El Canto De La Sirena

El Canto De La Sirena

Luiscamposc

04/09/2025

Decisiones

La sonrisa de esa chica seguía grabada en la mente de Dorian, y ahora, al encontrarla en la pantalla de su portátil, su corazón se detuvo. Había sido un simple momento, un cruce de miradas fugaz en una tarde cualquiera, pero había puesto en duda la vida que llevaba construyendo desde hacía mucho tiempo. Mientras editaba las fotos de su sesión urbana, encontró esa secuencia de tres fotografías en la que aparecía la joven con la que había chocado ligeramente esa tarde; ella le sonrió antes de continuar su camino. Esa imagen, que ya se le había quedado grabada, era ahora una total sorpresa.

Estaba confundido, incapaz de entender esa extraña sensación en su interior. ¿Era solo un pensamiento o algo mucho más profundo? ¿Sucedía solo en su mente o estaba también en su corazón?

La situación lo tomó por sorpresa. A solo tres meses de casarse con Emma, el amor de su vida, se preguntó si una simple mirada podría poner en duda tantos años de historia. Se conocían desde hacía veinte años, cuando la familia de ella se mudó a su vecindario. Él jamás se había interesado en ninguna otra mujer, y la preocupación empezó a crecer. ¿Eran los nervios por la cercanía de la boda, o había una razón más profunda y secreta para cuestionar las decisiones de toda su vida en ese instante?

A lo largo de su carrera, Dorian había fotografiado miles de rostros y pensaba que al sonreír, todos eran prácticamente iguales, incluso el de Emma. Pero esta chica tenía algo diferente. Decidió que seguir dándole vueltas a las cosas solo aumentaría sus dudas sin darle una respuesta definitiva. Y aunque tenía poco tiempo para entregar su trabajo, prefirió terminar por el día e irse a dormir.

La luz del amanecer comenzó a colarse por la ventana, pero él no había logrado dormir en toda la noche. ¿Cómo podría, si su vida entera estaba empezando a desmoronarse? Se levantó de la cama como pudo y empezó a alistarse. Lo único que se le ocurrió fue volver a ese lugar y esperar. Quizás las estrellas se alinearían y podría ver a esa chica de nuevo, y esta vez, al menos, preguntarle su nombre.

Esperó durante horas en la esquina mientras cientos de rostros desfilaban ante sus ojos, pero la persona a quien realmente esperaba ver nunca apareció.

Mientras Dorian se había levantado de la cama con una sensación de derrumbe, al otro lado del Atlántico, Emma se despertaba con la ilusión de un cuento de hadas. La luz de la mañana le traía un recordatorio de que finalmente era el día de su cita con la modista para ajustar el vestido de novia con el que su mamá se había casado. Desde que tenía memoria, su sueño había sido poder usar ese vestido elegante y de cola larga para su propia boda.

—¡Cora! ¿Me acompañas a la cita con la modista?

—¿Modista? ¿Desde cuándo hablas de forma tan sofisticada, Emma?

—¡Está bien! ¡La costurera, entonces!

—¿A qué hora necesitas estar allá?

—¡A las once y media!

—¿Vienes por mí o paso por ti?

—La verdad es que estoy muy emocionada y preferiría no tener que conducir.

—No te preocupes, amiga. A las diez y cuarenta y cinco estaré allá.

—¡Si Dios quiere, Cora!

—Está bien, Emma. ¡Si Dios quiere!

—¡Nos vemos! ¡Chao!

—¡Chao, Emma!

Aparte de Dorian o sus padres, Cora era la persona que más tiempo había pasado de manera consecutiva con Emma. Amigas de toda la vida, inseparables y, para bien o para mal, con personalidades completamente opuestas. Emma era dulce y a veces tímida, mientras que Cora tendía a ser directa, desinhibida y, hasta cierto punto, agresiva si la situación lo ameritaba. Emma solía ser quien resolvía problemas, mientras que Cora era experta en provocarlos.

Cómo estas dos almas podían llevarse tan bien era un misterio para todos, excepto para la misma Emma. En muchas ocasiones, como cuando fueron arrestadas por lanzar piedras al auto del exnovio de Cora, sus padres e incluso el mismo Dorian cuestionaron su amistad, pero la respuesta de Emma siempre era la misma: “Cora es un alma atribulada”. Emma no pretendía de ninguna manera salvar a Cora, simplemente estaba dispuesta a acompañarla y brindarle el apoyo que Cora no había recibido nunca en su vida.

A millas de distancia, ajeno a lo que sucedía con Emma, Dorian se daba por vencido, estaba exhausto y aún tenía muchas fotografías por editar. Emma, ya en el estudio de la modista, recibía los últimos ajustes a su vestido.

—Si quieres tener el vestido tan ajustado vas a tener que cuidar lo que comes hasta el día de la boda —le dijo la modista, tratando de no sonar muy directa. Ya había tenido otras clientas que se habían enfurecido cuando llegado el día de la boda no podían ponerse el vestido.

—¡Ni lo menciones, Sil! Los nervios me matan y la única manera de calmarlos es con helados —le comentó Emma con una pícara sonrisa en su rostro.

—Yo no me preocuparía mucho, si llegado el día no cabes, pues te casas con una mini y un top. ¡Qué diferencia hace! —agregó Cora, visiblemente molesta por el comentario de la costurera.

—¡Hace mucha diferencia, Cora! ¡Con este vestido es con el que quiero casarme!

—Te casas con Dorian, el vestido es solo lo que vas a llevar puesto durante el matricidio. —dijo Cora aun con malestar por el comentario inicial de la modista.

—¡Gracias por la corrección, sabelotodo! En fin, creo que el consejo de Sil no está de más y lo seguiré al pie de la letra.

—¡Al pie de la inanición querrás decir!

—¡Lo que sea, Cora! La boda tiene que ser perfecta, al menos en lo que podemos controlar.

—Lo único que debe estar perfecto ese día son tus ganas y las ganas de Dorian de casarse. ¿Tú crees que tenga dudas?

—¡Espero que las tenga!

—¿Qué? Eso no tiene sentido, Emma.

—Dorian y yo estamos juntos desde los quince. Honestamente, prefiero que cuestione si quiere casarse antes de la boda y no después.

—¿Has notado algo extraño en él?

—No del todo, pero que tomara este trabajo me pareció fuera de lugar.

—¿Fuera de lugar?

—¡Sí! Dorian odia las sesiones en las que no tiene completo control de la luz y el entorno. Fotografiar en plena calle no es ni su gusto ni su fuerte. Además, tener que viajar tan lejos tampoco es parte de su carácter, y la paga estaba muy por debajo de su tarifa.

—Tal vez quería distraerse o probar algo nuevo, ¿no crees?

—Algo pasa con Dorian, Cora. No puedo decirte exactamente qué, pero creo que si le preguntaras, él mismo te diría que pasa algo, pero no sabe qué.

—¿Y tú crees que es por la boda?

—Estoy segura, aunque podría estar equivocada. Por eso, si es que está cuestionando sus decisiones, es mejor que lo haga ahora que hay tiempo para cancelar.

—¡Ey, Emma! ¿Por qué lo dices tan tranquila? ¿Será que eres tú quien quiere que se cancele?

—Para serte sincera, a veces yo también tengo mis dudas. Sé que amo a Dorian, eso no está ni va a estar nunca en cuestión, pero los últimos meses nos hemos distanciado un poco. No de manera obvia, es algo sutil. Siento que compartimos menos que antes.

—¿Crees que se está arrepintiendo, Emma?

—Trato de no pensar en eso, Cora, y supongo que Dorian hace lo mismo. Creo que es injusto que esté imaginando cosas sobre él, pero al menos soy honesta contigo y conmigo misma: si yo tengo dudas, quizás él las tenga también.

—Entonces, ¿por qué sigues con esto, Emma?

—Lo dices como si no quisiera casarme, Cora, ¡y no es así! No me malinterpretes y no te quedes con la idea equivocada. Quiero y espero casarme con Dorian, pero no quiero que nuestro matrimonio sea un fracaso.

—Para eso, el único juez será el tiempo.

—Pues esperemos que su veredicto sea a mi favor.

—Terminamos, Emma. Y ya sabes, cuida esa figura, que el vestido está bastante ajustado. Aún creo que deberías dejarle un poco. ¡Tres meses es demasiado tiempo, aunque parezca estar a la vuelta de la esquina! —le dijo la modista tratando de evitar mirar a los ojos a Cora.

—¡Ya era hora, vamos a comer! ¡Muero de hambre! —soltó Cora evidenciando su desdén por tener que estar en ese lugar.

—Gracias, Sil, y disculpa a mi amiga. La última vez que usó sus modales los perdió por completo.

—¡Con gusto, Emma, y salúdame a Dorian! Recuérdale que debe pasar para ajustarse el traje entero.

— A como lo conozco, va a esperar al último momento, pero se lo recordaré. ¿Cuándo tiene la cita?

—En dos semanas. Es temporada de bodas y graduaciones, Emma. Si pierde la cita, me será muy difícil hacerle espacio para otra ocasión.

Mientras Emma y Cora buscaban un lugar para almorzar, Dorian mantenía su mirada fija en las fotografías de la chica que le había sonreído el día anterior. A punto de volverse loco, cerró su portátil de golpe, tomó su abrigo y se dirigió a la ciudad para buscar un lugar donde distraerse. Durante la sesión de fotos se había percatado de un bar que parecía reflejar un poco su gusto.

La noche estaba despejada, y la luna y las estrellas le daban una sensación de tranquilidad. Pensó en Emma y en que, en tan solo unas horas, ella estaría viendo el mismo cielo. Aun con la distancia de por medio, había mucho más en el mundo que los unía que el océano que los separaba.

El bar no estaba lleno, pero tampoco vacío. Esa noche había una presentación en vivo; Dorian esperaba algo más tranquilo, pero ya que estaba allí y no conocía otro lugar, decidió quedarse. El portero le advirtió que si llegaba más gente, aunque tratarían de evitarlo, de ser necesario ubicarían a más personas en su mesa. Dorian expresó estar de acuerdo y procedió a acomodarse para tener la mejor vista hacia el escenario.

Después de una hora de espera y varias cervezas, el dueño del bar subió al escenario para hacer el anuncio.

—¡Damas y caballeros, mi persona y la banda de la casa se complacen en presentar a Kirsten Shaw! ¡Un aplauso, por favor!

Los asistentes hicieron mucho más ruido de lo que Dorian esperaba. Sin embargo, la atmósfera se prestaba para liberar el estrés acumulado, así que aplaudió, silbó y gritó junto al público más efusivo.

Una chica más bien delgada, con cabello castaño, vestido de lentejuelas a media pierna y un sombrero, subió al escenario.

Dorian reconoció de inmediato a la chica con la que había cruzado miradas el día anterior. Su corazón empezó a palpitar descontroladamente. No era posible que eso estuviese sucediendo.

—¡Buenas noches y gracias por estar aquí! —les dijo a los presentes con una voz delicada, pero con carácter—. Esta canción es mi favorita —continuó mientras hacía una pausa y volteaba a ver a los músicos para esperar el conteo.

El baterista golpeó sus baquetas entre ellas y el guitarrista empezó con los primeros acordes. El público estalló en júbilo al identificar la canción. Kirsten solo susurró al micrófono unas palabras: «Esta se llama Mother».

Los asistentes se quedaron en silencio como si las notas de la guitarra los estuvieran hipnotizando. La banda entró al unísono y, aunque la letra debía comenzar, Kirsten dejó que siguieran tocando. La atmósfera había tomado un matiz mágico y no quiso interrumpirlo. Dicen que los grandes cantantes saben cuándo dejar que la música sea la que guíe, la que encante, la que influya, y esto ella lo entendía muy bien.

Después de dejar a los músicos apoderarse del lugar, Kirsten se acomodó el sombrero y se acercó al micrófono para cantar sus primeras notas de la noche. El guitarrista le dio la señal, pues habían extendido el último compás.

—Mother, do you think she’s good enough for me? —cantó ella con esa voz que te robaba el aire de los pulmones.

—Mother, do you think she’s dangerous to me? —siguió, esta vez acomodándose el sombrero para evitar que la luz de los reflectores le diera directo en los ojos.

—Mother, will she tear your little boy apart? —cantó esta línea desplegando una pequeña sonrisa irónica. Desde la distancia, lo único que podías ver era el sombrero, parte de su nariz y sus labios pintados de un rojo profundo que resaltaba sobre todo lo demás.

—Mother, will she break my heart? —cantó e inmediatamente se quedó en silencio para que la banda siguiera de manera instrumental. La secuencia no estaba ni cerca de lo que habían ensayado, pero reconocer cuándo los músicos están «volando» es casi tan importante como mantenerse en tiempo con ellos.

Dorian no había quitado la mirada de Kirsten desde que ella subió al escenario. De pronto, el portero le pasó la mano por delante de los ojos, como intentando sacarlo del trance en el que estaba, y le indicó que otra persona se sentaría en su mesa.

Una chica de unos veintitrés años, vestida al estilo hippie, con los ojos ligeramente enrojecidos y un fuerte olor a hierba, se sentó junto a él y lo saludó con efusividad.

—¡Hola, soy Eva! ¿Y tú?

—Dorian. Dorian Thorne, mucho gusto —respondió él.

—¿No es Kirsten genial? —le preguntó Eva con la mirada tan desorbitada que era difícil tomarla en serio.

—¡Sí, lo es! Es mi primera vez escuchándola y, aunque ha cantado poco, ha sido espectacular.

—¿No eres de aquí, verdad? Todos saben quién es Kirsten.

—No, no lo soy. Estoy haciendo un trabajo de fotografía en la ciudad —le contestó Dorian, sin despegar la mirada del escenario, donde Kirsten ya estaba cantando el resto de la canción.

La presentación continuó. Kirsten brillaba en cada tema, mientras Eva salía del bar constantemente para fumar, regresando cada vez con comentarios más incoherentes que la vez anterior.

Kirsten se despidió del público y bajó del escenario mientras la banda seguía tocando. Los asistentes habían pedido que tocaran algunas de sus canciones instrumentales.

Dorian no pudo evitar notar a Kirsten caminando entre las mesas, saludando a la gente, y acercándose cada vez más a la suya. Se preparó lo mejor que pudo para saludarla, pero, para su sorpresa, Eva se levantó para que ella se sentara en su mesa.

—¡Estás espectacular amiga! —le dijo Eva mientras le daba un abrazo.

—¡Hola! ¡Mucho gusto! Soy Kirsten —le dijo a Dorian mientras lo miraba directamente a los ojos.

Dorian, aún impactado por lo que estaba sucediendo, se quedó mirándola y tardó uno o dos segundos en responder. Fue el tiempo suficiente para que el encuentro se sintiera torpe.

—Do… Dorian. ¡Mucho gusto! ¡Estuviste increíble allá arriba!

—¡Muchas gracias, Dorian! ¿Eres amigo de Eva?

—¡Sí! —le contestó Dorian sin titubear.

—¡No! Apenas lo conocí aquí —lo contradijo Eva, como si estuviera protegiendo su reputación. ¿Cómo podría ser amiga de alguien que andaba vestido de esa manera?

—¿Me acompañas a fumar, Kirsten?

—¡Ya sabes que no hago eso, Eva! No es bueno para mi voz.

—¡Tú te lo pierdes! —le dijo Eva.

Kirsten se volvió hacia Dorian y se disculpó en nombre de Eva. —Hace unos días terminó con su novio y no anda muy amigable, ni siquiera conmigo. Pero es buena persona.

—No te preocupes. Conozco a alguien que es muy parecida. Ya estoy acostumbrado —respondió él.

—Y a qué te dedicas… ¿Dorian, verdad?

—Sí. Soy fotógrafo.

—¿Tú estabas ayer en la calle haciendo fotos, verdad?

—¡Sí! Ayer completé una sesión.

—¡Sabía que te había visto!

—Yo también te recuerdo —le dijo Dorian con un tono especial.

Kirsten se ruborizó y el color de sus mejillas casi igualó el de su labial.

—¿Cómo me recuerdas si fue solo un momento? —preguntó ella.

Kirsten hizo esa pregunta en alusión al pequeño golpe que se habían dado, y Dorian, leyendo entre líneas, se dio cuenta de que ese momento había sido tan significativo para ella como lo fue para él.

—No lo sé, Kirsten, solo te recuerdo.

—Quédate aquí, no te vayas. Los músicos tocan una canción más y me toca entrar para hacer el cierre.

—¡Aquí voy a estar!

—¿Tienes alguna canción que te gustaría escuchar?

—¡No puedo pensar en alguna!

—¡Aún mejor! No te vayas, de verdad, espérame hasta el final —le dijo Kirsten mientras se levantaba de la mesa.

Dorian esperaba que Eva regresara para hacerle unas preguntas, pero la vio sentada en otra mesa, así que se acomodó para escuchar a Kirsten una vez más.

Cuando los músicos terminaron, Kirsten salió de un costado del escenario, ahora con un vestido largo negro que hacía contraste con el tono de su piel, blanco como el marfil. Se acercó a los músicos, les explicó lo que quería que tocaran, y luego se dirigió al público con carisma.

—Esta noche haremos algo diferente. Quiero dedicarle una canción al extraño del que les conté anoche. Si alguno estuvo aquí ayer, sabe a qué me refiero… Esta canción es para ti, Dorian…

Los primeros versos empezaron a capela…

I found a love for me

Darling, just dive right in and follow my lead Well,

I found a boy, beautiful and sweet

I never knew you were the someone waiting for me

Al terminar la primera estrofa, los músicos entraron, extendiendo un poco el inicio del segundo verso, mientras Kirsten esperaba pacientemente su momento para entrar de nuevo. Ella miraba fijamente hacia el lugar donde Dorian estaba sentado.

El corazón de Dorian se partía, pues esa era la misma canción que Emma siempre le dedicaba, ya fuera cuando sonaba en la radio o cuando se la cantaba en el karaoke.

Cuando Kirsten terminó la canción, le tiró un beso a Dorian y continuó con el siguiente tema. Aún quedaba más de la mitad del concierto, Dorian se levantó de su silla, tomó su abrigo y salió del bar con la intención de volver al hotel.

La canción le hizo recordar al amor de su vida y, aunque no había pasado nada esa noche, se sentía culpable por los sentimientos que albergaba en su corazón. Le hizo señas a un taxi para que se detuviera. Abrió la puerta, pero antes de subir, metió la mano en el bolsillo, sacó cinco dólares y se los dio al conductor mientras se disculpaba.

—Lo siento, amigo, por interrumpir tu camino. Si me voy ahora, nunca sabré qué es esto que está pasando hoy.

—¿Qué? —le preguntó el taxista, bastante desconcertado por lo que le decía.

—¡Que tengas buena noche, amigo! —le dijo Dorian mientras cerraba la puerta.

Conforme regresaba al bar, la voz de Kirsten se escuchaba cada vez más fuerte, recordándole las sirenas que atraían a los marineros en la Odisea, el libro que tuvo que leer en la secundaria. También pensó en cómo Odiseo, de manera inteligente, hizo que sus marineros se cubrieran los oídos con cera mientras él se hacía atar al mástil para no ceder al encanto de sus voces.

—Bueno, esto no es La Odisea y aquí no hay un mástil ni nadie que me ate —se dijo a sí mismo, mientras se rendía a sus deseos.

Al entrar al bar, su mesa ya había sido ocupada, así que se hizo a un lado, cubierto por la sombra de una pared, para escuchar el final de la presentación. Kirsten volvió a ver un par de veces hacia la mesa que él había estado ocupando, pero al no encontrarlo, un hilo de tristeza se le notó en el rostro.

Kirsten terminó la presentación, agradeció al público su apoyo y los invitó a asistir la noche siguiente, pues presentarían un set nuevo con canciones originales. Bajó abruptamente del escenario y entró al camerino, cerrando la puerta tras de sí.

Dorian se debatía entre quedarse en el bar o regresar al hotel. De una cosa estaba seguro: quedarse no le traería nada bueno a su vida, pero irse le dejaría una duda eterna que le impediría vivir en paz.

Confusión o Destino

Mientras Dorian apostaba su vida y su futuro al regresar al bar, Emma y Cora almorzaban en su restaurante favorito. El tintineo de los cubiertos contra los platos y el murmullo de las conversaciones creaban una sinfonía de fondo, un sonido de perfecta normalidad, muy diferente a la melodía caótica que resonaba en la mente de Dorian.

—¡Creo que podría comer pasta todos los días de mi vida y nunca aburrirme! —dijo Emma mientras disfrutaba de su elección para almorzar.

—Pues por los próximos meses vas a tener que forzarte a extrañarla —le contestó Cora con una sonrisa malévola—. Ese vestido no va a crecer y tú ya hoy eres al menos 10 gramos más pesada.

Las dos empezaron a reír de manera incontrolable, lo que llamó la atención de todos los presentes. Un joven se levantó y se dirigió a su mesa sin titubear.

—¡Cora! ¿Cómo estás? —le preguntó, estando ya a pocos pasos de la mesa.

—¡Javier! ¡Qué sorpresa! ¿Pensé que estabas de viaje?

—Lo estaba, pero ya desde ayer estoy acá.

—¿Por qué no me avisaste? Habría ido por ti al aeropuerto.

—Ya tenía quien pasara por mí, Cora, pero tomaré en cuenta tu oferta para la próxima vez.

—Javier, disculpa mis modales. Ella es Emma, mi amiga de toda la vida. Te he contado muchas historias sobre ella.

—Mucho gusto en conocerte, Emma. Javier Palma, a sus órdenes —se presentó Javier mientras extendía su mano para estrechar la de Emma.

—¡Emma Romano, a tus órdenes!

—¿Y qué hacen por acá, señoritas?

—Pues si no te diste cuenta, vinimos a comer, ¡Javier! —le contestó Cora con esa actitud desafiante y burlona que solía tomar ante las preguntas estúpidas.

—¡Cora! ¡Qué grosera! ¿Hace cuánto conoces a Cora, Javier?

—¡Lo suficiente para que la respuesta no me ofenda!

—Ok, entonces ya sabes cómo es ella.

—¡Sí! ¡Una completa maravilla! —expresó Javier, haciendo que Cora se sonrojara.

—¡Uy! ¿Qué fue eso? ¿Necesitan que me retire y los deje solos, amigos? —dijo Emma mientras se limpiaba la boca con la servilleta.

—¡Jamás, Emma! ¡Javier es solo un Don Juan!

—¿Es eso cierto, Javier?

—¡A veces! ¡Cuando me gusta lo que tengo en frente! —contestó Javier sin inmutarse y destilando seguridad en su personalidad.

Las chicas invitaron a Javier a sentarse con ellas, pero él declinó la oferta, pues había llegado solo para recoger una orden y regresar a su oficina para continuar su trabajo.

—Pero, ¿quién es ese chico, Cora? ¿Por qué nunca me lo habías presentado? ¡Te lo tenías bien escondido, bandida!

—¡Ey, Emma! Tranquila, que estás a punto de casarte. Puede que yo no sea la persona favorita de Dorian, pero soy la fan número uno de él. Es dulce, dedicado y está loco por ti.

—De la manera en que lo dices, parece que eres tú la que va a casarse con él —le dijo Emma, un poco enfadada por el comentario que la hizo sentir hasta celosa.

Mientras crecían y antes de ser pareja, cuando tan solo eran buenos amigos, Dorian le había comentado a Emma que se sentía atraído por Cora. Emma, de ascendencia italiana, era delgada, de cabello oscuro con un tono de piel pálido, mientras que Cora, de ascendencia alemana, era rubia, de ojos claros y su cuerpo se había desarrollado de manera temprana mientras estaban en la escuela.

—¡Emma, basta! ¡Ya supéralo! Al final, Dorian te escogió a ti, ¿no?

—Dime una cosa. ¿Por qué nunca le hiciste caso si te parece tan especial?

—¡Porque tú estabas enamorada de él, Emma!

—¿Pero entonces sí te gustaba?

—¿A quién no le gustaba Dorian, Emma? ¡Pero tú fuiste la afortunada!

—¿Afortunada? ¿Qué es esa palabra, Cora?

—¡La que mejor describe tu situación, Emma! ¡Ya cálmate! ¡La boda te está alterando!

—Perdona, Cora, me hiciste sentir celosa de nuevo, como cuando estábamos en la escuela.

—No sé por qué, Emma. ¡Nadie nunca va a poder robarte a Dorian!

—Cora, ¿puedo confesarte algo?

—¡Emma, conozco todas las porquerías que has hecho en tu vida! Puedes hacerlo con confianza, ¡nada va a sorprenderme!

—Cora, yo no me quiero casar —le dijo Emma, casi empezando a llorar.

—¡Excepto eso! —contestó Cora, realmente sorprendida por lo que acababa de escuchar. La historia de Emma y Dorian era el clásico cuento de hadas: dos chicos que se conocían desde niños y cuya unión había soportado el paso del tiempo sin dificultades.

—¡Señorita! ¿Nos trae la cuenta, por favor? —le pidió Cora a la mesera con una sensación de apuro.

—¿Qué te pasa, loca? ¡No he terminado de comer!

—Sí, Emma, ya terminaste y vienes conmigo al auto, ¡ya! —le dijo Cora casi de forma militar, dando a entender que Emma no tenía otra opción que hacer lo que se le estaba indicando.

—¿Adónde vamos?

—Quédate en silencio, no digas nada. Quiero mostrarte algo —le dijo Cora, y no soltó ni una palabra más hasta que llegaron a su destino. Emma la conocía lo suficiente para saber que Cora estaba en modo Terminator y que era mejor quedarse en silencio.

Cuando llegaron a su destino, Cora detuvo el auto y le pidió a Emma que se bajara.

—¿Reconoces este lugar? —le preguntó Cora con voz desafiante.

—Obvio que sí, Cora. ¿Por qué me traes aquí? ¿Y tú cómo sabes de este lugar? Yo no te conté nada sobre esto.

—Dorian me lo contó hace mucho tiempo. Aquí fue donde se dieron su primer beso, ¿no?

Cora la había llevado al parque de la ciudad, ubicado muy cerca de la escuela a la que asistían. Estaban en una banca frente a unos cerezos. Dorian le había contado la historia a Cora cuando aún estaban en la secundaria, unos meses antes de que Emma y él empezaran su relación.

—¿Por qué te lo contó? —le preguntó Emma, ahora intrigada por lo que Cora le decía.

—Yo le confesé que me gustaba y él me dijo que estaba contigo y me contó lo del beso.

—¡Espera un momento, Cora! ¿Intentaste traicionar nuestra amistad?

—¡Aún no éramos amigas, Emma! ¡Y no te desvíes! Tú sabes muy bien cuánto yo le gustaba a Dorian y, aun así, te fue fiel tan solo por un beso que se habían dado.

—¡Éramos unos niños, Cora!

—Desde ese tiempo Dorian te era fiel, y sí, éramos solo unos niños, pero, ¿te parece que Dorian ha cambiado?

—¡No, Cora! No ha cambiado, ¡y ese es el problema!

—¿Qué?

—Dorian es exactamente el mismo desde que lo conozco. Han pasado veinte años y sigue siendo exactamente igual. Nunca me sorprende. No necesito preguntarle las cosas porque ya sé lo que piensa. Para serte sincera, ¡es como tener una relación con una fotografía!

—Entonces, ¿por qué aceptaste casarte con él?

—¿No es lo que todos esperan? ¡La historia de amor de Dorian y Emma! Los chicos que se aman desde niños, el amor eterno y todas esas estupideces.

—¿Estupideces, Emma?

—Sí, todos ustedes siempre presionando, hablando de lo perfectos que somos juntos y bla, bla, bla. ¡Estoy harta de todo y de todos, Cora! Siento que no he vivido. Tengo 25 años y de verdad siento que no he vivido.

—Emma, ¿te vas a casar solo porque todo el mundo espera que te cases con Dorian?

—¡No, estúpida! Yo amo a Dorian, pero no sé si quiero casarme. Ya te dije que siento que no he vivido nada.

—¿Crees que yo he vivido más que tú, Emma?

—¡Claro que sí, Cora!

—Pues entonces tómalo como consejo. ¡No te pierdes de nada! El mundo es una porquería y si encuentras una sola persona buena en la vida, hay que cuidarla, y tú encontraste al más bueno de todos.

—¡Vaya, cómo lo dices! ¡Si quieres cásate tú con él!

—¡Si pudiera lo haría sin pensarlo, Emma!

—¿Qué dijiste, Cora?

—¡Lo que oíste, Emma! Dorian es una buena persona y un buen hombre, y con ese trato de indiferencia que le das lo has hecho dudar de todo.

—¿Por qué dices eso? ¿Él te dijo algo?

—No me dijo nada, Emma. Simplemente es obvio que algo le está pasando.

—¿Pero tú cómo lo sabes?

—¿Cuando lo contrataron para la boda de Zoe, la recuerdas?

—Sí, la amiga de Sophie y Martha. Ellas siempre venían juntas a esta banca. El día del beso, ellas estaban sentadas aquí primero comiendo unos helados.

—Bueno, ese día, Dorian me pidió que le ayudara haciendo unos videos y mientras regresábamos me habló un poco sobre ti y cómo se sentía. Tenía solo unas semanas de haberte pedido matrimonio.

—¿Ahora se hablan a mis espaldas?

—¿Olvidas que él y yo éramos amigos antes de que llegaras al vecindario, Emma?

—¡Tenían cinco años, Cora! ¡Eso no cuenta!

—¡Claro que cuenta! Lo quieras o no, tenemos muchos recuerdos juntos, ¡los tres! No solo él y yo, no solo él y tú, ¡los tres, Emma! ¡Los tres!

—¡Claro, como cuando le mostraste las tetas!

—¿Te contó eso?

—¡Sí me lo contó, Cora!

—Bueno, ¡al menos ya sabemos que tiene un defecto! ¡Es un chismoso! —Las dos empezaron a reír y eso bajó un poco la tensión.

—¿Por qué se las mostraste?

—¡Teníamos trece años, Emma! ¡Ni tenía busto!

—¡Sí tenías! Mucho más que todas, ¡Cora!

—Dorian nunca había visto unas y tenía curiosidad. Pero en fin, de nuevo no te desvíes. Emma, te lo digo de corazón, no pierdas a Dorian. Está bien, puedo entender que sientas que aún no conoces el mundo y que te pierdes de algo, pero créeme, tú sabes la vida que he tenido y, amiga, no te estás perdiendo de nada. Al menos no de algo bueno.

—¿Me das un abrazo, Cora?

—¿Por qué lloras, Emma? No llores, por favor, ven, ven. Lo siento si fui grosera contigo.

Las chicas se abrazaron de manera fuerte y sentida. Los sentimientos que Emma guardaba escondidos en su corazón le mostraron a Cora que la conversación que había tenido con Dorian tenía una raíz aún más profunda. Eran dos personas que realmente se amaban, pero la rutina y el tiempo habían empezado a crear grietas en sus sentimientos. Cora, una chica de mundo, ya había visto esto antes, lo había vivido antes y sabía en lo que terminaría todo si las cosas no cambiaban.

En el bar, Dorian se había cansado de esperar y se disponía a salir para regresar al hotel cuando una voz lo llamó por su nombre.

—¡Dorian! ¡Dorian! —le gritaba Eva, esforzándose para que la escuchara a pesar de la música en el bar.

—¿Sí, Eva?

—Dice Kirsten que si puedes esperarla. Está cobrando su parte del dinero por la presentación y ya casi sale. Pensó que te habías ido porque no te vio en la mesa.

—Salí un momento a tomar aire y cuando regresé ya alguien se había sentado, así que me quedé en aquella esquina.

—¿Qué le digo?

—Dile que la espero afuera del bar, quisiera tomar un poco de aire fresco.

—¡Vale! Yo le digo. ¡Chao!

—¡Hasta luego, Eva!

Dorian salió del bar pues estaba abarrotado y la respiración de la gente provocaba que el ambiente fuera bochornoso.

Ya afuera, Dorian pensó si lo mejor sería irse de una vez. Aún le quedaban cinco días en la ciudad, pero si terminaba de editar las fotos esa noche podría regresar antes a su país, a Emma, y dejar atrás todo lo que estaba sintiendo. Se recostó en la pared y pensó en todos los momentos que había vivido con Emma: el primer beso, el primer paseo, el día que le pidió ser su novia y el día que le pidió matrimonio. Todos eran momentos que apreciaba profundamente y que lo habían hecho muy feliz. ¿Por qué poner en riesgo todo eso por algo que, evidentemente, era una locura?

Dorian se sonrió a sí mismo y ya empezaba a dar el primer paso para regresar al hotel cuando escuchó su nombre de nuevo.

—¡Dorian! ¿Ya te vas?

—¡Hey, Kirsten! Disculpa, te tardabas y pensé que no saldrías.

Ahí estaba de nuevo frente a él, esta vez con unos jeans ajustados, una blusa con los hombros descubiertos y su inseparable sombrero. El rostro de Kirsten era perfecto: ojos verdes profundos, como esmeraldas pulidas para reflejar hasta el último destello de luz. Su contextura era frágil, parecía cansada, pero con esa sonrisa en el rostro que era diferente a todas las demás.

—La paga es un porcentaje del dinero de la entrada, así que primero tienen que contarlo y luego repartirlo. Es un proceso tedioso, pero si no cobraba hoy mismo, después no me dan lo que realmente me corresponde. Lo siento por el retraso.

—¡No te preocupes, Kirsten! ¿Y qué hacemos ahora? ¿Quieres regresar al bar?

—¡Jamás! Si no fuera porque necesito el dinero, no entraría a ese lugar nunca. ¿Sabes? Me gusta cantar, ¡es mi pasión! Pero no quiero cantar en bares o estadios; mi sueño era cantar ópera en teatros.

—¿Y por qué no lo haces?

—Yo puedo cantar, Dorian, y sé que lo hago bien, pero la ópera es un monstruo completamente diferente y no tengo la preparación para eso.

—¿Es tan difícil la ópera? Lo siento, no estoy muy familiarizado con esa música.

—Lo es, ¡hay que estudiar mucho! Verás, yo no soy de la ciudad y si por mí fuera, jamás habría venido. Soy del campo. Crecí en una granja con mis padres y amo esa vida. Pero las cosas se pusieron difíciles y entonces me vine para acá a buscar suerte.

—Pues entiendo a qué te refieres, la pandemia nos jodió a todos.

—Ven conmigo, quiero mostrarte algo y ver si quieres ayudarme.

—¡Está bien! ¡Lo que tú digas!

Kirsten lo tomó de la mano y lo apuró a que caminaran para mostrarle la sala de conciertos de la ciudad. Para Dorian, cuando Kirsten tomó su mano fue un momento surreal. Sintió que la energía pasaba de Kirsten hacia él, justo lo mismo que había sentido la primera vez que besó a Emma. Un sentimiento que hacía ya algún tiempo que había dejado de tener. Mientras Kirsten lo jalaba, Dorian trataba de mantener la vista al frente, pues cuando bajaba la mirada, el jean ajustado de ella hacía que el final de su espalda se viera como el paraíso.

—¡Listo! ¡Llegamos! ¿Ves? ¡Este es mi sueño! ¡Aquí quisiera cantar algún día! —le dijo Kirsten mientras se detenía frente a la sala de conciertos Príncipe Eduardo.

—¡Wow, este edificio es gigante!

—¡Sí, señor fotógrafo! Y te tengo una misión, si decides aceptarla —continuó Kirsten, imitando la voz de la película.

—A ver, ¡dime! ¡Soy todo oídos!

—Mañana y el viernes se presentará una banda. Uno de los guardias de seguridad de la sala es amigo mío, lo conocí en el bar una noche. Él me dejará entrar mañana por la noche para hacer unas fotografías que quiero usar en los pósteres que voy a mandar a hacer para promocionarme.

—¿Por dónde va esto, Kirsten?

—¿Quisieras hacer tú las fotografías? Quiero aprovechar que la banda dejará los instrumentos en el escenario. Te advierto que no tenemos permiso y si nos descubren, probablemente pasemos la noche en la cárcel.

—Kirsten, ¡ni siquiera sabes si soy buen fotógrafo! ¿Y vas a arriesgar tu única oportunidad de tener la foto que quieres?

—¡Sí lo eres, Dorian Thorne! Ya te busqué en internet. ¡Tus fotos son de lujo!

—¿Me estabas espiando?

—Solo consultando sobre el fotógrafo que voy a contratar.

—Ah, ¿ahora es por contrato la sesión?

—¡Claro que sí! Solo que te pagaré después, cuando mi carrera despegue, ¡y tu fotografía será clave, señor Thorne!

—¿Cuáles son las posibilidades de que terminemos en la cárcel?

—¡Muchas!

—Entonces, señorita Shaw, ¡cuente conmigo para la misión!

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Eres genial, ¡Dorian!

—¡Espera un momento! No es gratis. Te escuché cantar, sé que vas a lograrlo y quiero que me contrates cuando vayan a hacer el arte para tu primer disco.

—Dorian, te lo prometo, pero vamos un paso a la vez.

—Ok, entendido. ¿Y qué hacemos ahora?

—Cuéntame de tu vida si no te molesta —le pidió Kirsten, enfocando su mirada en Dorian. La mayor parte del tiempo juntos había evitado verlo directo a los ojos, pues sentía que hacía sentir a Dorian incómodo, pero ella también podía sentir la conexión que tenían y también conocía un secreto sobre él.

—La verdad, mi vida es un poco monótona. Me gusta la fotografía, trabajo en ello, pero la mayor parte de mi trabajo es dentro de mi estudio y no sé qué más decirte.

—Cuéntame de ella —le pidió Kirsten, haciendo que Dorian se sorprendiera—. Vi en tus redes que tienes pareja. Se ven raros juntos.

—¿Raros? ¿Qué significa eso?

—Sus fotos juntos, las espontáneas, parecen separados. No sé cómo explicarlo, Dorian, es como si no tuvieran una conexión entre ustedes.

—Quizás tengas razón, ya hace un tiempo que las cosas se sienten, no sé, diferentes.

—¿Y cuándo se casan?

—¿Cómo sabes eso?

—Es mi intuición… ¿el anillo en tu cadena? Es muy pequeño para tu dedo, pero obviamente quieres llevarlo contigo. Sé que no es lo normal, pero ahora hay muchos chicos que deciden llevar un anillo también, ¡o los obligan a hacerlo! —dijo Kirsten, soltando una carcajada sin intención de burlarse de Dorian.

—¡Nadie me obligó a hacerlo! Ella me dio la sorpresa, pero no se preocupó por pensar si me quedaría y no quedó de otra que usarlo en mi cadena. ¿Sabes? Yo ni siquiera uso cadena y me costó mucho acostumbrarme, pero ahora me es difícil salir sin esto en mi cuello —le contestó Dorian mientras tomaba la cadena con sus manos y la sacaba de debajo de su camisa para que Kirsten pudiese ver mejor el anillo.

—Cuando choqué contigo, fue lo primero que vi, el anillo en tu cadena, por eso sonreí cuando te miré, me pareció muy dulce de tu parte.

—¡Emma!

—¿Emma?

—Ella se llama Emma, Emma Romano. Llevamos diez años juntos, desde los quince, y veinte años de conocernos.

—¡Vaya! ¡Eso sí que es una historia!

—Lo es, ¡sí! Y es lo que todos nos dicen también. Llevamos toda la vida escuchando cómo nuestra historia está destinada a ser «felices para siempre».

—Eso sí que es presión, ¡amigo!

—¡Sí que lo es! En especial para ella. Ya sabes, la historia del cuento de hadas y qué sé yo.

—¿Y para ti? ¿Qué significa esa historia, Dorian?

—¿La verdad?

—¡Sí, la verdad!

—¡Felicidad, Kirsten! ¡Emma es muy importante para mí!

—¿Y tú qué esperas?

—Lo que esperan todos alrededor de nuestras vidas: que sea un felices para siempre.

—Pues en el bar no me pareció que me miraras como si quisieras un «felices para siempre» con ella —le dijo Kirsten con una mirada profunda, tratando de leer dentro de Dorian lo que sentía realmente.

—Te voy a confesar algo, Kirsten.

—¡Uy! ¿Empezamos con las confesiones? ¿Tan pronto?

—Traté de irme dos veces, pero no pude, y aquí estoy.

—Bueno, ya que estamos confesando cosas, yo también tengo algo que confesarte.

—Esto no me está gustando.

—Yo no estaba esperando que me pagaran. Ayer, cuando choqué contigo, me gustaste mucho. Cuando te vi en el bar, me pareció increíble, pero que Eva se sentara en tu mesa me pareció que era definitivamente el destino abriéndome la puerta para conocerte. Por eso casi no pude ni cantar, y por suerte los chicos no se enojaron de que los dejara haciendo las canciones instrumentales. Además, les vino bien el dinero extra, pues no iba a cobrar por no haber cantado todo lo que me correspondía.

—Entonces, ¿por qué tardaste tanto en salir?

—Cuando busqué tu trabajo, vi tus fotos con ella y no quería ser la otra, tú entiendes.

—Entonces, ¿por qué saliste?

—No podía quedarme con la duda de por qué el destino se empeña en cruzar nuestros caminos, Dorian.

—¿Entonces?

—¿Amigos? —le preguntó Kirsten mientras estiraba su mano y le regalaba una sonrisa.

—¡Amigos! —le contestó Dorian devolviendo el saludo. — ¿Sabes una cosa? La primera vez que intenté irme, me regresé al bar y a la distancia te escuchaba cantar cada vez más cerca. Como las sirenas y Odiseo.

—¿Las que hacían que los marineros estrellaran sus barcos? —le preguntó Kirsten, entre ofendida y halagada por la comparación.

—¡Esas mismas!

—¡El canto de la sirena! ¡Me gusta! ¡Qué excelente título para una canción!

—¡Te cobraré si lo utilizas!

—¿Dorian?

—¿Sí, Kirsten?

—¿Qué está pasando ahora?

—Mejor no preguntes y vámonos ya. Aún tengo muchas fotografías que editar y mañana en la noche tenemos lo de tu foto.

—Es una buena idea, creo que tienes razón. Ya fue mucho destino…

—¡O confusión! —le interrumpió Dorian, queriendo indicar que no debían dejarse llevar.

—Tú lo has dicho. O confusión por hoy.

Fotografías y Engaños

Cada día que despertamos es un milagro. Y cada día que compartimos con la persona que amamos es un doble milagro. Sin embargo, muchas veces damos ambos por sentado. La vida y el destino nos entregan regalos y pruebas, y es nuestra responsabilidad cuidar de los regalos y superar las pruebas, que en el fondo, son la misma cosa.

Dorian llegó a su habitación pasada la medianoche, demasiado cansado para trabajar en la edición de fotografías que aún tenía pendiente. Entonces, se tiró en la cama y pensó en todo lo sucedido. Quiso llamar a Emma y contarle todo, pero ya tenía más de un día de no comunicarse con ella y supuso que sería extraño y aún más difícil que Emma creyera que no había pasado nada entre Kirsten y él. Así que decidió que le hablaría después de ello cuando estuviese frente a frente con Emma. El sentimiento de culpa que tenía no le permitió darse cuenta de que Emma tampoco había intentado comunicarse con él.

Kirsten había regresado a su apartamento. Como no había cobrado esa noche, decidió tomar el tren hacia las afueras de la ciudad donde vivía y recién había entrado, completamente destruida por el día que había tenido. Se sentía agotada, temerosa y ansiosa por todas las cosas que pasaban por su mente. Programó la alarma para despertarse una hora antes de lo habitual, se puso la pijama, hizo una oración pidiendo guía a Dios y se fue a dormir. El último pensamiento antes de quedarse dormida fue la posibilidad real de hacer la foto para el póster, la cadena con el anillo en el cuello de Dorian y su sonrisa.

Eran pasadas las cinco de la tarde cuando Cora dejó a Emma en su casa. Entró, dejó el bolso en el sofá y se dirigió a prender el radio al volumen más alto que pudo. Intentaba aturdirse para dejar de escuchar los pensamientos que rondaban su cabeza desde que Javier llegó a saludar a Cora.

Finalmente recordó el apellido de Javier: «¡Valle! ¡Valle es el apellido!». Tomó su móvil y empezó a buscarlo en las redes sociales. Cuando finalmente lo encontró, le envió un mensaje completamente fuera de su naturaleza tímida y recatada: «¿Qué harás esta noche?»

Tan solo pasaron un par de minutos antes de recibir una respuesta.

«Hola, Emma. Sin planes, ¿por qué?»

«¡Veámonos! ¡Estoy aburrida!»

«Este es mi número. Envíame tu ubicación y paso por ti a las 8».

Emma guardó el número en su teléfono y le envió la ubicación, confirmando que a las 8 estaría lista. Mientras eso sucedía, Cora llegaba a su apartamento y le enviaba un mensaje a Dorian, haciéndole saber que necesitaba hablar con urgencia con él.

A las ocho con veinte minutos, Javier estacionó su auto frente a la casa de Emma y le envió un mensaje avisándole que ya estaba afuera. Emma le respondió que le diera un par de minutos y procedió a apagar su móvil.

Emma siempre vestía de manera conservadora, por lo que esa noche había tomado ropa de su hermana. Al salir, llevaba puesto un vestido negro, corto y ajustado, de un solo hombro con un corte en el escote. El vestido resaltaba su figura y lo combinó con sandalias de tacón alto de color dorado con tiras finas. También llevaba una cartera de mano negra. Subió al auto, saludó a Javier y le preguntó si trabajaba al día siguiente.

—Si el plan vale la pena, puedo decir que estoy enfermo y saltarme el día.

—¡Muy bien! —le dijo Emma con voz seductora, casi como si estuviese actuando en una película para adultos—. ¡Esta noche soy tuya! Si crees que eso vale la pena para no ir a trabajar mañana.

—¿Y a dónde vamos? —preguntó Javier, implicando que aceptaba la oferta de Emma.

—Tengo años de no salir a un bar, ¿podemos ir a uno?

—Emma, no me entiendas mal. Honestamente no me importa qué está pasando, yo vivo un día a la vez, sin historias y sin compromisos. Puedo llevarte a un bar, pero te sugiero que vayamos a uno lejos de la ciudad.

Durante una fracción de conciencia, Emma entendió lo que estaba haciendo y, aunque su primer impulso fue disculparse y bajarse del auto, decidió aceptar el consejo de Javier y dirigirse a un lugar lo más lejos posible de la ciudad.

Una vez en el bar, la noche pasó volando. Estuvieron bailando y tomando. Emma se sentía liberada, diferente; había asumido el papel de otra persona y la emoción que sentía la confundía. Le gustaba la sensación que le producía la manera en que Javier la miraba, como un depredador esperando que su presa se descuidara para atacar. Sin embargo, era ella la que estaba acechándolo a él.

Al ser las tres de la mañana, el bar hizo el llamado para el último trago, pues cerraban en treinta minutos.

Javier se volvió a Emma y comenzó a decirle: —Conozco un lugar cerca de… —pero ella no lo dejó terminar.

—¡Vamos! —le dijo Emma, utilizando la misma voz seductora con la que había estado hablando toda la noche. Cada palabra, cada entonación, cada sonrisa había sido cuidadosamente pensada. Esa noche, ella no era Emma.

Javier le pidió que lo esperara un momento. Se fue a la barra, pidió una botella de vino, regresó hasta donde estaba Emma, la tomó de la mano y la llevó hasta su auto. Condujo camino arriba para tomar el desvío hacia Pico Blanco, un mirador que en las noches claras permitía una vista del cielo como pocos lugares ofrecen.

Al llegar a la cima, se bajaron del auto. Javier abrió la botella de vino y dio el primer trago, le extendió la botella a Emma mientras le decía:

—Con este vestido te ves muy diferente, Emma.

—¿Diferente cómo?

—¡Temprano parecías una monja, mujer!

—Las apariencias engañan, Javier. Jamás juzgues a una mujer por su atuendo.

—Emma, a mí no me engañas. ¡Esta que está aquí no eres tú!

—¿Y te molesta?

—No, para nada, pero espero que tú entiendas lo que estás haciendo.

—¿Y ahora el Don Juan tiene una conciencia?

—¡No! Pero quiero estar seguro de que a mitad de todo no vayas a detenerme.

—¡No lo haré!

Después de decir esas palabras, Emma se abalanzó sobre Javier y empezó a besarlo de la manera que muchas veces había querido que Dorian la besara. Él la tenía tomada de la cintura y empezó a empujarla ligeramente hacia el auto. Cuando estaban frente a él, Javier dejó de besarla y la miró directamente a los ojos como pidiendo permiso por última vez. Emma lo miró de manera profunda y llena de deseo. Javier la subió al capó del auto y metió sus manos por el vestido para quitarle las bragas. Ella no opuso resistencia y ahí, bajo las estrellas, Emma y Javier completaron lo que ambos sabían que iba a pasar desde que Emma envió el mensaje.

Cuando empezaba a aclarar el día, Emma le pidió a Javier que la llevara a casa. Aunque el viaje fue en su mayoría en silencio, no había sentimiento de culpa en ninguno de los dos, tan solo la pequeña molestia antes de la resaca que provoca el alcohol.

Javier la dejó frente a la casa justo antes de las siete de la mañana y, mientras Emma trataba de buscar la llave en su bolso, la puerta se abrió. Adriana, su hermana, salía hacia la universidad. Al ver a Emma se sorprendió, inmediatamente miró alrededor buscando a Dorian para darle una sonrisa de aprobación, pero al que vio fue a Javier, empezando a retirarse. Adriana miró a Emma a los ojos. La mirada de Emma la delataba sin excusa. Entonces, esta hizo a un lado a Adriana de manera brusca, entró a la casa y tiró la puerta.

Para cuando esto sucedió, Dorian ya tenía varias horas trabajando en la edición de las fotografías. Ya había intentado llamar a Emma un par de veces. No le puso mucha atención al mensaje de Cora, pensando que era algo relacionado con la decoración para la boda, pues Cora estaba llevando el presupuesto, y solo le escribió de vuelta que la llamara cuando quisiera. Cora vio el mensaje pero prefirió esperar a que Dorian regresara para hablar con ambos mismo tiempo y no traicionar la amistad de ninguno de los dos.

Kirsten, por su parte, estaba en el restaurante donde solía trabajar durante el día junto a Eva. Se había levantado más temprano para pasar dejando el vestido blanco con lentejuelas en la tintorería, para que estuviese listo en la noche para las fotos.

—Bueno, no me vas a contar qué pasó anoche con el chico. ¿Dorian era su nombre, verdad?

—Eva, sinceramente, tienes que dejar de fumar esa cosa. Te está afectando la memoria.

—¡Qué me va a estar afectando nada! ¡Estoy perfectamente bien!

—¿Estás segura?

—¡Muy segura, campirana!

—Entonces, ¿sabes que hoy es tu día libre, no?

—¿Qué?

—¡Tu horario es jueves y domingo libre, citadina!

—¿Y por qué nadie me dijo?

—¡Todos hicieron apuestas a ver en qué momento te dabas cuenta!

—¿Y tú por qué no me dijiste?

—¡Es que yo también aposté, pero hace exactamente quince minutos perdí la apuesta!

—Kirsten, a veces no sé si eres mi amiga o mi enemiga. ¿La semana pasada también apostaron?

—¡Si, Eva!

—¿Y quién ganó?

Kirsten levantó la mano con una sonrisa pícara en su rostro mientras le contestó:

—Pensé que tendría suerte hoy también. De verdad necesito el dinero.

—Bueno, la próxima semana nos ponemos de acuerdo y nos repartimos la ganancia. Si estoy aquí es porque entonces no tenía nada mejor que hacer.

—¡Eva, estás aquí porque fumas esa hierba! —le dijo Kirsten, y las dos empezaron a reír.

—Y bueno, ¿me vas a decir o no qué pasó con el chico anoche?

—¡Lo que tenía que pasar! —le contestó Kirsten, haciéndose la misteriosa.

—¡No! ¿En dónde, pilla!

—Enfrente de la sala de conciertos.

—¿Qué?

—Sí, enfrente de la sala de conciertos. ¡Logré convencerlo de hacerme las fotos!

—¡Te odio tanto, campirana!

—¡Y yo a ti! —y otra vez volvieron a reír juntas, esta vez tan fuerte que el dueño del restaurante salió de su oficina para pedirles menos charla y más trabajo.

A las 7 de la noche, Dorian empezó a alistarse para ir al bar. No había intercambiado número de teléfono con Kirsten, así que asumió que era allí donde se verían. En ese momento, eran las once de la mañana en su país y Emma se despertaba con una resaca que resonaba en su cabeza, encendió el móvil y vio entrar las notificaciones de las llamadas perdidas y el mensaje de Dorian, también vio ingresar un mensaje de Javier. Ignoró por completo el mensaje de su prometido y abrió el de Javier.

—“Me la pasé súper, ¿te lo hago de nuevo esta noche?” —decía el mensaje de Javier.

—“¿Por qué no?” —le escribió de vuelta Emma.

Unos minutos después recibió respuesta a su mensaje:

—“A las seis paso por ti, esta noche voy a necesitar más horas contigo”.

Lo que antes podía haberse dicho que fue un error a causa de la desesperación o confusión, ahora se convertía en un hecho adrede. Ya no había duda y la persona que Emma llevaba atrapada dentro de sí había visto la luz y ya no quería regresar a la oscuridad. Como Jekyll y el doctor Hyde, Emma dejó de ser Emma en ese momento y se convirtió en la reflexión de lo que en el fondo siempre quiso ser: una mujer libre.

Unas horas después, Adriana regresó de la universidad y se dirigió directo a la habitación de Emma, entró, cerró la puerta y con voz alta cuestionó las acciones de su hermana.

—¿Qué crees que estás haciendo, Emma?

—¿De qué hablas?

—¡Tú sabes bien de qué hablo!

—¡Deja de estar armando historias en tu cabeza!

—¡Emma! —le gritó Adriana mientras le quitaba la cobija de encima—. ¡Mira las marcas en tus piernas y ese que estaba afuera no era Dorian!

Cualquier opción de inventar una excusa se había acabado en ese momento. De forma muy manipuladora, Emma cambió el tono de voz y le dijo: —Tú nunca vas a entender lo que siento, Adriana.

—¿Y qué pretendes que haga? ¿Que me quede callada?

—¡Escúchame bien! —le dijo Emma mientras se levantaba de la cama de manera violenta y la acorralaba contra la puerta—. Si termino con Dorian, a fin de cuentas, es conmigo con quien vas a seguir viviendo y, si eso pasa, me encargaré de hacerte la vida un infierno hasta que me vaya o te vayas de aquí.

Adriana sintió temor, no reconocía a la persona que tenía enfrente y empujó a Emma para abrir la puerta y salir de la habitación. En el fondo, se escuchó que la puerta de su habitación se cerró con fuerza.

—“¿Cuál será la maldita manía de tirar las puertas en esta puta familia?” —se dijo a sí misma Emma mientras cerraba la puerta de la habitación y se llevaba la mano a la cabeza para tratar de atajar el dolor que sentía a causa de los tragos de la noche anterior.

Dorian llegó al bar con tiempo para tener una mesa al frente del escenario, cargaba un salveque con la cámara y los lentes. Pensó que sería bueno hacer unas fotos en el bar antes de ir a la sala de conciertos. Pidió limonada y gaseosa para poder hacer el mejor trabajo que pudiese cuando llegara el momento.

Cuando Kirsten entró al bar lo vio sentado al frente, pero decidió no saludarlo; le daría una sorpresa cuando subiese al escenario. Como era ya costumbre en el bar Zootropo, el dueño subió al escenario a las nueve de la noche para anunciar la presentación.

Los músicos empezaron a tocar una versión al estilo Jazz de “Yesterday”. Dorian preparó la cámara para hacer fotos de la entrada de Kirsten. Ajustar la cámara para compensar por la poca luz le recordó sus tiempos de estudiante, cuando tenía que ir a lugares “complicados” para fotografiar. Nunca le había gustado no tener el control de la luz, pero esa noche la expectación le ilusionaba.

Dorian se sintió mal al recordar cómo él adoraba hacerle fotos a Emma y a ella también le gustaba, hasta que poco a poco más bien parecía fastidiarle cada vez que Dorian compraba equipo nuevo y le pedía a Emma que fuesen a hacer unas fotografías, hasta que finalmente fue Cora quien empezó a ayudarle.

Antes de terminar la canción, Sven, el guitarrista, se acercó al micrófono y presentó a Kirsten:

—“¡Con ustedes, la Sirena… Kirsten Shaw!” —Temprano, ella le había pedido por mensaje que cuando la presentara la llamara de esa manera.

Dorian entendió inmediatamente la referencia y dejó escapar una sonrisa que Kirsten pudo ver mientras subía las gradas.

—¡Buenas noches, gente! —les dijo a todos e inmediatamente la guitarra empezó a sonar. Los acordes se apoderaron del lugar y todos celebraron la canción que seguía pues no había nadie que no hubiese reconocido de qué canción se trataba, incluso Dorian.

La armonía se detuvo para que Kirsten cantara la primera línea a capela:

—“Mama, take this badge off of me.”

—“I can’t use it anymoreeeeeee.” —Extendió la frase para hacer la entrada más dramática y mostrar sus dotes vocales, y los músicos explotaron al unísono en lo que fue una entrada que marcó por completo la noche.

Dorian no hizo ni una sola fotografía, estaba impactado con la manera en que Kirsten andaba vestida. Había rentado un vestido blanco largo con vuelos que al caminar parecían olas en el mar, serenas pero peligrosas. Había dejado el sombrero de lado para hacerse un moño alto con una tiara. En realidad, para cualquier persona habría sido ridículo, pero no para Dorian, y ella lo sabía. No intentaba seducirlo, sino más bien agradecerle a su manera el tiempo que se estaba tomando para ayudarla.

Esa noche, Kirsten y la banda tocaron once canciones y, aunque le sonrió un par de veces, no bajó a saludarlo como la otra vez. Entre cada pausa, Dorian la esperó, pero del escenario Kirsten no bajó.

Al final de la presentación, ella se disculpó por la situación.

—Dorian, lo siento, te tuve muy abandonado. La verdad, necesitaba cobrar toda la presentación de hoy; si no, no podré pagar la renta a fin de mes.

—¡No te preocupes! Primero el trabajo, eso lo entiendo.

—¿Kirsten, qué fue esa canción?

—¿Cuál?

—¡La de los gritos, me pareció genial!

—¿Nunca la habías escuchado?

—No, no realmente. ¡Pero me pareció de otro mundo!

—Se llama “Breathe” y te contaría la historia completa, pues es una de mis favoritas, pero la versión corta es que una cantante llegó, hizo lo que hizo y después juntaron los pedazos y la dejaron así.

—¡Pues es una verdadera pieza de arte!

—Dorian, la música es la única cosa del mundo que puede tocar tu alma.

—¡Vaya, qué profundo!

—Sí, por eso mismo hay que tener cuidado con lo que escuchamos.

—Kirsten, quiero disculparme. Traje mi cámara y quería hacerte unas fotos durante la presentación, pero la verdad es que no pude concentrarme.

—¡Gracias a Dios! Y no te disculpes, Dorian. ¡Habría odiado tener fotos mías vestida de esa manera!

—¿Por qué? ¡Si te queda fabuloso!

—Para ti sí, pero… ¡este no es mi estilo!

—¿Y cómo sabías que me iba a gustar?

—Dorian, tú eres un libro abierto. ¿Las sirenas? ¿Odiseo?

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Bueno, en la mitología griega es Odiseo, en la romana es Ulises, pero la mayoría lo conocen como Ulises, aunque el original es Odiseo.

—¡Sigo sin entender, Kirsten!

—Que eres un ratón de biblioteca, un ñoño. No tenía duda de que te gustaría verme con esa ropa.

—¿Y entonces tú cómo sabes lo de Odiseo?

—¡Porque soy una ñoña también! —Los dos echaron a reír. Entonces Kirsten se acercó y lo abrazó, y la risa se detuvo—. Gracias, Dorian, por ayudarme con estas fotografías. Es muy importante para mí.

—Aún no hemos logrado nada, Kirsten.

—Pues será fotografías o cárcel, pero ¡algo lograremos!

Kirsten le pidió unos minutos a Dorian para cambiarse en el camerino y esta vez sí cobrar el dinero del concierto. Mientras esperaba, Dorian sacó su teléfono y vio que los mensajes que le había enviado a Emma se habían entregado, pero aún no habían sido vistos. Pensó en llamarla, pero rápidamente desechó la idea. El tipo de conversación que iban a tener no sería de unos minutos. Kirsten era fabulosa, un sueño completo de mujer, pero ahora él estaba seguro de que su corazón le pertenecía a Emma. Ya no se sentía culpable, sino estúpido por haber puesto en riesgo el futuro con el amor de su vida por lo que pensó era una utopía nacida del deseo de vivir algo diferente que, a la postre, no lo llevaría a ningún lugar excepto al horrible pozo oscuro de la culpa.

Mientras estaba absorto en sus pensamientos, Kirsten puso la mano en su hombro y le preguntó si se iban.

—¡Me asustaste! —le dijo a Kirsten, tratando de recuperarse.

—¿Pensabas en ella? —le preguntó Kirsten con una sonrisa disimulada.

—Sí. La extraño, ¿sabes? A veces, con la distancia, nos ponemos cosas en la cabeza y, si no somos inteligentes y hasta fríos para decidir, podemos cometer un error que nos dolerá toda la vida.

—Es una chica afortunada al tener a alguien como tú en su vida —le dijo Kirsten con sinceridad, pero también con nostalgia.

—No creas. En realidad soy yo quien tiene suerte de tener a alguien como ella en mi vida.

—Bueno, ¿nos vamos? Jacques está esperándonos.

—¿Ya te confirmó?

—Sí, hace unos minutos me envió un mensaje diciendo que ya habían salido todos de la sala. Tenemos hasta la medianoche antes de que llegue el otro oficial de seguridad.

Los dos salieron del bar. Dorian extendió su brazo para que Kirsten lo tomara y caminaron juntos hacia la sala de conciertos con emoción. Cuando estuvieron al frente, Kirsten lo miró con mucha alegría.

—¡Tenemos que entrar por detrás, ven, sígueme!

—¿Puedo echarme para atrás?

—¡Ya es muy tarde, Dorian! ¿Has estado en la cárcel antes?

—No, ¡nunca!

—Bueno, si nos atrapan, tendrás tú el honor de pasar la noche en una celda conmigo.

—¿Tú has estado en la cárcel?

—La respuesta corta es que prefiero no hablar de eso —le dijo Kirsten y empezó a reír, revelando un lado secreto que ahora Dorian moría por conocer.

—¡Pasen rápido! —les dijo Jacques—. ¡Tienen veinte minutos, así que apúrense!

—Duraremos menos, ¡te lo prometo! —le dijo Kirsten.

Jacques regresó a su puesto a la entrada de la sala mientras Kirsten y Dorian se dirigían al escenario.

—¿Cómo quieres las fotos? —le preguntó Dorian mientras sacaba la cámara del bolso.

—¡Espérate, no seas tonto! ¿Qué clase de fotógrafo eres?

—¿Qué pasó, Kirsten?

—¡No vamos a hacer las fotos con esta ropa! Traje un vestido.

Kirsten sacó el vestido blanco de lentejuelas que había usado la noche anterior. Pensó en ir a los camerinos a cambiarse, pero eso solo les quitaría tiempo.

—¡Hey, ñoño, necesito que cierres los ojos! —le dijo a Dorian mientras empezaba a quitarse lo que andaba puesto.

Dorian cerró los ojos por un momento, pero no pudo evitar tratar de ver. Kirsten andaba unas bragas blancas de encaje, sin sostén. Miles de pensamientos pasaron por la mente de Dorian hasta que sus ojos se detuvieron en una cicatriz pronunciada que tenía ella en un costado. Kirsten se percató de que Dorian la estaba viendo y se cubrió con el vestido.

—¡Ey! ¿Me das privacidad por favor?

—¡Lo siento! ¡Lo siento, Kirsten!

—Ya, ya, tampoco es para tanto. Si estuviésemos en la playa, probablemente andaría topless, pero igual, ¡dame privacidad! No me gusta que me vean la cicatriz.

Dorian se dio la vuelta para asegurarse de no mirar de nuevo y darle seguridad a Kirsten.

Después de cambiarse, les quedaron un poco más de quince minutos para completar las fotografías. Ella estaba feliz, su mente volando a través de los pasillos que albergaban cada uno de sus sueños. Cada vez que miraba a Dorian, no podía dejar de pensar en cómo sería una vida juntos y, pronto, una tristeza se apoderó de ella, y el «mood» de la sesión cambió. Volvió a tener su pose retraída, con el rostro cubierto por su sombrero favorito. Tiempo después, las dos fotografías que escogió para los pósteres fueron las que mejor reflejaron ese momento de nostalgia que sintió.

Jacques apareció para decirles que ya tenían que salir. Los dos le agradecieron por la oportunidad y rápidamente se encontraron en las afueras de la sala de conciertos. Se sentaron en las gradas para ver las imágenes en la pequeña pantalla de la cámara.

Kirsten estaba visiblemente emocionada, mencionando el contraste del blanco y negro que usaría para las impresiones, la tipografía y donde los iba a colgar. Realmente estaba feliz por haber tenido la oportunidad, y principalmente de que Dorian le hubiese ayudado.

—Aunque quizás no era lo que deseaba, sí había una razón para que el destino nos uniera —le dijo Kirsten—. Estas fotos son fantásticas.

—Kirsten, ¿y qué era lo que deseabas?

—Que la vida te hubiese puesto en mi camino para que lo recorriéramos juntos y fuésemos felices para siempre.

—Apenas me conoces por unas horas, ¿cómo puedes decir eso?

—¡Porque puedo ver el alma de las personas, Dorian!

—Sabes que eso suena un poco loco, ¿verdad?

—¡Claro que lo sé, es una de las características de las sirenas! ¡Estamos completamente locas! —le dijo Kirsten mientras reía a carcajadas.

—¿Quieres ir al hotel conmigo?

—¡Joven! Le recuerdo que usted es un hombre comprometido —le dijo mientras la sonrisa se le iba y se mostraba profundamente ofendida por la invitación.

—Es para que edites las fotos conmigo y las tengas hoy mismo.

—Perdóname, Dorian, de verdad, perdóname.

Los dos tomaron un taxi y se dirigieron al hotel donde se hospedaba Dorian. Cuando llegaron a la habitación, él acercó otra silla al escritorio para que se sentaran uno al lado del otro. Al abrir la portátil, la pantalla se encendió, desplegando una de las fotografías en las que aparecía Kirsten cruzando la calle. El sombrero era inconfundible. Ella se asustó, se levantó precipitadamente y tomó la cámara, diciéndole a Dorian que ella se defendería si intentaba hacerle algo.

—Si no me dejas salir o te acercas, ¡voy a gritar!

Le tomó mucho tiempo convencerla de que no era un acosador y que estuvo casi todo el día haciendo fotografías de ese lugar. Le mostró el resto de fotos de la sesión urbana y le explicó que las fotografías eran para una guía turística que se haría sobre la ciudad. Cuando Kirsten se sintió más tranquila, Dorian le trajo un vaso de agua.

Ella le explicó que, hacía seis años, un acosador la había atacado y, como no pudo abusar de ella, le clavó un puñal en el costado; por eso la cicatriz tan pronunciada que tenía.

—Lo siento, Dorian. Me costó demasiado siquiera salir al patio de la granja después de eso, y al ver esas fotos, me asusté mucho.

Dorian solo movió la cabeza indicando que no se preocupara, estaba mudo por lo que había escuchado y sentía vergüenza por ser parte de la misma especie que era capaz de realizar ese tipo de actos. Al mismo tiempo, sintió una profunda admiración por Kirsten, por haber superado el episodio tan oscuro por el que ella había tenido que pasar y de nuevo volvió a su mente el pensamiento inicial que había tenido al ver a Kirsten sonreírle. “¿Qué tal si de verdad el destino nos unió para algo más…?”

Amor, Traición y Muerte

El amor, más que un sentimiento, es una decisión. Esta decisión produce frutos que lo fortalecen, como el agradecimiento, la tolerancia, la lealtad y el perdón. En la vida, cada paso que damos, cada cosa que hacemos o dejamos de hacer, impacta nuestro destino y, a veces, nos lleva por caminos que desearíamos no haber recorrido jamás.

Después del incidente en la habitación, una vez que la calma regresó por completo, Dorian y Kirsten terminaron de seleccionar y editar las fotografías. Ya era bastante tarde, y Dorian le sugirió a Kirsten que se quedara a dormir allí, a lo que ella accedió con un poco de recelo.

Kirsten no estaba preocupada por lo que pudiese pasar entre ellos. Ya se había rendido a la idea de que lo que tuviera que pasar, iba a pasar. En realidad, le preocupaba la protección de su propio corazón. Quisiera o no, Dorian en algún momento tendría que regresar a su vida real, y abrirle por completo las puertas de su corazón significaría, innegablemente, abrir la puerta al dolor. Un dolor que aún no se sentía preparada para llevar en su alma.

—¿Dorian, estás despierto?

—Ahora sí, dime.

—¿Cuánto pagas por quedarte en este hotel?

—No lo sé, lo paga la compañía que me contrató, pero debe andar por unos 350 euros por noche.

—¡350! —gritó Kirsten mientras se enderezaba en la cama.

—¿Te parece mucho?

—¡Esta es la cama más incómoda en la que he intentado dormir en mi vida! ¡Claro que me parece exagerado!

—¡Créeme, hay peores! ¡Ya te darás cuenta cuando tu música explote y tengas que salir de gira!

—¿El precio del éxito, huh?

—El precio del éxito, tú lo has dicho. Gran parte del año lejos de casa, lejos de la gente que amas, luchar contra la influencia de las malas compañías, los excesos… En fin, es una vida difícil si no sabes cómo manejarla.

—¿Tú vives todo eso en tu trabajo?

—¡Oh, no! ¡Gracias a Dios no!

—Entonces, ¿cómo lo sabes?

—Antes de viajar acá estaba leyendo la autobiografía de un músico, Karl Fields, que pasó por muchos dolores de cabeza a causa de la fama y las malas decisiones.

—No sé quién es.

—¿Cómo? ¿No conoces la canción «Giralunas»?

—¡Nope!

—¿Y «Solo tú eres nosotros»?

—¡Tampoco!

—Recuérdame que te las ponga, porque tienes que escucharlas.

—¿Te gustan mucho?

—¡Son parte de mi vida!

—¿Cómo es ella?

—¿Perdón?

—¿Cómo es Emma? No físicamente, ya la vi en las fotos, me refiero a su personalidad.

—Es una persona dulce, quizás un poco tímida, es bastante hogareña…

—¡Suena un poco aburrida!

—¡Quizás! Pero no es su culpa.

—¿De quién es la culpa, entonces?

—¡De su mamá!

—¿De la mamá?

—Sí, doña Fiorella era demasiado dura con ella y muy controladora. Casi que cada paso que daba Emma en la vida estaba cuidadosamente fabricado por Fiorella. Desde la manera de sentarse con la espalda recta, pasando por la manera en que debía cruzar las piernas si usaba una falda, hasta la forma de peinarse o el maquillaje que debía usar.

—¡Esa no era una casa de familia, sino una escuela militar!

—Para mí lo más exagerado es que, desde que la recuerdo, ella siempre le decía a Emma lo maravilloso que sería que, cuando se casara, lo hiciera con el vestido que ella había usado en su boda, hasta que, de alguna manera, eso se convirtió en uno de los sueños de Emma. Y así con muchos pensamientos y cosas que pasaban de doña Fiorella a Emma como por ósmosis.

—¿Ósmo qué?

—¡Olvídalo! Cosas de ñoño, dirías tú. ¿Pero entiendes verdad?

—Sí, creo que sí. Emma absorbió la personalidad de la mamá y se convirtió en ella.

—¡Así es!

—Entonces, ¿por qué estás con ella?

—¿Por qué no habría de estarlo? La amo profundamente.

—Pues es que de la manera en que me cuentas, es como si en el fondo supieras que estás con alguien que no es verdaderamente ella, sino la copia de alguien más.

—¿Sabes una cosa? Te voy a contar algo, que no debería, pero creo que necesitas saberlo para entender. Además, quizás me ayude un poco a mí también. Hablé de esto con mi amiga Cora hace solo unos meses.

—¡Dime!

—Yo conocí a la verdadera Emma mientras crecíamos, y aunque amo a la persona que es ahora, también tengo la esperanza de que vuelva a ser la persona que estaba destinada a ser antes de que la influencia de su mamá le robara toda la esencia.

—¿Y qué pasa si la persona que es en realidad no te gusta?

—Pues esa sería la historia más trágica jamás contada, ¿no crees?

—Siento lástima por ella.

—¡Jamás! No digas eso y no sientas lástima por nadie nunca.

—¿Por qué? ¿Te molesta que dijera eso?

—No, Kirsten, no es que me moleste, es que la lástima es el peor sentimiento que puedes tener por alguien. La lástima genera excusas, un tipo de tolerancia mala hacia las condiciones o actos de alguien.

—¿Pero entonces?

—Empatía es el sentimiento correcto en esas situaciones. Te pones en los zapatos de la otra persona, tratas de entender, pero en lugar de excusar, ayudas a resolver.

—¿Y cómo vas a ayudarla a resolver esto?

—Lo primero que voy a hacer es cancelar la boda.

—¿Qué?

—¡Kirsten! Mira lo que ha pasado conmigo: tan solo me sonreíste hace dos días y mi vida empezó a desmoronarse, y todo lo que he hecho desde entonces es cuestionarme todo lo que he construido hasta el momento.

—Lo siento, Dorian.

—No lo sientas, eso o hizo más fuerte mi unión con Emma o nos evitará cometer un gran error.

—¿Pero estás seguro de que estás confundido?

—Kirsten, todo lo que quiero hacer desde que te vi cantar en el bar es besarte, mirarte a los ojos mientras lo hago y jurarte amor eterno. Así de perdido estoy.

—Cuando lo dices así, pues suena bastante loco, la verdad.

—Al mirarte, mi corazón palpita de una manera que no lo había hecho nunca antes, y es una lucha interna contra lo que siento y lo que pienso.

—¿Y cómo te sientes?

—Enamorado, Kirsten, me siento completa y locamente enamorado de ti.

—¡Wow! Qué fuerte. ¿Y qué piensas?

—Que soy el peor traidor del mundo. Mi novia, la persona que amo, está allá, y yo estoy aquí sintiéndome confundido, traicionando por completo la confianza que ella puso en mí.

—Eso me asusta, Dorian.

—¿Por qué? Conmigo estás segura, no voy a intentar nada si eso te preocupa.

—No, Dorian, me asusta porque yo siento lo mismo por ti.

—¿Qué?

—Yo no puedo decir que estoy enamorada o que te amo, pues no te conozco, pero sí tengo una atracción muy fuerte hacia ti, a tu energía, tu corazón, tu mirada… no lo sé, no sé qué me pasa, pero desde que te vi esa primera vez, algo despertó en mí. Al principio pensé que era por una tontería.

—¿Qué tontería?

—El anillo que llevas en tu cuello me pareció algo muy dulce y sentí envidia de la mujer que tenía la suerte de tener a alguien así. Luego pensé que el destino quería unirnos y ahora no lo sé.

—¿Qué no sabes?

—Te diré la verdad y no me entiendas mal, ¿está bien?

—¡Pruébame!

—¡No te va a gustar lo que voy a decir!

—¡Solo dilo!

—Tú tienes novia, Dorian, estás próximo a casarte y estás aquí en la cama conmigo y, aunque no hayamos hecho nada, la traición ya pasó, en tu corazón simplemente no se ha consumado y si se lo haces al amor de tu vida, ¿qué tan fácil sería hacérmelo a mí si estuviésemos juntos?

—Tienes razón, no me gustó lo que dijiste. Pero es la verdad. Para bien o para mal has visto la persona que soy y de lo que soy capaz.

—¿Puedo decirte algo estúpido?

—Puedes decirme lo que quieras, nunca te voy a juzgar, Kirsten.

—¡Yo quiero que mi historia sea escrita contigo!

—¿Cómo?

—Juntos, Dorian. Quiero tanto que el destino me sonría al menos una vez y que nos ponga juntos para recorrer el camino de la vida, de nuestras vidas.

—¿Y por qué eso es algo estúpido?

—¡Porque ya sé que eres un traidor!

—Ouch, Kirsten.

—Sí, cuando me viste la primera vez pudiste evitarlo, cuando entraste al bar tuviste la oportunidad de irte ¡dos veces! Anoche pudiste no llegar al bar de nuevo, a propósito no mencioné que nos diéramos los números de teléfono para que tuvieras la oportunidad de recapacitar, pero no lo hiciste, seguiste jugando con fuego y esa fue tu decisión.

—Lo sé y no sabes cómo me siento por eso.

—Pero no es solo culpa tuya, yo también sabía lo que estaba pasando y tú no me ocultaste a Emma. Yo pude haberle puesto fin al asunto, para traicionar se ocupan dos, ¿no?

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Porque no habría podido quedarme en paz sin saber si la vida nos estaba uniendo.

—¿Y crees que hicimos mal?

—Sí, Dorian, hicimos mal. Quizás la vida sí tenga un camino para nosotros, pero preferiría que hubiese sido diferente.

Dorian y Kirsten confrontaron sus sentimientos y finalmente decidieron que si el destino tenía planeado que estuvieran juntos, ese definitivamente no era el momento. Unas horas antes, al otro lado del Atlántico, Emma se preparaba para salir con Javier otra vez, cuando su móvil le indicó que tenía una llamada.

—¡Cora! ¿Cómo estás?

—Bien, Emma, ¿y tú cómo estás?

—¡No podría estar mejor!

—¡Me alegro mucho! ¡Hasta te escuchas diferente! ¿Quieres ir a comer esta noche?

—Cora, ya tengo planes, pero puede ser otro día si quieres.

—¿Para dónde vas?

—Eso a ti no te importa, Cora.

—¡Qué grosera, Emma!

—¿Sabes una cosa, Cora? Ya estoy harta de que te estés metiendo en mi vida.

—¿Qué te pasa, Emma?

—No me pasa nada, Cora, y mejor déjame en paz y cuidadito con irte a darle quejas a Dorian.

—Emma, me estás preocu…

Emma terminó la llamada y siguió alistándose para su encuentro con Javier. Cuando este llegó le preguntó adónde quería ir y ella le dijo que la llevara a su apartamento.

—¡Vaya! Así me gustan, decididas y sin rollos.

—Javier, solo cállate y conduce.

Adriana se había asomado por la ventana cuando escuchó el auto de Javier llegar y la vio subir. Estaba preocupada por su hermana, pero no tenía idea de qué hacer, así que llamó a Cora para contarle lo que estaba sucediendo.

—¿Estás segura, Adri? —le preguntó Cora con angustia, casi empezando a llorar.

—Sí, lo estoy, no tengo duda. Se acaban de ir juntos de nuevo.

—¿Quién será el tipo?

—No lo sé, nunca antes lo había visto.

—Me preocupa Dorian, si se entera le va a romper el alma.

—¿»Si se entera»? ¿Por qué no va a enterarse, Cora? Apenas regrese yo voy a decirle todo lo que está pasando.

—No puedes hacer eso, Adri, al menos no tú.

—¿Por qué no, Cora?

—Porque, al fin de cuentas, Emma es tu hermana. Deja que yo le diga a Dorian las cosas.

—Sabes, yo no entiendo cómo puede salir con un tipo así, solo por el auto se nota que es un imbécil.

—¿Por qué lo dices?

—Es un auto rojo con spoiler de carreras y unos testículos de adorno colgando en la parte trasera.

—¡No puede ser! Ya sé quién es.

—¿Quién es, Cora?

—Mejor que no lo sepas. Te dejo, ya voy a buscarlos.

—No te metas en problemas, Cora.

—Ya lo estoy, Adri. Chao.

Cora salió en su auto a recorrer la ciudad. Fue a los lugares que sabía que Javier frecuentaba. Encontrarlo no sería difícil, pues su auto era bastante particular. «No creo», se dijo a sí misma cuando pensó que quizás estaba en su apartamento. Aun así, decidió dirigirse para allá sin la menor idea de lo que le esperaba. Faltando una cuadra para llegar, vio el auto de Javier parqueado al frente. Entonces, detuvo el suyo a la distancia y continuó caminando.

Tocó a la puerta y Javier abrió sin fijarse quién tocaba. Cora entró como pudo, sin darle tiempo de hablar. Emma estaba sentada en la sala.

—¿Qué haces aquí, Emma?

—¡A ti qué te importa, Cora! ¡Esto es el colmo! ¿Ahora también me espías?

—¿Por qué estás vestida así?

—¿Ahora eres policía de la moda?

—Emma, vámonos, ¡quizás aún puedan salvarse las cosas!

—Vete tú, que eres la que sobra, yo me quedo aquí.

—¡Tú te vienes conmigo ya!

Cora tomó a Emma de la mano para levantarla, pero cuando lo hizo, la empujó. Cora se tropezó con una mesita y cayó hacia atrás, golpeándose fuertemente la cabeza, al punto que empezó a sangrar por el oído.

—¡Hay que llamar a la ambulancia! —dijo Javier mientras buscaba su móvil con desesperación.

—¿Si la llamas diré que tú la empujaste?

—¿Qué te pasa, niña? ¿A mí no me amenazas, me oíste?

—¿A quién crees que le van a creer, a ti o a mí? ¡La niña linda e inofensiva!

—¡Eres un monstruo, Emma!

—¿Fíjate si está viva?

—¡Tiene pulso! ¡Tenemos que llamar a los paramédicos!

—Si lo haces, la cárcel es lo que te espera.

Javier estaba desesperado. Era un imbécil, pero no tenía mal corazón. Tomó su teléfono y corrió hacia afuera para que Emma no lo detuviera.

Sabiendo que si Cora despertaba, ella estaría en problemas, tomó una maceta que Javier tenía en la sala y se la dejó caer con fuerza a Cora en la cabeza, terminando con su vida.

Javier regresó al departamento después de llamar a la ambulancia y, al entrar, vio el cuerpo de Cora, la maceta rota y a Emma de pie junto al cuerpo, mirándolo con detenimiento. Sintió tanto miedo que se orinó en los pantalones y le gritó a Emma:

—Pero, ¡qué has hecho, loca!

—¿Yo? ¡Fuiste tú, Javier!

Él volteó ligeramente hacia la esquina superior de la sala, donde estaba la cámara de vigilancia. Emma también volteó a ver en la misma dirección y, cuando volteó a ver a Javier de nuevo con una mirada de terror, este ya había salido corriendo. Emma empezó a buscar con desesperación el dispositivo de grabación, pero no logró encontrarlo y, cuando escuchó la ambulancia acercarse, tomó las llaves del auto de Javier y huyó a gran velocidad. Entrando a la autopista Emma perdió el control del auto y chocó con violencia contra la barda divisoria quedando gravemente herida.

Los servicios de emergencia llamaron a la policía para que se hicieran cargo de la escena del crimen. En la autopista, los paramédicos luchaban por mantener a Emma con vida mientras la subían a la ambulancia que la trasladaría al centro hospitalario.

Unas horas después, cuando avisaron a la familia de Emma que había sufrido un accidente, se dirigieron al hospital sin saber lo que había pasado. Javier se había ocultado cerca de su casa y, cuando vio llegar a la policía, se acercó para dar testimonio de lo sucedido y también para indicarles que la compañía de vigilancia debía tener la grabación de los hechos. Javier fue puesto bajo custodia mientras se accedía a los archivos y se comprobaba su versión.

Cuando la familia de Emma llegó al hospital se encontraron que la habitación en donde la estaban atendiendo se encontraba custodiada por dos oficiales. La detective Valdes les informó de lo sucedido y el shock provocó que Fiorella se desmayara.

Adriana se sintió demasiado culpable por lo sucedido y empezó a cuestionarse si debió quedarse callada. El precio que había pagado Cora era demasiado alto por una verdadera estupidez. Cuando pudo calmarse, llamó a Dorian.

—¿Tienes que regresar, Dorian?

—¿Qué pasa, cuñis?

—¡Emma está en el hospital y Cora está muerta!

—¿Qué? ¿Qué pasó? —preguntó Dorian con desesperación. Kirsten estaba en la habitación y puso su mano sobre el hombro de Dorian, como indicándole que se calmara un poco.

—Dorian, Emma está estable, por favor, cálmate, no me hagas pensar que también ha sido un error llamarte. ¡Por favor, vuelve pronto!

—¿Cómo que también? ¡Qué ha pasado, Adri, dímelo!

—¡Emma fue quien mató a Cora y se accidentó cuando huía!

Dorian se calmó casi de inmediato.

—¡Escuincla! No puedo creer que te atrevieras a hacerme una broma así. ¿Están ellas escuchando en altavoz contigo? ¡Qué crueles que son! Sin duda, esto es una broma, ¿idea de Corita, no?

Dorian estaba tan molesto por la «broma» que colgó la llamada y luego se sentó en la cama para terminar de calmarse. Después de unos minutos de contarle a Kirsten lo que pensaba que las chicas le habían hecho, el teléfono sonó de nuevo.

—Está bien, está bien, cuñis. No te preocupes, las perdono.

—Dorian, lo siento, no es una broma.

—Vas a seguir con eso, Adriana, no te voy a creer.

—Dorian, te entiendo, solo cálmate. Voy a enviarte una fotografía.

Dorian recibió una imagen de Emma en la cama del hospital y entonces supo que todo era verdad. Cayó de rodillas al piso y lloró desconsoladamente. No podía creer lo que estaba pasando, pero en su corazón ya no tenía duda de que era verdad.

Kirsten le preguntó si podía abrazarlo, pero Dorian se quedó en silencio. Después de unos minutos, Kirsten se acercó y lo abrazó, y él empezó a llorar de nuevo. Cuando pudo, se levantó y empezó a alistar sus cosas para irse al aeropuerto y buscar un vuelo de regreso al país.

Kirsten estaba sentada en la cama, mirando lo que pasaba sin entender realmente lo que había sucedido. Entonces, cuando tuvo sus cosas listas, Dorian miró a Kirsten.

—Siento mucho todo, siento mucho irme así, pero debo volver.

—¿Qué es lo que pasa, Dorian?

—No era una broma, Kirsten.

—Ve y haz lo que tengas que hacer. ¿Quieres mi número?

—No, Kirsten, si ocupara hablar contigo te buscaré por las redes sociales. Gracias por todo.

—A ti las gracias, Dorian.

—En esta tarjeta están tus fotos. Si no te veo más, te deseo la mejor de las suertes.

Kirsten se acercó a Dorian con cautela, le besó la mejilla y le dio un abrazo. Cuando Dorian estaba ya en la puerta, se volvió para verla una última vez y, justo antes de salir, Kirsten le habló por la que ella pensó que también sería la última vez.

—Dorian, ¡te amo!

Dorian se detuvo en la puerta sin mirar para atrás. Inclinó la cabeza un poco como queriendo mirar hacia Kirsten, pero no lo hizo. Solo suspiró e inició su camino hacia el aeropuerto para regresar a lo que parecía una completa pesadilla.

Confesiones

Pasaron meses después de la llegada de Dorian a su país antes de que Emma aceptara hablar con él. Recluida, esperando el juicio para el que pensaba solicitar una reducción de la pena por causas psiquiátricas, recibió a Dorian por recomendación de su abogado.

—¡Hola, Emma! ¿Cómo estás?

—¡Qué pregunta tan estúpida, Dorian! ¿Cómo voy a estar? —le contestó Emma con un tono de voz diferente.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—¡Qué tal sacarme de aquí e irnos a Hawái y ser felices para siempre! —le dijo mientras empezaba a reír de manera descontrolada.

—¿Qué pasó? ¿Qué te pasó, Emma?

—Nada importante, estaba harta de todos y de todo, siempre teniendo que ser la muñeca perfecta de mamá.

—Pero era Cora, Emma. ¡Tu amiga!

—Ella no era mi amiga, Dorian. Solo mi rival.

—¿Tu rival?

—Sí, desde pequeña siempre me tuvo envidia, hasta quiso robarte de mi lado.

—Emma, estoy muy seguro de que ella te apreciaba mucho y definitivamente no sentía ninguna envidia.

—¿Ahora vas a defenderla? «Todo muerto fue bueno», dicen por ahí.

—Emma, esta no eres tú, ¡necesitas ayuda!

—¿Y qué tal si esta sí soy yo? ¿Aun así vas a amarme?

—Emma, yo te aprecio mucho y aún te amo, pero no con amor de pareja.

—¿Como las ratas, no, Dorian? ¡Huyen cuando el barco se hunde!

—Venir fue un error. Adiós, Emma.

Dorian se levantó de la silla, devastado, y empezó a retirarse cuando Emma le habló de nuevo.

—¡Dorian, amor! ¡Gracias a Dios que estás aquí! —le dijo Emma ahora con el tono habitual que él podía reconocer.

—¿Emma?

—Mi amor, ¿qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí?

Dorian regresó a la silla e intentó tomar las manos de Emma. En su reacción, olvidó que estaba esposada a la mesa, así que solo puso sus manos sobre las de ella.

—¡Emma! ¿De verdad no sabes qué pasó?

—No, Dorian, por las noches despierto aquí, pero nadie me dice qué pasa y esta sombra dentro de mí me aplasta y empieza a decir cosas que no quiero, me tapa los oídos y no me deja escuchar.

—¡Emma, no estás bien, pero vamos a ayudarte, por favor no te rindas! Ten paciencia.

A Emma empezó a perdersele la mirada y la saliva empezó a gotear por su boca.

—¡Emma, Emma! —la llamaba Dorian, tratando de que no se fuera.

Emma empezó a reír descontroladamente y miró a Dorian directamente a los ojos.

—¡Qué estúpido que eres, Dorian! ¿Crees que tengo doble personalidad o algo así? Esta soy yo, ¿entiendes?, y este es mi acto para salir más pronto de aquí —le dijo antes de continuar riendo como loca.

Dorian la miró, consciente de que ya no había nada que él pudiera hacer por ella. Se levantó y empezó a retirarse. Mientras lo hacía, Emma empezó a cantar con una voz dulce, casi angelical…

“I found a love for me”

“Darling, just dive right in and follow my lead”

“Well, I found a girl, beautiful and sweet”

Una lágrima recorrió la mejilla de Dorian antes de salir del lugar. El canto le había recordado a Kirsten y cómo en algún momento la comparó con las sirenas de la Odisea, cuando en realidad la sirena que le hizo daño había sido Emma.

Durante el juicio se revelaron secretos que fueron devastadores para toda la familia, aunque la duda persistía sobre si eran solo invenciones de la defensa para darle peso al rumbo que habían decidido tomar y así reducir la sentencia. Se habló de Cora, de su relación con Dorian y de cómo Emma no iba a permitir que le quitaran a su novio, aunque en realidad no lo amara. No dejaría que su rival se quedara con lo que le pertenecía. También se detalló su primer encuentro con Javier y de cómo él la hacía sentir libre. Al final del juicio, la sentencia se fijó en treinta años en una institución de mediana seguridad.

El peso de todo lo sucedido le había cobrado factura a Dorian. Aunque nadie se había dado cuenta de lo que él había hecho y sentido con Kirsten, la culpa no le permitía salir del pozo en el que había caído. Lo quisiera o no, él también había sido un traidor.

El tiempo continuó su curso y Dorian se dedicó por completo a su trabajo como un escape de su realidad. Su vida no tenía mucho sentido; todo a su alrededor le recordaba a Emma y no de buena manera.

La familia de ella había encontrado entre sus cosas unos diarios en los cuales hablaba atrocidades de Cora, de Dorian y de prácticamente todos en su vida. Exactamente un año después de que se dictara la sentencia, el cuerpo de Emma fue encontrado colgando en su celda. Se había ahorcado con la sábana de su cama, lo que retrasó aún más la recuperación de Dorian y de toda la familia de Emma.

Él intentó de todas las maneras sanar sus heridas: asistió a sesiones de psicología y a grupos de ayuda, pero nada parecía tener un efecto positivo. El rastro de destrucción que Emma había dejado era imposible de reparar.

Un día, mientras regresaba a casa de una sesión de fotografía, escuchaba una emisora indie en una plataforma de música y reconoció la voz de Kirsten. Ella hacía un cover de la canción «Song to the Siren». Dorian tuvo que detener el auto a la orilla de la carretera y, cuando la canción terminó, se bajó y se sentó, recostando su espalda en la puerta del auto. Lloró por horas hasta que otro auto se detuvo para preguntar si podían ayudarlo a arrancar el vehículo, pensando que tenía problemas mecánicos.

Al verlo llorando, el señor que se había detenido le preguntó si había algo que pudiese hacer por él, a lo que Dorian contestó que no creía que existiera nadie en todo el universo que pudiera hacerlo.

—¡Jesús puede, joven! Solo llámalo y él te ayudará.

El señor habló un tiempo con Dorian sobre la fe que profesaba y lo invitó a asistir a su iglesia cuando quisiera. Dorian entonces continuó su camino a casa, esperanzado en que quizás sí había una oportunidad de recuperar su vida. Después de otro par de meses, decidió aceptar la invitación de este hombre que se había encontrado en el camino —o que más bien lo había encontrado a él— y asistió a la iglesia.

Durante el servicio, Dorian escuchó algo que lo impactó. Se habló sobre el sentimiento de culpabilidad y de cómo, para liberarse de él, era necesario confesar lo que te hacía sentir atrapado.

Al finalizar el servicio, Dorian buscó a una persona de liderazgo y confesó lo que había pasado con Kirsten cuando todavía tenía una relación con Emma. Por algunos días, nada parecía ser diferente, pero poco a poco empezó a sentir motivación para hacer las cosas, luego más ganas y, finalmente, alegría.

Pasaron un par de meses más antes de recibir una buena noticia. A la dirección de su estudio fotográfico llegó un paquete que contenía dos pósteres firmados con la leyenda: «Para Dorian, Kirsten Shaw». Ver que Kirsten finalmente había logrado imprimirlos lo llenó de felicidad y sintió la necesidad de escribir para agradecerle. Sin embargo, se contuvo, pues sabía que, antes de cualquier cosa, él debía sanar. Aún tenía sentimientos por ella y temía que, si ella ya no sentía lo mismo, la situación podría dolerle y hacerlo retroceder en su recuperación.

Más de dos años después de haber conocido a Kirsten, Dorian recibió la llamada de un agente de una disquera, preguntando por su disponibilidad para hacer las fotografías del álbum de una nueva artista que iban a lanzar. Dorian aclaró que no estaba interesado en el trabajo, pero el agente le dijo que la artista había pedido por él de manera exclusiva. Aunque la razón habría sido obvia para cualquier otra persona, no lo fue para Dorian. Cuando el agente le dijo que la artista era Kirsten Shaw, Dorian aceptó el trabajo al instante.

Al preguntar cuándo debía viajar para realizar el trabajo, el agente le indicó que no era necesario, pues Kirsten estaba en el país desde el día anterior. Solo esperaría que él le indicara el lugar donde debían reunirse para que hablara con ella y decidieran la línea artística que querían darle al disco. Dorian sintió que ante todo debía ser profesional y hacer los sentimientos a un lado, por lo que le dijo al agente que el punto de reunión debía ser el estudio fotográfico para discutir con la artista el tono que quería darle al arte del disco.

A las 11 de la mañana del día siguiente, como había sido acordado con el agente, Kirsten estaba al frente del estudio de Dorian. Su corazón latía con incertidumbre, pues no sabía cómo estaba él o qué cosas habían cambiado. Había seguido lo que pasaba con Emma tanto como pudo a través de los reportes de prensa y la información pública a través de internet. Aunque algunas veces se sintió mal por hacerlo, la verdad es que tampoco había manera de que no lo hiciera, en especial porque sentía en su corazón que realmente amaba a Dorian. La prensa, en especial la amarillista, se enfocó en detalles que para Kirsten era claro que eran dolorosos para él y podía entenderlo sin estar cerca, porque cuando ella fue atacada fue exactamente lo mismo. Pero, por sobre todo, ella moría por verlo de nuevo, escucharlo y saber de una vez por todas si esa llama que se había encendido, lo que parecía una eternidad atrás, seguía viva.

Dorian recibió un mensaje en su móvil de un número desconocido: «Ya estoy afuera». Miró fijamente la pantalla por unos segundos, luego levantó la mirada para ver los pósteres que ahora estaban enmarcados y colgados en la pared, tomó aire y empezó a caminar hacia la puerta. Sus piernas temblaban y su corazón se aceleraba con cada paso. Por su mente, las imágenes de sus momentos con Kirsten empezaron a volar sin control. Fue ahí que se dio cuenta de que no estaba listo para verla de nuevo, pero ya era muy tarde para echarse para atrás. Abrió la puerta de la forma más natural que pudo. Sin embargo, por el estado de nervios en el que se encontraba, se golpeó la nariz con ella, lo que hizo reír a Kirsten.

—¡Oops, eso debió doler! ¿Cómo estás, ñoño?

Kirsten llevaba su sombrero habitual y su cabello, sin alisar, dejaba ver unos rizos sutiles. Vestía un vestido a media pierna y Converse blancas, y apenas estaba maquillada, lo que dejaba claro que no tenía intenciones de fotografiarse ese día.

—Aquí vamos, Kirsten, ¿y tú?

—¡Bien, estoy muy bien, Dorian!

—¡Ven, adelante, estás en tu casa!

—En tu estudio, querrás decir.

—¡Tú entiendes a lo que me refiero!

Cuando estuvo junto a Dorian, lo abrazó y le besó la mejilla. A él le tomó unos segundos devolver el abrazo. Tenía terror de que Kirsten sintiera su corazón latiendo como lo estaba haciendo en ese momento. Estaba a punto de desmayarse.

—¡Tranquilo, Dorian! ¡Yo no muerdo! —le dijo Kirsten al notar el nerviosismo de él.

—¡Lo siento, Kirsten! ¡La emoción me ha ganado la partida!

—¡Ya no te preocupes! Dime, ¿cómo empezamos?

Que Kirsten quisiera enfocarse de inmediato en el trabajo fue algo que Dorian no esperaba, pero agradeció el gesto. Una conversación sobre todo lo que había sucedido hasta ese momento habría sido muy difícil de llevar.

—¿Cuál es tu idea para el arte del disco? —le preguntó Dorian mientras estiraba su mano para indicarle dónde podía sentarse.

—¡Amor!

—¿Qué? —le dijo Dorian, confundido.

—La idea para el arte del disco es el amor —le contestó, agregando una sonrisa al final de la frase, pues había notado el salto que dio Dorian al escuchar la palabra.

—Kirsten, lo siento, ¡esto no está funcionando! —le dijo Dorian, bastante apenado por todo lo que le estaba sucediendo.

—¿A qué te refieres, ñoño? ¡Ni siquiera hemos empezado!

—Estoy muy nervioso, Kirsten. ¡Demasiado!

—No te preocupes, Dorian, ¡me pasa lo mismo!

—¿Tú? Pero si te ves tan tranquila.

—¿Olvidas que mi trabajo es subir al escenario ante muchas personas? Con el tiempo, he aprendido a maquillar mis nervios.

—¡Pues lo haces muy bien! ¡Te felicito!

—Dorian, no es necesario correr, tenemos tiempo suficiente. Y si en algún momento vemos que no avanzamos, buscaré a alguien más.

—¿Alguien más? —le preguntó Dorian, confundido por el comentario.

—¡Para las fotografías, Dorian! —le contestó Kirsten, tratando de dejar claro a qué se estaba refiriendo.

Dorian se alejó de la pizarra donde pensaba anotar las ideas y buscó dónde sentarse. Unos momentos de silencio incómodo se apoderaron del estudio. Kirsten, que miraba en detalle a su alrededor, puso su mirada sobre los pósteres.

—¡Me encanta la manera en que los enmarcaste!

—Gracias, Kirsten.

—Dorian, dime la verdad, ¿cómo estás? Y me refiero a: ¿Cómo estás? —le dijo Kirsten, tratando de indicarle con su rostro que se refería a su corazón.

—Ha sido difícil, Kirsten —le contestó, agachando la cabeza como si tuviera vergüenza de hablarle de todo lo que había pasado—. Por un tiempo, pasé de ser un fotógrafo respetado a solo el compañero sentimental de una criminal. Durante el juicio, me presentaron como parte del problema, un «potenciador» de la situación mental de Emma. Tenía las miradas encima todo el tiempo. Ya han pasado otras cosas y la atención se ha desviado a los nuevos casos, entonces puedo respirar un poco mejor.

—Te entiendo perfectamente, ¿sabes? Yo pasé por algo similar. La gente te convierte en villano y en víctima. Unos piensan que uno mismo se puso en esa situación, otros pensarán «pobrecita», pero nadie, a menos que pase por algo similar, entiende realmente lo que se vive, lo que se sufre en estas situaciones. Y sobre ella, ¿cómo te sientes?

—¿Emma? Ella se quitó la vida, Kirsten.

—Lo sé. Seguí lo que pasó lo más que pude.

—¿Hasta allá llegó todo esto?

—No, Dorian. Lo seguí en los periódicos locales a través de internet. Por eso no pregunto cómo está ella, pregunto cómo estás tú con todo lo que pasó con ella.

—Al principio fue increíblemente difícil. Quería ayudarla, te juro que estaba dispuesto a quedarme a su lado, pero ya no tenía remedio. Luego solo me provocaba tristeza, por ella y por su familia. Para ellos fue aún más duro, especialmente para la hermana, que se culpaba mucho por todo lo que había pasado. ¿Sabes lo difícil que puede ser para ella pensar que quizás si se hubiese quedado callada nada de esto habría pasado?

—No, no puedo ni pensarlo, Dorian.

—Por mucho tiempo pensé que mi vida se había acabado y luché contra ese sentimiento hasta que pude aceptar que realmente había terminado.

—Pero eso no es así, Dorian, ¡tu vida no había acabado! —le dijo Kirsten, un poco molesta por el comentario que acababa de escuchar.

—Sí, Kirsten, sí había acabado. Y entender y aceptar eso fue lo que más me ayudó. Ya no podía volver a la vida que tenía. Aceptar que se había ido y que lo que tenía enfrente era la oportunidad de empezar de nuevo me dio energía, me dio esperanza y luego llegó la fe en que de verdad podía haber algo más para mí que solo vivir en la sombra de lo que pudo ser.

—Me alegra mucho escucharte hablar así, Dorian.

—No fue fácil. En ningún momento pensé que sería fácil, pero tampoco que sería tan difícil.

—Lo sé, estuve allí también, sé lo que cuesta.

—Pero, dime tú cómo va todo. Para mí será una sorpresa, pues no estuve siguiendo tu carrera, lo siento por eso.

—Después de aquel día en el hotel, dejé de cantar por mucho tiempo.

—¿Qué?

—Sí, Dorian. Perdí la chispa y me costó mucho volver a sentir las ganas, la pasión por cantar. Entonces, me inscribí en una academia de canto para tratar de mejorar y, durante ese tiempo, escribí mis propias canciones. Cuando estuve lista, armé una banda y decidimos tocar nuestra música. Obviamente, siempre hay que hacer algunos covers, tocar canciones que la gente conozca para que se interesen en las otras. Luego, subimos un cover a una plataforma digital y, de ahí, todo empezó a moverse hasta que la disquera nos contactó.

—¡Yo lo escuché! ¿En la lista de indie, verdad?

—Así es, Dorian. Fue idea de Sven, el guitarrista. No sé si lo recuerdas, de hecho subió la grabación sin permiso, pero al final nos dio un buen resultado.

Kirsten se levantó de la silla y se dirigió hacia los pósteres para verlos de cerca. Comentó sobre el enmarcado, los detalles blancos y negros y cómo le daban a la fotografía un aura diferente. Dorian se acercó y se detuvo a su lado mientras le explicaba la idea detrás de esos detalles y lo que significaban. Ella lo abrazó, recostó su cabeza en el pecho de él y le dijo que le gustaba mucho cómo lo había hecho.

—¡Te he extrañado tanto, mi amigo! Si no fuera porque daría la impresión de ser un disco en vivo, definitivamente utilizaría una de estas fotos como portada. Aún no he podido sentir de nuevo la magia, la alegría que sentí esa noche.

—Hay cosas que solo se viven una vez, pero eso no significa que no habrá momentos parecidos, o incluso mejores, Kirsten. De hecho, créeme, cosas nuevas llegan. El secreto es no comparar y vivirlas de manera individual.

—No era el lugar, Dorian, esa noche fue especial porque tú estabas allí. ¡Mira!

Ella sacó su móvil, en el fondo de pantalla tenía otra de las fotografías de esa noche y se la mostró a Dorian.

—Estábamos tan metidos en la idea de las fotos para el póster que no miramos con detenimiento las otras. ¡Mira esta, mira mi rostro! ¡Ni siquiera puedo reconocer esa sonrisa!

—Sí, te ves muy feliz.

—Lo estaba, y se necesita que pase el tiempo para que las capas vayan cayendo.

—¿Las capas? ¿A qué te refieres?

—La primera capa en caer fue la idea de estar sobre ese escenario por primera vez, luego cayó la capa del sueño de algún día cantar allí y, finalmente, quedó al descubierto la razón real: tú. Estaba feliz porque tú estabas allí conmigo. Ese fue el día en que sentí las ganas de cantar de nuevo.

—Lo siento, Kirsten.

—¿Por qué?

—Tú lo dijiste la última noche, tuve la oportunidad de irme, de no arrastrarte en todo esto.

—¿Olvidas que yo también tuve la oportunidad? Estas cosas nunca son de una sola persona, Dorian.

—Cómo quisiera que todo fuese diferente.

—¡Pero no lo es! ¿Sabes cuántas personas desearían que esta o aquella no fuese su historia? ¿Que las cosas que les tocó vivir no hubiesen sucedido? No somos únicos en ese sentido. Todos, todos tenemos cosas que deseamos que no nos hubieran pasado, pero lo hicieron y ahora son parte de nosotros, pero no son nosotros. Las tragedias pueden marcarnos —le dijo Kirsten mientras se levantaba el vestido para mostrarle de nuevo la cicatriz del ataque—, pero nunca definirnos. Yo no soy la víctima de ese loco, yo soy Kirsten Shaw, no la víctima Kirsten Shaw. Y tú también, Dorian, ¡tú eres Dorian Thorne! No la víctima de ella.

—¡Siempre es más fácil decirlo!

—Lo sé, Dorian, ¡estuve allí, no lo olvides! Lo que te digo se basa en lo que yo también pasé, así que no son solo palabras, es un testimonio.

Kirsten recibió una notificación en su móvil: tenía una cita por la tarde y debía regresar al hotel para alistarse.

—Ya casi tengo que irme, Dorian. ¿A qué hora continuamos mañana?

—Toda esta semana está agendada para ti, así que tú decides.

—Tengo que reunirme con el promotor de conciertos, aceptó volar hasta aquí para las reuniones. He tenido mucha suerte en todo este proceso. Supongo que almorzaremos juntos. ¿Qué te parece si tú y yo cenamos juntos y ahí decidimos a qué hora empezamos mañana?

—¡No me parece tan mala idea! Solo envíame un mensaje cuando ya pueda pasar por ti. Vi que ya tienes mi número, y por favor, mándame la dirección de donde te estás quedando.

—Me lo dio el agente de la disquera, espero que no te molestara.

—No, Kirsten, de ti no me molesta nada.

—¿Ni que te diga ñoño?

—Bueno, ¡excepto eso! —le contestó Dorian mientras ambos empezaban a reír.

¿Amor Después De La Tragedia?

Algunas veces las tragedias nos impiden amar con naturalidad. El temor, la vergüenza o la ansiedad que puede generar mostrar las cicatrices, sean físicas, mentales o emocionales que nos han dejado, pueden limitar nuestra capacidad para dar eso que llevamos dentro.

Kirsten terminó su reunión con el promotor de conciertos y regresó a su habitación a prepararse para la cena. Dorian, por su parte, se encontraba ansioso, sin poder decidir qué iba a ponerse esa noche. Tenía muchos meses de no salir de su casa de forma recreativa; aparte de las salidas necesarias para el trabajo, se había vuelto un recluso por su propia voluntad.

Tomó un par de fotografías de un pantalón, una camisa y un par de zapatos, y se las envió a Adriana para que le diera su opinión. Tan solo un par de minutos después, recibió una llamada.

—Dorian, ¿vas a salir?

—Sí, Adri, voy a ir a cenar.

—¡No sabes cuánto me alegra escuchar eso! Hemos estado tan preocupados por ti.

—¡Estoy bien, Adri! ¿Ustedes cómo están?

—En lo que cabe, bien. Aceptar todo esto es difícil, pero no podemos quedarnos estancados. Mamá y papá salieron de viaje, y yo regresé hace poco de unas vacaciones.

—Me alegra mucho escuchar eso, Adri.

—¿Vas a salir con una chica? ¡No tienes que decirme si no quieres!

—Sí, Adri, es una chica que conocí cuando estuve en Europa. Es cantante y ahora me ha contratado para los diseños de su álbum debut.

Adriana empezó a llorar, se le podía escuchar claramente por la bocina del teléfono, y Dorian se preocupó.

—Adriana, ¿qué te pasa? ¿Dije algo mal?

—¡No, Dorian! Todo lo que dijiste está bien, está muy bien. Me siento tan feliz de que trates de retomar tu vida. Tú solo quisiste a Emma y le diste lo mejor de ti, no era justo que te quedaras estancado por culpa de lo que pasó.

—Aún me siento culpable, Adri. Pero de verdad quiero rehacer mi vida.

—¡No te sientas culpable de nada, amigo mío! Solo voy a extrañar verte por acá seguido como antes y llamarte cuñis, pero la vida sigue su curso, ¡y tú te mereces vivirla!

—¡Ustedes también, Adri!

—Cuando ocupes ayuda, no dudes nunca en llamarme, Dorian. ¡Y por favor, ponte la camisa azul y los pantalones negros que te di para tu cumpleaños! ¡Esa combinación que me enviaste va a espantar a cualquiera! —le dijo Adriana mientras empezaba a reírse con fuerza.

—¿Tan mal estaba?

—¡Pésima, Dorian! ¡Pésima!

—Gracias, Adri. Tú igual, si necesitas algo, para eso estamos.

—Sabes que lo sé, Dorian. ¡Te quiero mucho y anda, ve y alístate para que no llegues tarde!

—¡Hasta pronto, cuñis!

—¡Chao, Dorian!

Cuando Dorian terminó de alistarse, se sentó en el borde de su cama y pensó en lo que estaba a punto de hacer. Le había sido evidente que Kirsten aún tenía sentimientos fuertes por él, pero él todavía sentía vergüenza por todo lo ocurrido. Le era difícil hacerse a la idea de amar de nuevo, especialmente por todo lo que había pasado. ¿Qué podría sentir Kirsten si la señalaban en la calle? ¿O si las revistas amarillistas se enteraban? Y en el peor de los casos, ¿qué pasaría si el departamento de relaciones públicas de la disquera se enteraba?

Al final, hizo todo lo que podía hacer en ese momento: se puso de rodillas y pidió guía y sabiduría: “Todo lo que quiero, Señor, es que me guíes para hacer las cosas bien. Amén”.

Dorian recibió el mensaje de Kirsten con la hora y la ubicación para verse. El lugar estaba un poco alejado, así que salió de inmediato para no llegar tarde. Cuando llegó al hotel, le envió un mensaje a Kirsten, pero ella le indicó que aún no estaba lista y que subiera a la habitación. «Piso 10, 105, la puerta está sin llave», decía parte del mensaje.

Él tocó la puerta ligeramente y entró. Kirsten estaba frente al espejo, poniéndose un arete. Miró a Dorian a través del reflejo, le sonrió y le dijo: «Finalmente has aprendido a vestirte, ñoño».

—La verdad, Kirsten, ¡te sorprenderías! —le contestó Dorian con una sonrisa que debió dolerle, pues un músculo que no había movido en mucho tiempo le molestó. Se llevó la mano a la cara.

—¿Qué te pasa, Dorian?

—Hace mucho que no sonrío, Kirsten. Solo sentí algo raro en el rostro.

—¡Ven aquí, ñoño! ¡Acércate y dame un abrazo!

Kirsten llevaba un vestido largo negro, con los hombros descubiertos, bastante elegante.

—¡Me gusta cómo te queda el vestido!

—¿Te gusta? A mí no tanto, pero la disquera me dio algunos lineamientos que quieren que siga mientras se crea mi imagen.

—¿Y te sientes cómoda con ese nivel de control?

—No lo tienen todo por completo, también tengo mi opinión pero sé que es necesario si queremos que el proyecto tenga éxito.

—¡Lo va a tener, Kirsten!

— No crees que es hora de que me pongas un apodo, ñoño? —Kirsten es demasiado formal

Por un momento, Dorian pensó en llamarla sirena, pero la verdad era que para él, Kirsten no era ese ser mitológico que hacía que los marineros se estrellaran contra las rocas. Para él, Kirsten era la luz que le daba la esperanza de poder vivir con amor de nuevo.

—Creo que en algún momento vendrá sin esfuerzo, ¡señorita vocalista!

—¡Dorian! —le dijo Kirsten mientras se acercaba y lo tomaba de las manos.

—¡Dime, señorita estrella de rock!

—¡Ya basta con eso, Dorian! Tengo que decirte algo, o más bien, pedirte algo.

—¡A sus órdenes, su majestuosidad!

—¡Ya, Dorian, por favor! ¡Esto es serio! ¿Qué harás los próximos seis meses?

—¡Wow, Kirsten! La verdad, no tengo idea ni de qué haré mañana.

—¡Entonces ven conmigo! Vamos a necesitar un fotógrafo para la gira y he negociado con el promotor la posibilidad de llevarte con nosotros.

—Kirsten, no sé qué decirte. ¡No sé si podría!

—¿Por qué no podrías, Dorian?

—Todo lo que ha pasado conmigo podría afectar tu carrera o tu reputación.

—Dorian, te estoy pidiendo que seas mi fotógrafo, ¡no mi esposo! Además, estoy segura de que entre el staff puede haber hasta asesinos en serie, así que eso no debería preocuparte. Ya estoy grande, Dorian, y de mi carrera puedo cuidar yo sola.

—Sí, entiendo, Kirsten. ¡Perdona mi atrevimiento!

—¡Dorian! Si te hubiese pedido ser mi esposo y me hubieras dicho la tontería que acabas de decir, ¡te habría dicho que me importa un carajo mi carrera y que si me lo pides me iría contigo ahora mismo a una granja a ser felices para siempre!

—¿Estarías dispuesta a dejar todo por mí, Kirsten?

—¡Tú lo estabas, Dorian! Antes de regresar aquí y de que pasara todo lo que pasó, sé que pensabas dejar todo.

—Kirsten, yo estoy roto y…

—¿Y qué importa? De una u otra manera, todos lo estamos, Dorian.

—Pero…

—Dime una cosa. Mírame a los ojos y sé honesto. ¿Sientes que me amas?

—La verdad es que, y me da pena decirlo, pero te amo desde la primera vez que te vi.

—¡Y yo a ti, Dorian! La vez pasada dejamos todo en manos del destino, y la verdad es que somos nosotros los que construimos nuestras historias. Dorian, ¡construyamos juntos la nuestra!

—Kirsten, ¿te puedo besar?

—¡Vaya que ñoño que eres! ¡Claro que sí! Tengo dos años esperando para hacerlo. ¡Te amo, Dorian, te amo tanto!

—¡Yo también te amo, Kirsten!

—Dorian, si vamos a hacer esto, ¿necesitas saber algo?

—¡Me asustas, Kirsten!

—Quiero que sepas y que dejes de pensar que las decisiones correctas son siempre las que terminan bien. Algunas, muchas en realidad, decisiones correctas también duelen. ¿Qué tal si cuando pensamos que las cosas salieron mal, en realidad están saliendo bien y lo que pasa es que nuestra percepción no nos deja ver más allá de lo que sentimos en el momento?

—¿A dónde vas con esto, Kirsten?

—¿Qué tal si todo este camino que hemos recorrido, aunque lleno de dolor, nos llevó a ser las personas que necesitábamos ser para estar juntos? ¿Qué tal si todas estas cosas nos estaban preparando para ser más fuertes y luchar con lo que venga?

—¿Piensas que si tenemos una relación vamos a tener que luchar contra el mundo o algo así?

—No, Dorian, pero si así fuera, ¡estoy más que preparada! Mira, cantar es mi sueño, pero mi sueño nunca ha sido sacar discos o estar de gira. Tomaré la oportunidad ahora, pero quiero que sepas que no quiero esto para siempre. ¡Quiero una granja, aquí o allá o en donde sea, pero contigo a mi lado!

—¿Y entonces por qué el drama, Kirsten?

—¡Porque con esos bracitos no creo que vayas a poder ni ordeñar una vaca, amor! Y vas a tener que prepararte, ¡porque sola no podré con la granja entera!

—¡Tú estás loca, mi amor!

—¡Oooh! ¿Ahora soy tu amor? ¿Qué pasó con Kirsten?

—¿A cuál Kirsten te refieres? ¿A la campirana, a la cantante o a mi novia?

—¿Su novia, caballero? ¿En qué momento me lo ha consultado?

—¡Ya sé que usted está loquita por mí! Y yo por usted, pero si lo necesita, se lo pediré en el momento adecuado.

—¿Y cuándo será eso?

—Ahora mismo, amor. —Dorian se hincó y le pidió a Kirsten lo que ambos deseaban—. Kirsten, desde que te vi sonreír supe que eras diferente. Lo he dicho tantas veces: los rostros con una sonrisa en ellos, son todos iguales, excepto el tuyo. Eres única y especial, y quería saber si me concederías el honor de recorrer este camino de la vida junto a ti y tú junto a mí.

—Dorian, si así me pides que sea tu novia, ¡no puedo imaginar cómo lo harás cuando me pidas que me case contigo! ¡Claro que acepto, amor! ¡Me haces tan feliz!

Dorian se levantó, tomó a Kirsten entre sus brazos y la besó no solo como si fuera la primera, sino también como si fuera la última vez que la besaba.

¿Qué tal si ese retraso no es algo en tu contra, sino algo a tu favor? ¿Qué tal si todas las tragedias, problemas y obstáculos son solo parte del plan maestro para ponerte en el lugar donde debes estar? ¿Qué tal si la persona que recorrerá el camino de la vida contigo también ha pasado por situaciones que te permitirán mostrar tus cicatrices sin vergüenza, ansiedad o miedo? ¿Y qué tal si eres tú quien va a ayudarle a superar eso que lo afecta?

Dorian y Kirsten llegaron hasta el estacionamiento y él le abrió la puerta del auto.

—Muchas gracias, caballero —le dijo ella.

—Con mucho gusto, Mimì.

—¿Mimì? ¿En frances?

—¡Como la chica en la ópera La Bohème!

—¿Tú cómo lo sabes, Dorian? ¿Ahora escuchas ópera?

—Pregúntame lo que quieras sobre ópera, Mimì.

—¡Dorian, es fantástico! Sabes que me encanta la ópera, amor.

—Gracias a ti por motivarme a conocerla, yo también la disfruto mucho.

—Pero sabes que Mimì tiene un final trágico, ¿verdad?

—Sí, Mimì, pero nosotros ya morimos. Ahora todo lo que nos queda es vivir.

—¡Dorian, te amo!

—¡Y yo a ti!

Dorian besó a Mimì, cerró la puerta del auto y dio la vuelta para subirse y empezar a conducir. Antes de encender el auto, miró a Mimì y le preguntó: —¿Tú crees que esta noche…?

—Hasta que nos casemos, ¡pillo! —le contestó Kirsten.

A veces desearíamos que lo que vivimos no fuese nuestra historia, y lo entiendo perfectamente; he estado en ese lugar muchas veces. Pero, a veces, tenemos que dejar que la historia finalice de verdad antes de desear que no sea la nuestra y, como dicen… ¡La ópera no acaba hasta que cante la gorda!

Fin.

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