AQUEL JERSEY

AQUEL JERSEY

SEEYOU

27/08/2025

Arreglaba el armario con la intención
de desprenderme de lo viejo y ordenar lo que quedaba de mi vida,
cuando de pronto algo detuvo mis manos: una caja olvidada. La abrí
con la inocencia de quien cree encontrar polvo y objetos sin valor,
pero lo que emergió de su interior fue un golpe de recuerdos,
punzantes y voraces, que se apoderaron de mi mente. Allí estaba todo
lo que habíamos vivido, todo lo que habíamos callado, todo lo que
jamás nos atrevimos a ser.

Habían pasado años, pero lo
recordaba como si hubiese sido ayer. Hablábamos casi a diario,
construyendo un universo paralelo en aquel viejo chat que se
convirtió en nuestra guarida secreta. Éramos dos almas ancladas a
la virtualidad, volcándonos mutuamente los problemas, desnudando el
corazón palabra tras palabra. Entre nosotros existía algo que iba
más allá de la amistad: un *feeling* que trascendía lo meramente
humano. Mientras nuestras voces eran sustituidas por letras en la
pantalla, de fondo sonaban Simple Minds, como si su música nos
protegiera y nos invitara a romper fronteras invisibles.

Nunca
dimos el paso hacia el mundo real. Tal vez por miedo, tal vez porque
sabíamos que lo que teníamos no necesitaba más que ese espacio
intangible para florecer. Allí éramos libres, allí éramos
auténticos, allí éramos todo lo que afuera no podíamos ser.
Cuando hablábamos, el tiempo se detenía: ni los relojes, ni las
obligaciones, ni la vida misma tenían poder sobre nosotros.
Estábamos tan concentrados el uno en el otro, que aunque hubiese
caído una bomba sobre la tierra, habríamos seguido amándonos sin
notar la destrucción.

Yo tenía un jersey que a él le
encantaba. Una prenda sencilla, pero cargada de significado. Lo usaba
con la secreta intención de provocarlo, de arrancarle un comentario,
de sentirme especial bajo su mirada invisible. Cada vez que subía
una foto con él, sus palabras iluminaban mis días; gracias a ese
ritual, poco importaba estar sola o acompañada: me bastaba con sus
mensajes para brillar.

Un día, tras lavarlo, aparecieron unas
manchas extrañas. No eran de aceite ni de ninguna sustancia
conocida; resistían detergentes, jabones y todos los quitamanchas
que existieran. Desesperada, lo llevé a la tintorería, donde
hicieron lo imposible, pero la prenda regresó a mis manos con las
marcas intactas, como si fueran cicatrices grabadas en la tela.
Frustrada, decidí deshacerme de él.

Fue entonces cuando,
frente al contenedor de basura, ocurrió lo inesperado. Un hombre
extraño se acercó a mí. Su aspecto excéntrico me causó
desconfianza, pero sus ojos negros, profundos como pozos sin fondo,
me detuvieron en seco. Al ver el jersey, pronunció unas palabras que
desgarraron mi alma:

—Ese jersey es muy importante para
alguien que te ha amado. Su espíritu se manifiesta en esas manchas,
y por más que intentes borrarlas, permanecerán contigo para
siempre.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y rompí a llorar.
Abracé la prenda contra mi pecho, como si en ella pudiera sentir sus
brazos. Intenté conectarme con él de todas las formas posibles,
hasta que, buscando respuestas, contacté a un familiar suyo. Fue
entonces cuando recibí la noticia que partió mi corazón: había
fallecido el día anterior, tras debatirse entre la vida y la muerte
en un coma profundo provocado por un accidente. Había luchado, como
siempre, hasta el final.

Me dejaron verlo. Ante su cuerpo sin
vida, mi alma se quebró. Besé su rostro frío mientras mis lágrimas
lo empapaban. Le susurré todo lo que nunca me atreví a decirle.
Coloqué un auricular en su oído y otro en el mío, y juntos
escuchamos *Alive and Kicking*, nuestra canción. Fue nuestra
despedida y, al mismo tiempo, un pacto eterno.

En el entierro
llevé puesto aquel jersey. Los familiares me observaban con
extrañeza: ¿por qué una simple amistad provocaba en mí tanto
desgarro? Yo no podía explicarles lo que habíamos sido. Abrazaba la
prenda con fuerza, convencida de que él seguía allí, aferrado a
mí.

Esa noche dormí con el jersey. Mi pareja, incapaz de
entenderlo, cuestionaba mi actitud. Le hice creer que solo era
tristeza por un amigo, pero la verdad ardía dentro de mí. Y
entonces ocurrió: de madrugada, sentí una presencia. Una brisa
helada recorrió mi piel, susurrando caricias invisibles. El jersey
se elevaba apenas lo rozaba, como si lo movieran unas manos
invisibles. Cerré los ojos y supe que era él.

Me tumbé
desnuda en el sofá, mientras Simple Minds volvía a sonar. Esa brisa
me acariciaba con la delicadeza de unos dedos amados, rozaba mis
labios con besos que parecían reales. Mi cuerpo respondía a su
contacto etéreo, y por primera vez experimenté una unión plena,
más intensa que cualquier encuentro carnal. Mi alma se abría a él,
y él a mí, como si la muerte no hubiera sido un límite sino un
puente.

Desde esa noche lo supe: debía dejar a mi pareja. No
había cabida para nadie más en mi vida. Solo él. Solo nosotros. El
jersey se convirtió en mi reliquia, en mi ancla, en la prueba de que
el amor verdadero trasciende fronteras, cuerpos y mundos.

Han
pasado muchos años desde entonces y  hoy, con la vejez acariciando mis
huesos y la muerte esperándome en la esquina, solo tengo un deseo:
que cuando mi hora llegue, esa brisa vuelva a envolverme, que el
jersey sea el umbral por el que él me guíe hacia donde al fin
podamos estar juntos y  que ese cristal que nunca logramos romper
desaparezca, con su abrazo, eterno, recibiéndome para siempre.

by seeyou

Etiquetas: amor sobrenatural

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