Mi viaje a esta historia se inicia una noche en pleno centro de la ciudad de Madrid, donde de repente me pregunto: ¿Qué quién soy? Soy muchas cosas, al menos eso me parece a mí. Una mente inquieta y curiosa, llena de dudas y preguntas que, a veces logra las respuestas y otras, las busca hasta no poder más. Posiblemente, lo suficientemente terco como para romper muros (en todos los sentidos). Soy de los que observa antes que sólo ver. Hablo bastante, pero escucho aún más.

Soy una mente positiva, siempre voy sonriendo. Prefiero las sonrisas a las lágrimas, así que a ratos intento convertirme en un payaso sin miedo al ridículo.
Las locuras tampoco me avergüenzan y sinceramente no suelen escasear. Dispuesto a aventurarme a cualquier cosa, la zona de confort está bien, pero lo diferente está mejor.

Me siento a gusto haciendo lo que hago cada día y no me arrepiento de nada. Cada error es un examen que nos pone a prueba y yo trato de mejorarlos. Todos los momentos malos pueden llevar a uno bueno y mejor, solo hay que observar detenidamente.

Aquella noche de viernes al sábado la viví como uno de esos maravillosos viajes que añoro de mi niñez, dispuesto a divertirme y pasar un rato agradable, lo que no sabía es que allí, esa noche conocería a una persona
especial, mi querida Beni.

Antes había bajado las escaleras del lugar donde nos encontramos con ese ímpetu que me caracteriza, lleno de ilusión y que me eleva exponencialmente a la máxima potencia cuando inicio mis bailes; pues sí, allí estaba ella, sentada a la derecha, sin parpadear. No sé el motivo pero nuestras miradas se cruzaron, y me acerqué a Beni…., quieta como una estatua le hice un gesto con la mano para bailar, y asintió con la cabeza; Allí comenzó ese cosquilleo que me recorre el cuerpo desde la que la vi. No paramos de bailar en toda la noche.

Beni, la chica que conocí, no sonreía porque fuese afortunada… sino porque era feliz. La felicidad depende de uno mismo. Concretamente, de nuestra actitud. Y si ese es nuestro plan A, no necesitaremos más letras. Puedo decir que es una mujer generosa, auténtica. Hay personas tan auténticas que da verdadero gusto tener de compañeras, porque siempre acabas empapado de vida; reírse con otro y, a mitad de risa, darte cuenta de cuánto disfrutas con esa persona y de su existencia.

Me refiero a eso que a veces, sin conocer de nada a alguien, tildamos como “feeling”, músculos y curvas aparte. Me refiero a las piezas de un puzzle cuando encajan.
Al final comprendo que cuando esperas algo de alguien y ese alguien te da exactamente ese algo, es que has conectado a la perfección, aunque sea por un breve instante, con otra mente. Y puedo asegurar que no tiene precio. Cuando pasa eso, no quieres parar, eso, querida Beni, es rematadamente sexy, por eso basar una relación de amistad o amor en un aspecto físico significa firmar un contrato de caducidad; porque hemos dejado de hacer el amor con los sentimientos, con las mentes y hemos reducido la curiosidad a un montón de sábanas. Por eso creo que los extremos se atraen y que la única manera de
encontrar el equilibrio es encontrar una mente maravillosa opuesta a la nuestra. Por ello hay mentes que encajan a la perfección.

Por eso te invito, querida Beni, a que bailes con la mente, que esconde algo que no se comparte con cualquiera. Porque llegado el momento, te darás cuenta que ese tipo de mente es con el que nunca te cansarás de hacer el amor, o lo que sea que se hace ahora.

Por eso te invito a bailar, porque los tacones suenan diferentes, como si el suelo estuviese deseando que bailasen con él. La mejor noche, puede ser cualquier noche, pero las dos que compartimos juntos fueron especiales, se convirtieron en una sucesión de minutos intensos, susceptibles de convertirse en el momento más emocionante de nuestras vidas. Nuestra ASIGNATURA PENDIENTE

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