Después de haber viajado por medio mundo, Ava no podía evitar considerar la aterradora verdad de que todavía no estaba lista para enfrentarse a su propia vida. Incluso si ya había pasado casi un año desde que huyera con lo poco que tenía, en solitario y sin una cuenta bancaria que garantizase que sus aventuras fuesen a durar para siempre.

Su hermano Dorian, el responsable de la familia, más incluso que sus propios padres, jamás vería con buenos ojos que quisiera algo más en la vida; como tampoco entendería que se sintiera desgraciada con una idea tan simple como el volver a casa. Había tenido una familia feliz, una infancia y adolescencia tranquilas, pero alejarse de todo lo que conocía le había abierto un mundo de posibilidades del que no podría escapar. Se encontró a sí misma en París, descubrió lo fugaz que puede ser el romance en Madrid y perdió todo su dinero en Praga de camino a coger el interrail. Si su vida fuesen instantes, podía estar segura de que iba a morir feliz.

La noticia de la muerte súbita de su madre, no obstante, amenazó con acabar con su experiencia tan rápido como empezó, con un cambio inesperado que agitaría todo su mundo. De pronto era huérfana. La llamada de su hermano, en plena plaza roja de Moscú, envuelta en un abrigo que había intercambiado por una caricatura en mitad de un tren, la dejó igual de fría que se hubiera encontrado si su protección se hubiera deshecho en el aire. Nunca antes se había sentido tan sola. La respuesta a cómo, cuándo y por qué no revelaba más que su hermano era una criatura despiadada e incapaz de expresar nada más allá de los hechos. Ava siempre lo había considerado una cualidad envidiable, contraria a su inevitable subjetividad, pero nunca antes se había tratado de su madre, una criatura mágica, cuya sonrisa era capaz de iluminar mil calles mientras contaba sus vivencias imposibles a modo de canción de cuna.

Las lágrimas se le congelaban con las temperaturas heladoras de la capital rusa. Ava había sido destronada del reino de su infancia y de la idea de enfrentarse al mundo con una sonrisa, porque su reina había cedido a una muerte prematura, consecuencia de una vida de esfuerzos. Igual que su padre había hecho con su enfermedad años antes.

Su hogar nunca había estado tan lejos, y para bien o para mal, la posibilidad de echar raíces era tan triste como estar frente al cuerpo presente de su madre. No había nada que deseara más que mentirse a sí misma, que fingir que la fantasía en la que llevaba meses inmersa de que se encontraba en un bucle atemporal, continuaba. De que no había nada más allá que pasear por ciudades europeas, descubrir civilizaciones y tener un amante en cada puerto. Pero la voz insensible de su hermano se había grabado en su mente a fuego.

Ava había dejado Inglaterra porque no se sentía preparada para convertirse en el adulto que esperaban que fuera y, cuando lo hiciera, se llevaría consigo los recuerdos de las mil vidas que hubo vivido en un frenesí de meses solapados. Ahora esa visión de sí misma se había teñido por la pérdida.

—Mamá… —susurró para sí misma y echó a caminar sin rumbo fijo con una necesidad urgente de desprenderse de su abrigo y de todas las capas que había debajo porque le oprimían el pecho, al ansiar volver a encontrar la protección de la que había huido al coger el primer avión. Quería su hogar pero no la tristeza que ahora albergaba, como una maldición inevitable.

De repente la idea de volver a llamar a su hermano no era tan descabellada y si no fuera porque este tardó siglos en responder, quizás hubiera corrido hacia el aeropuerto con la simple voluntad de abrazarlo, para buscar consuelo al que se había acostumbrado en su infancia después de que alguien le hiciera daño. Dorian no era de esos hermanos que te defienden, sino de los que protegen tu corazón herido con una compasión inesperada y oculta bajo un halo gélido.

—Dígame —contestó Dorian sin más, incluso sabiendo que había mirado al destinatario de la llamada.

—Dorian —ella musitó su nombre como una plegaria, porque las lágrimas se habían convertido en la forma de expresión más reveladora de su tristeza.

—Ava, no llores, por favor. Ya sabes que mamá… —un suspiro —. Deja que me encargue yo de todo, hermanita. Mamá no hubiese querido que volvieras por su culpa y no tienes por qué hacerlo.

Hasta que no hubo oído sus palabras repitiendo sus propias ideas, no supo con certeza qué sería lo correcto.

—Si no vuelvo me odiaré a mí misma.

—También lo harás si tienes que volver para despedirte de tu propia madre. Mira, no hay nada que me gustase más que tenerte a mi lado, pero no quiero que te quedes con ese último recuerdo de ella. Quiero que la veas corriendo detrás de nosotros cuando éramos niños, en fiestas de cumpleaños y contándonos historias bajo la luz de las estrellas, mientras papá se reía, tapándose la boca con una botella de su cerveza favorita. Si la enfermedad de papá no fue lo suficientemente dura, ahora nos toca despedirnos de nuevo. ¿Por qué manchar nuestros recuerdos de esa forma? Haz lo que creas conveniente.

Tras esas palabras colgó la llamada y Ava se llevó el teléfono al corazón. Es verdad que todos sus recuerdos habían sido los más felices de su vida y lo extravagante de su madre la había convertido en la persona que era. Por eso, cuando cogió el avión, lo hizo con la cabeza alta, una mano en el corazón y en la otra en las palabras de agradecimiento que jamás había podido decirle. Su madre, su heroína, la que pondría el más allá patas arriba, de la mano de su padre y cuyas voces siempre la guiarían hacia su hogar, fuera el que fuera. Por qué no importaba lo que hiciese, ni si después de la vigilia Ava decidía volver a marcharse. Su vida había estado liderada por héroes invisibles que le habían enseñado la importancia de ser quién era: sus padres, su hermano y héroes anónimos con los que había tenido el placer de compartir su tiempo. Cuando preguntasen por su familia recordaría que siempre la acompañarían en su camino para convertirse en quién estaba destinada a ser: un heroína en sí misma, alguien cuya fuerza residiese en lo aprendido y lo que estaba por aprender; alguien diferente a todos los demás. Otra oveja negra.

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