De nuevo volvió a suceder: cayó en el abismo.
Esta vez, la salvadora —esa poderosa y milagrosa píldora— fue la fluoxetina, silenciando los intentos, apagando la mente, convirtiéndote en un zombie funcional.
La depresión ha sido la constante, la sombra que te acompañó desde la infancia, sin nombre ni rostro. En la adultez se hizo más clara, más fiel. Hubo temporadas en las que la cama fue la mejor amiga, día y noche; días sin hambre, con la mente vacía, sin rumbo ni respuesta.
Ahora ya no domina como antes, pero sigue ahí, observando a lo lejos, como un león que no olvida a su presa.
¿Será que la vida entera deba vivirse así?
¿O existirá un método real, un instante puro de dopamina que no se disuelva tan rápido?
¿Lo sabés tú, amigo?
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