lisboa-París. Cuando lo cogía había personas que llevaban viajando varios días, el olor era espantoso. Pero mi nueva vida bien merecía la pena aguantar siete horas con un olor nauseabundo.

Mi nueva vida comenzó el 3 de Marzo de 2002, recuerdo perfectamente el momento, eran las 23:59 cuando mi madre apareció llorando por el interminable pasillo, agitando sus brazos e indicado que se había acabado. «- ya está..-«, decía. Yo no supe qué hacer, es como si yo también me hubiese ido contigo, de hecho, creo que aquel día, el eterno viaje fue para todos. Después vino la marabunta de cosas que pasaban delante de mí como si de una película se tratase. Y al final, ese viaje a lo largo del túnel… Una curandera me dijo una vez que me elegiste para que te acompañase a las puertas del cielo, fue una experiencia increíble, y lo mejor de todo: saber que llegaste. Y por fin, acabaron esos dos días de 1000 horas cada uno que parecían no tener fin. Empezaba, mi nueva vida.

Había que continuar, había que seguir adelante. «El espectáculo debe seguir«. Era muy difícil, dificilísimo, pero tengo que reconocer que en mi nueva vida las cosas eran mucho más simples que cuando volvía, de vez en cuando, a mí vieja vida.

Y allí me encontré, subida en el autobús, despidiéndome de vosotras por la ventana. Era todo tan triste. Dejaba mi vieja vida tambaleando, lo que siempre había conocido y que de un plumazo se desmoronó y me hizo protagonizar una de esas historias que siempre le pasan a otro. Empezaba mi viaje.

No pare de llorar en las siguientes 3 horas, la señora que se sentaba a mi lado no sabía qué hacer para consolarme. Se porto realmente bien. Nunca pensé que hubiese gente tan humana, no preguntaba, solamente intentaba aliviarme. Pero llego a su destino antes que yo.

Me encontraba aturdida y estaba mareada. Supongo que del soponcio y el olor. No veía el momento de llegar a mi buhardilla; esa que si no es por ti no hubiese encontrado, lo dejaste todo bien atado antes de partir. Allí, dejaba todo el día una estufa encendida para poder mitigar la humedad. Se creaba un clima cálido; tenía lo que siempre había soñado: un cuarto precioso, abuhardillado, amplio, con suelos de madera, un gran armario, una cama cómoda…Me encantaba cuando se colaba el sol por las ventanas, la luz era tan limpia, tan blanca, tan inspiradora… Pero más me gustaba por la noche ver las estrellas desde mi cama, pude orientarla para darte las buenas noches todos los días. En mi nueva vida, todo era perfecto. Salvo, que faltabas tú.
Al rato, se sentó a mi lado un chico, solamente hablaba portugués, y también quería ayudarme. Me había visto tan profundamente triste que quiso regalarme un par de bolas anti estrés, de esas asiáticas que hacen ruido similar al de los cascabeles cuando las mueves, venían con su cajita, de color verde, decorada con los típicos motivos orientales y forrada con raso rojo. Era un souvenir que traía de su viaje por Italia para su madre y que ni sabía porque compro. Me dijo que ella lo entendería:
. – «Cuando estés tan triste, cógelas, te ayudarán a ponerte bien y también a acordarte de mi»- Aún las conservo, aunque hace ya cinco años que no las utilizo y la imagen de aquel chico cada vez está más difuminada en mi mente.

Llegué a mi destino: Mi nueva vida. Con un gran aprendizaje y dispuesta a poder disfrutarla al máximo, la vieja vida me enseño que en un minuto tu vida puede cambiar hasta el punto de no volver a ser ni la misma persona, de no reconocerte.
En la nueva vida solo pasan cosas buenas y las historias del viaje son alegres. Aunque nunca han vuelto esos momentos que te hacen reír hasta que te duele la tripa. Como me dolía cuando me reía contigo. Es lo que más añoro: «Las risas que nos echábamos todos juntos»


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