El fuego que abraza y junta

El fuego que abraza y junta

JULIAN TOR

02/12/2025

A la cabeza la enterrás la noche antes, les dice el Negro Leiria a los que forman la ronda, mientras con el puño de la camisa se seca el resto de vino que le quedó en la jeta. Lo primero que hacés es el pozo. ¡Burra por las dudas! murmura uno mientras se ríe y se le asoma el único colmillo firme que le queda. En el rostro no tiene edad. 

El Negro lo mira y le hace una mueca cómplice, apoyado en la pala.

El pozo se hace cuando prendés el fuego y lo llenás de brasa, que vaya tomando calor. Cuando el animal ya se desangró y no brama más, sacás el cuchío del tajo y le pasás el canto por el ojo abierto, para que la próxima parición sea buena también.

Una vez que lo colgás y carniás, preparás la cabeza. La untás con pimentón, pimienta negra, ají molido, tomillo, sal, le fregás unos dientes de ajo y la envolvés en un trapo mojado con vino blanco. La enterrás en el hueco que le has sacao las brasas y tapás todo con la misma tierra. El Negro tira la última palada y apisona el bordo que sobresale. Se sienta en un tronco que hace años es banqueta y toma otro trago del jarro de porcelana. Toro y soda.

Son las siete de la tarde y es septiembre. A esta hora en San Javier las sierras se ponen rosadas y parecen de terciopelo: una alfombra violácea que baja desde el Champaquí y viste toda la costa de Las Achiras, a donde está empezando el asunto.

El Negro Leiria se ha ganado un novillo apostando en la final del campeonato local. Yacanto le metió cuatro a Los Cerrillos. Sabía de antemano que tenían al Látigo Azcurra, un pendejo que juega de siete, corre como una sachacabra.

Como buen pagador, el Jorgito Carrizo le llevó el premio desde el pueblo vecino y se ha quedado al festejo, olvidando rencores.

Han prendido el fuego mientras tomaban mate dulce con peperina, esperando la brasa lenta pero fiel de algarrobos, tintitacos, quebrachos y alguna brea que se mezcla (al pedo nomás porque son hediondas y no hacen buen calor), pero está atardeciendo y empiezan a girar potes de ferné, botellas cortadas con vino y Pritty.

Don Meré anda dando vuelta con una ginebra y un frasco lleno de ajíes en aceite. El Huguito Abregú ha pedido el cuero del animal para hacer un trenzado. Desde chico anda pialando por pura joda nomás, porque le esquiva seguido al laburo.

Se hacen las diez de la noche y ponen el novillo sobre un elástico de cama vieja que se ha convertido en parrilla. Con las cosas viejas pasa eso, o se acomodan, o se tiran. Brasa abajo, chapa arriba y más brasa, a dos fuegos. Va a ser larga la tirada. Calculan que en doce horas lo van a estar sacando, bien apucherado.

Los hermanos López le están dando una mano al Negro, el Vitto se encarga de la leña y el Soso va regando al cocinero, mientras acompaña con guitarra y voz. Se va poniendo fresco, los bancos largos como para tres o cuatro, empiezan a arrimarse al calor. ¿Qué parece? Saludan los que van llegando. Hay comida como para cincuenta y el Negro ha invitado a todo el vecindario a su casa.

El Cachito Agülle se le ha prendido al fuentón de achuras, separó las mollejas, abrió los riñones al medio, los puso en limón y le está pegando una desgrasada a los chinchulines. Los prepara para trenzarlos. ¿Pa’ qué mierda los vas a trenzar? ¡No ves que adentro quedan crudos! Le grita un gringo mientras abre un bollo de pan y mete una rodaja gruesa de salamín casero que trajo la Norma Carrizo. Todo es de todos. Nada se mide, nada se mezquina (salvo la coca que es pal’ ferné), se festeja como si fuera fecha patria.

Los primeros picaos le empiezan a pedir canciones al guitarrero, que renueva el pritiado y entona la Zamba de Luyaba. “Mi caballo me pide más rienda, porque sabe que voy pa’ Luyaba”, dice la estrofa.

Este tiene la misma voz que el finao del padre, le dice el Osvaldo Gatica al Nuni Arce, mientras le pasa un hervidor lleno hasta el tope. La espuma amarillenta, cremosa, le tiñe la punta del bigote. Si nos habremos amanecido en lo de la tía Irene comiendo fritangas en barrio La Feria, jugando al sapo. La pobre mujer nos atendía a las ocho de la mañana cuando ya estábamos mamaos. Preparaba unos revueltos de 12 huevos, una lata de arvejas y cebolla de verdeo. Se ríen y recuerdan alegres los amaneceres de joda en Villa Dolores. El Marcelo Quiroga ha caído con un primo de Buenos Aires que anda de visita. La cara del porteño le delata la mezcla de sentires. El pobre está asustado, no entiende nada con tanta carne junta, dice la María Coria mientras le convida una empanada recién frita en grasa. Ya lo va a aflojar el vino, le responde el Negro levantando el jarro como brindando. No vas a probar en la vida una empanada igual. Trece repulgues. Sople que está caliente y abra las patas que chorria. El visitante le hace caso sin entender del todo.

Uno de estos días te voy a llevar a conocer la Piedra Pintada, le dice el Marcelo al primo, mientras saca una empanada de la caja, que ya empieza a transpirar por dentro. Hay dibujos que hicieron los Comechingones, cerquita de la Boca del Río. Dicen que cuando cavaron la casa del Miguelito Soria, se cansaron de sacar huesos de indios, comenta el Vitto mientras le mete brasa a los costillares.

Quirquincho! Contale al primo lo buenos que son los achirenses pa’ la pedrada, le gritan a un flaco, medio serio, de boina tirada al costado, que se levanta del banco y agarra una laja, se inclina para atrás, sacude como si fuera una gomera y revienta la piedra contra un poste que sostiene una tranquera de caño oxidado. Los mejorcitos de la zona, responde agrandado el flaco mientras se vuelve a sentar y le hace seña al del lado para que le pase la arremangada con sodeado. Pa’ lo ajeno son los mejorcitos, dice otro que estaba agachado rompiendo un bloque de hielo con la punta de la cuchilla. Tu hermana es buena pa’ lo ajeno, le retruca el Quirquincho.

Las mujeres que están en el tablón de al lado armando empanadas se ríen de las tonteras que hablan.

Está entrada la noche y los cuerpos se amuchan. Las lomas desaparecen entre sombras. El Tito Contreras ha pelado un cuchillo encabado en colmillo de jabalí y está contando cómo atraparon al animal. Andábamos cazando vizcachas en San Vicente, se ve que el bicho nos ha ventiao y salió de atrás de unas jarillas. Le eché los perros y lo agarraron como a 150 metros contra un cerco. Ahí tengo colgados los dos jamones, presume. Le dije al amarrete que traigamos alguno, le recrimina la esposa mientras repulga. El Tito se hace el boludo, guarda el cuchillo y prende un cigarro contra una brasa.

¡Che! Tengan cuidado con las brasas, que se ha levantao viento y está más seco que la mierda, ehh! Dice el gordo Venegas mientras cogotea para los lados. Le encanta prenderse fuego a las Achiras. Mi abuelo sabía tener la bola de hectáreas acá y se las llevó a todas el incendio. Los burros se las llevaron, lo chuzan desde el otro lado de la parrilla. Más timbero que la mierda era el viejo, le dice el Negro Leiria al Soso, mientras controla el calor de las chapas.

¡Se ta’ cagando e’ frío ese animal! Le gritan las viejas que ya se han acomodado también en los bancos alrededor del fuego.

Los apuraos que coman pan solo, dice el negro mientras atiza los troncos.

El primo del Marcelo mira todo sin entender nada. La carne que se desea, la bebida que alegra, el fuego que abraza y junta. Se siente bien.

Recibe una botella cortada, toma un trago, mira las sierras.

Las llamas le iluminan el rostro, como a los demás.

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